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ECONOMÍA

Irlanda: no culpen al libre mercado

Los liberales han echado mano, con razón, del ejemplo de Irlanda en numerosas ocasiones durante los últimos años para demostrar los benéficos efectos de los impuestos bajos.


	Los liberales han echado mano, con razón, del ejemplo de Irlanda en numerosas ocasiones durante los últimos años para demostrar los benéficos efectos de los impuestos bajos.

Gracias a las políticas de austeridad, el tigre celta experimentó un enorme desarrollo, como pocos se han conocido en Occidente. Era, y sigue siendo, sorprendente que, en quince años, los que median entre 1987 y 2001, en Irlanda la renta per cápita se duplicara en términos reales, mientras que en otros países, como Reino Unido, Alemania, España o incluso EEUU, aumentó como mucho un 50%. Se mire como se mire, un resultado prodigioso.

Cosa distinta es, o debería ser, lo que sucedió a partir de 2001, año en que los bancos centrales de todo el mundo iniciaron una expansión crediticia concertada sin parangón desde la Gran Depresión de los años 30. A partir de ese momento, todo indicio de crecimiento económico habría de ser puesto en cuarentena por cualquiera con un mínimo de conocimientos de teoría económica, especialmente en aquellas economías que vieron aumentar de manera desproporcionada su sector financiero al ser receptoras de ese volumen de crédito extraordinario no respaldado por ahorro. Al fin y al cabo, es propio de las expansiones crediticias el que durante unos años se produzca un crecimiento artificial, basado en las malas inversiones generalizadas y que inevitablemente termina colapsando. La ecuación crédito fácil + desarrollo explosivo del sistema financiero + crecimiento económico espectacular debería disparar todas las alarmas. También en Irlanda, por muy extraordinarias que fueran sus virtudes.

Fíjense si no en la evolución que siguió la relación entre el activo total de la banca irlandesa y el PIB a partir de 2002, momento en que comenzó la expansión crediticia internacional. Si en ese ejercicio la relación entre ambas variables se situaba en un elevado pero no necesariamente insostenible múltiplo de 3,5, siete años después el activo de la banca era ocho veces superior a toda la producción anual del país.

Que algo se estaba cociendo durante esos tenebrosos años que median entre 2002 y 2006 tendría que ser evidente, dado que la mayoría de sistemas bancarios del planeta, incluidos los de ese modelo de buena regulación financiera que, presuntamente, es España, sufrieron una aceleración en la expansión de los activos de la banca. Y lo que se cocía era que la extremada iliquidez bancaria, que ya se estaba viviendo en 2001, en lugar de derivar en una sana purga y liquidación de las malas inversiones –en una contracción del crédito– dio paso a una de las mayores expansiones crediticias que el mundo ha conocido, merced a la decidida actuación de los bancos centrales, que reanimaron la demanda de crédito con tipos de interés cada vez menores. No fue la desregulación, sino la posibilidad de canalizar cantidades crecientes de crédito hacia aquellas economías que con más ahínco lo demandaban, lo que generó el desaguisado que estamos padeciendo.

Fue gracias a que los bancos centrales sostuvieron a una banca que seguía degradando su liquidez hasta límites insostenibles por lo que llegamos a esa barbaridad cuantitativa y cualitativa que es que los activos de la banca de un país como Irlanda sean casi diez veces superiores a su PIB. Tal escenario habría sido imposible en un sistema de patrón oro, donde la banca no podría recurrir a las dádivas del banco central y el volumen de crédito quedaría amarrado al de ahorro. Ahora, cuando los bancos han quebrado, aplastados por la propia basura que la expansión crediticia generó, el Estado irlandés se ha visto abocado a la quiebra, precisamente por querer rescatar un sistema irrescatable, dado su tamaño.

Por eso es absurdo culpar al libre mercado de la tragedia irlandesa. No fue el capitalismo, sino el más salvaje intervencionismo monetario y estatal, lo que permitió e incentivó, primero, que el volumen de crédito creciera muy por encima del volumen de ahorro y, segundo, que el Gobierno rescatara indiscriminadamente a los bancos.

Lo que demuestra el caso irlandés no es que el libre mercado degenera en caos, sino que el intervencionismo monetario puede destruir incluso las economías más pujantes... ¡y generalizar la falsa percepción de que el capitalismo ha sido el culpable! Todo un fiasco financiero e intelectual.

 

© El Cato

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