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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Zapatero y su musa filosófica

Cada día se desvela con más claridad en el poderoso caballero Zapatero su traza de gobernante instalado en la vía del despotismo ilustrado, de largo y tortuoso pasado. Por un lado, ordena y manda a golpe de decreto sin diálogo, por el otro, busca cobijo y amparo intelectual bajo la sombra de la Academia y sus circunstancias.

Finalmente, Zapatero ha podido cumplir su sueño de la razón ilustrativa encontrándose con el filósofo Phillip Pettit, presuntamente su maestro y gurú, su musa filosófica, aquél que un buen día le mostró el camino, la verdad y la nueva vía del viejo/nuevo socialismo, aunque fuese por la mediación de un solícito asesor que creía estar a la última. En ese momento se produjo el encantamiento: decidió renovarse… o morir. Varios años después, un lunes 19 de julio de 2004, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, pudo por fin consumarse el abrazo fraternal entre el actual Presidente del Gobierno español y el autor del libro Republicanismo. Una teoría de la libertad y el gobierno, texto sagrado y verdadero tótem del guía de la nueva guardia rosa, algo así como lo que representaron las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar para Felipe González. O sea, una veta de publicidad para quien corresponda.
 
Zapatero comparte tribuna con Pettit, el presidente se siente al lado de la sabiduría como en la gloria, de manera que lo que las urnas han refrendado de modo un tanto excepcional y fogoso, es preciso revestirlo después de ritos sacramentales postmortem que libren al infractor de los pecados del mundo, y, por encima de todos, del Pecado Original, origen de la vigente legislatura. Basta contemplar el reportaje gráfico del evento para quedar conmovido: Zapatero se halla como en estado de éxtasis, sin quitarle ojo a su preceptor, la sonrisa de joker congelada, más mueca que nunca, plenamente satisfecho, con la felicidad de quien toma la primera comunión, con la sensación de verse definitivamente confirmado en el cargo por la autoridad competente, universitaria, por supuesto.
 
No sé con seguridad si los votantes del socialismo en España conocerán a Pettit y su obra filosófica, ni siquiera si les importa este asunto una higa. Pero deben saber, tanto ellos como el público en general, que ambos constituyen un buena parte del pretexto y del texto del discurso socialista que nos inunda en estos tiempos difíciles. Como no podía ser de otra manera, para el pensamiento mínimo y débil de la izquierda contemporánea la cosa va de tratado breve, de escuetos lemas de campaña, de leves pinceladas de tonos suaves, sencillos de memorizar y repetir hasta que calen como una lluvia fina, según doctrina de Pepiño Blanco. Ya saben, esas lecciones que se estudian en dos tardes y se recitan sin entender una palabra, siguiendo la marca de serie de la exquisita pedagogía LOGSE. Todo, pues, muy adecuado al propio apellido del distinguido autor.
 
¿Qué le ha podido atraer tanto a Zapatero del ensayo de Pettit, Republicanismo? Pues eso, el título, la marca, la señal, el signo con el que fundar la banda de los cuatro con quienes capitanear el socialismo de nuevo cuño… de siempre. Para quien empezó siendo José Luis Rodríguez Zapatero y acabo viéndose abreviado hasta ser ZP, todo lo conciso y somero es garantía de éxito: lo breve si bueno, dos tazas. Estoy por creer que Zapatero no pasó de la primera página, o de la portada, de un libro que hasta el más tenaz teórico republicano tiene por texto ordinario y gris. ¿Qué sostiene el manual de Pettit en sus páginas? Básicamente, dos principios: la idea de la libertad como no-dominación y una invitación a participar en la vida pública. Es decir, dos clásicos postulados del liberalismo de toda la vida que por la magia transformista del discurso de la izquierda se tornan principios patrimoniales de un socialismo necesitado de un lavado de cara, de “buenismo”, rebosante de divinas palabras e infundido por un infinito anhelo de paz. Para Zapatero, cuyo English is very bad, el hallazgo de Pettit se dice en español “ciudadanismo”, esto es, la forma más radical de liberalismo, pero sin lo perverso del liberalismo, o sea, sin liberalismo. No sé si lo entienden.
 
Dejemos correr lo de la libertad como ausencia de dominación, porque sería un sarcasmo, y de muy mal gusto, citar la soga en casa del ahorcado. Ahora bien, la cosa esa de la democracia participativa (que alguien le diga a ZP que también la denominan “democracia deliberativa”) se ha convertido en una coartada de guante blanco que oculta manos sucias. ¿Cuál es para el Presidente socialista el colmo de la participación ciudadanista? Lo sabemos, tanto cuando lo calla como cuando lo dice. En el primer caso, el ideal de la participación “cívica” estaría en la acción disciplinada y coactiva de las duras democracias populistas y de acción directa, a lo Chávez en Venezuela o a lo Chaves en Andalucía. En el segundo, según confesó en la clausura del seminario La lucha contra el terrorismo y sus límites, organizado por la Universidad Complutense y dirigido por el juez Garzón, el modelo de acción ciudadana se fijó en las manifestaciones posteriores al 11-M, cuando el “pueblo” apuntaba al Gobierno y preguntaba: “¿Quién ha sido?” Hay que ser arrogante para confesarlo todo ante un juez cazafantasmas, sabedor de que está protegido.
 
Ignoro lo que pensará Phillip Pettit con respecto a que su concepto de Republicanism sea vertido en el Reino de España como “ciudadanismo” y su texto sirva de manual de socialismo peninsular, o que un tal Rodríguez Zapatero, natural de León, actual Primer Ministro del Gobierno español y Quinto de Cataluña, lo tenga como maestro, y patrocine y bendiga sus conferencias con su sola presencia. Probablemente se sentirá muy complacido y halagado. Ocurre, como lo vieron Mises y Nozick, entre otros, que los intelectuales, por lo general, o bien exhiben un gran resentimiento si no son tomados por el poder como grupo de referencia privilegiado, o bien muestran una tremenda satisfacción al sentarse a la vera de los gobernantes y sentirse, por fin, reconocidos nada menos que como un magister enseñando filosofía política a un todo un prime minister.
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