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ECONOMÍA

A la Eurozona se le agota el crédito

El crédito no se da, se reconoce. La solvencia es una requisito previo para obtener crédito, no una consecuencia de haberlo obtenido; es decir, lo que otorga el crédito no es la recepción del dinero adeudado sino la capacidad de usarlo con acierto para generar suficientes bienes futuros.


	El crédito no se da, se reconoce. La solvencia es una requisito previo para obtener crédito, no una consecuencia de haberlo obtenido; es decir, lo que otorga el crédito no es la recepción del dinero adeudado sino la capacidad de usarlo con acierto para generar suficientes bienes futuros.

A muchos países de Europa se les acabó el crédito hace tiempo. Habiendo acumulado un volumen de deuda desproporcionado, y habiéndose negado en redondo a reequilibrar sus cuentas, liquidar las propiedades públicas y liberalizar la economía, el único camino que les aguardaba era el del default.

El caso más incuestionable, y con el que primero que saltó la liebre, fue el de Grecia, que presentaba un desfase presupuestario anual de más del 10% del PIB pese a que acumulaba deudas de alrededor del 150% del PIB. Nadie en sus cabales, observando la pasividad de sus políticos y la furia socialista de su población, podía esperar que Grecia cumpliera con lo prometido. Por eso se dispararon los tipos de interés. Pero lo mismo podríamos decir de la hiperbancarizada Irlanda, del esclerótico Portugal o de ese barco a la deriva que es España.

El caso es que sólo había dos alternativas razonables: que esos países trataran de recuperar rápidamente el crédito, para que el dinero siguiera llegando con puntualidad y en buenas condiciones, o, simple y llanamente, que decretaran la suspensión de pagos. Pero el Continente quiso optar por una tercera vía: que parchearan un poquito su situación financiera aprobando planes de ajuste muy insuficientes y luego llegara mamá Eurozona a rescatarlos.

Pero ¿qué es un rescate? Pues, simplemente, un plan por el que se extiende crédito a unas personas, entidades o países que carecen de él. Si los periféricos padecen, a falta de enormes reformas, de una insolvencia estructural, prestarles dinero en unas condiciones a las que nadie más querría prestárselo no solventará sus problemas; al contrario, los trasladará a una instancia superior, en concreto, a aquella que les haya girado los cheques.

El plan de rescate de Grecia –que a su vez constituye el germen de los planes de rescate del resto de los países periféricos– aprobado el pasado jueves adolece exactamente de las mismas limitaciones. La Eurozona ha decidido pegar un patadón hacia arriba al balón, esperando que mientras tanto se aligere la presión ofensiva de la mafia especuladora. Su error está en pensar que la insolvencia de los periféricos tiene causas externas, cuando todas ellas son internas: no generan, ni hay expectativa de que generen, el volumen de riqueza necesario para que puedan pagar toda su deuda pública y privada. Por eso los de fuera no quieren prestarles, incluso adoptan estrategias para que su engañosa pose de países comprometidos con sus acreedores se venga abajo lo antes posible, como la de vender al descubierto sus bonos.

Así, la Eurozona ha decidido utilizar el crédito que todavía tienen los Estados más robustos (Alemania, Holanda, Luxemburgo, Finlandia, Austria y, en menor medida, Francia) para pedir prestados a los inversores 109.000 millones de euros con el objetivo de, a su vez, prestárselos a Grecia. De este modo, Grecia puede beneficiarse de la solvencia de sus socios para endeudarse a un mayor plazo (hasta 30 años) y a tipos de interés muchísimo más bajos que los que debería pagar por sí sola (del 15-20% al 3-4%). A su vez, con tal de mejorar ligeramente la capacidad de repago de Grecia, los paganinis obligan a Atenas a continuar en la senda de reformas... y a algunos de sus acreedores a comerse parte del agujero financiero heleno; Grecia ve así aligerados sus pasivos pendientes de pago (la famosa participación voluntaria de los bancos de hasta 135.000 millones de euros).

Pero este plan, en contra de lo que pronosticaban todos los políticos, no ha logrado amainar el temporal. ¿Por qué? Pues porque el problema no es Grecia, ni siquiera Portugal o Irlanda. El auténtico problema que puede socavar el crédito de la parte de la Eurozona que todavía se encuentra sana es que se pretenda aplicar la misma receta a España, Italia o incluso Bélgica. Para que nos hagamos una idea: sólo la deuda pública de Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia y Bélgica (dejemos de lado la deuda privada, especialmente la de los bancos de todos estos países) asciende a 3 billones de euros, mientras que el PIB de las economías más solventes (Alemania, Holanda, Luxemburgo, Finlandia, Austria y, con cautelas, Francia) apenas llega a los 5 billones. No cambia mucho la cosa si, en lugar de computar toda la deuda pública, tenemos solamente en cuenta la que aquellos países necesitan colocar y refinanciar de aquí a 2013: 1,5 billones de euros.

Es decir, la Eurozona más fuerte simplemente no tiene estómago suficiente para digerir un volumen de obligaciones que asciende al 30% de su PIB a corto plazo y al 60% a medio y largo plazo. Especialmente, insisto, si tenemos en cuenta que sólo estamos hablando de la deuda pública. ¿Qué pasará con unos bancos que siguen requiriendo de cientos de millones de capital y a los que, para más inri, se les quiere hacer copartícipes de las quitas de algunos de esos Estados? Cada vez una carga más pesada recae sobre menos hombros.

Debería resultar evidente que la dilución del crédito de todos los países de la Eurozona no es la receta más inteligente, ni con eurobonos ni con megaplanes de rescate europeos. Tirar dinero bueno sobre dinero malo no sirve sino para corromper el primero sin purificar el segundo. El crédito debe reconstituirse voluntariamente desde dentro o coactivamente desde fuera: si los periféricos no pueden y no quieren pagar, que los países acreedores los intervengan temporalmente y les apliquen las reformas necesarias para minimizar los quebrantos. Lo que no tiene ningún sentido es que alarguemos la agonía pensando que sin hacer nada dentro y recibiendo dinero de fuera podremos salir del hoyo. Desde 2008, los malévolos especuladores han venido financiando y dando cuerda a los países periféricos, y el resultado está a la vista: la casa sigue sin barrer. Nada va a cambiar si, en lugar de los malévolos especuladores, quienes nos prestan el dinero son los menos exigentes Estados centroeuropeos. La pelota de deuda sólo se hará más grande y el batacazo final, más devastador. 

 

JUAN RAMÓN RALLO, jefe de Opinión de LIBERTAD DIGITAL.

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