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TERRORISMO

Zapatero busca las causas

Que nuestro presidente Rodríguez es hombre de no muchas luces, aunque sí mucha ambición y falta de escrúpulos, y que ha organizado un gobierno a tono, salta a la vista a cada paso y puede resultar una tragedia para España. Rodríguez ha aprendido unas cuantas coletillas y trucos de político progre, en los cuales sólo hay aire, aire viciado.

Pero por poca chaveta, como diría Azaña, que tengan todos ellos, es imposible que no hayan comprendido la función de las tropas españolas en Irak defendiendo a la población iraquí contra, precisamente, los mismos asesinos que golpearon en Madrid. Es imposible que no entiendan que al retirar los soldados han dejado inermes, en cuanto de ellos depende, a los iraquíes frente a sus verdugos, los mismos verdugos que asesinaron a casi 200 personas en España. Es imposible no entender que la retirada constituye, teórica y prácticamente, un premio al terrorismo, un acto de solidaridad con Al Qaeda. La reciente felicitación a Rodríguez por parte de "Mohamed el Egipcio", uno de los inspiradores de la matanza de Madrid, sobrepasa con mucho el rango de la anécdota. "La política del estadista español es un ejemplo que debiera ser seguido", vino a decir el asesino; y a continuación el estadista se propone en Túnez como modelo para los demás países
 
Podría explicarse esa actitud porque Rodríguez ha llegado al poder gracias a la matanza de Madrid. Pero esto, aunque indudable, no puede echársele en cara: la política tiene estas cosas, y él, mientras no se demuestre lo contrario, nada tuvo que ver con la matanza. Sí puede achacársele, en cambio, que sus instrumentos mediáticos (si no es él el instrumento) manipularan a la opinión pública presentando como culpables no a los asesinos, sino al gobierno del PP, el gobierno más exitoso contra el terrorismo etarra, el que acorraló a la ETA evitando la doble trampa en que cayó el PSOE: la claudicación y el crimen de estado. Exculpar a los terroristas, "comprenderlos" y desviar la culpa hacia los gobernantes democráticos es el mejor servicio que aquellos, tradicionalmente, esperan de sus simpatizantes.
 
La tan inconfesada como evidente simpatía de Rodríguez y su gobierno por el terrorismo islámico (que él prefiere llamar "internacional", para difuminar la responsabilidad), refrendada en su visita oficial a la dictadura tunecina, se extiende a la ETA, como demuestran los globos sonda lanzados en torno a la vuelta de los criminales a la universidad vasca y el abandono de la dispersión de presos; o los intentos de congraciarse con el PNV, el gran amparador y beneficiario del terrorismo etarra; o la estrecha alianza con un político que cambalachea abiertamente con los terroristas. No otros hechos encontramos bajo las frases rebuscadas y la ostentación de buenas intenciones tan propias de Rodríguez y sus políticos. Los hechos siempre resultan más reveladores que la retórica justificativa.
 
Por mucha indignación que provoquen estas actitudes poco adelantaríamos si no entendiésemos sus raíces, hundidas profundamente en creencias y concepciones políticas muy extendidas. A mi juicio las causas de esta actitud de Rodríguez, muy acompañado por un amplio elenco de artistas e intelectuales, son principalmente tres, cada una de las cuales exigiría un estudio detallado, y que aquí sintetizo:
 
a) En el fondo esos políticos y muchos intelectuales creen que los terroristas tienen no sólo sus razones sino, en definitiva, la razón. El terrorismo, opinan, tiene por causa principal y general las agresiones e injusticias contra los países pobres perpetradas, vienen a decir, por las democracias, identificadas durante decenios por la propaganda soviética con el "imperialismo". La idea permanece. Ahora mismo intelectuales "progresistas" como Javier Marías, Ramoneda y otros cuantos, recuerdan con mucho énfasis que el terrorismo "tiene causas", sugiriendo más bien "justificaciones", si bien no las explican con claridad (en otro artículo se las aclararé, ya que están tan interesados, sobre todo en relación con la ETA). Así pues, los atentados replicarían a la intervención criminal, o al menos ilegal, a juicio de ellos, de Usa contra la tiranía de Sadam Hussein. Por lo tanto la matanza de Madrid habría constituido un acto de defensa, quizá lamentable o excesivo, pero más o menos legítimo. No lo dicen tan claro, desde luego, se limitan a sugerirlo por el método de dejar en segundo plano el horror de los atentados, y pasar a primero las supuestas culpas de los "imperialistas" y su acompañantes, de Bush y de Aznar.
 
b) También creen que la democracia no tiene excesivo valor (salvo en las ventajas que ellos puedan aprovechar). Esta convicción subyace de modo confuso, pero perceptible, a la argumentación de los Rodríguez, Marías, etc.. Y resulta de una difusa, aunque persistente, influencia marxista. Para el marxismo, la democracia "formal" o "burguesa" consiste en un encubrimiento de la explotación capitalista, practicada, afirman, por las democracias contra el Tercer Mundo o contra el pueblo en general. El PSOE ha abandonado el marxismo pero, recuérdese, lo hizo a base de algunas maniobras políticas oportunistas, como ha sido habitual en ese partido, no mediante un debate clarificador que permitiese superar realmente aquel modo de ver la vida y la historia. La persistencia de esas ideas se manifiesta por doquier, desde la campaña electoral de Simancas en Madrid hasta estas solidaridades, a primera vista inconcebibles, con quienes atacan con tal crueldad las libertades en España.
 
c) Su visión de España es negativa. Creen que en nuestro país siempre ha mandado la derecha, lo cual en su imaginario significa que, salvo momentos muy contados de alivio como las dos repúblicas o el felipismo, España es un país marcado históricamente por la explotación, el oscurantismo y la opresión. Por tanto lo referente a España, sea su unidad, cultura o libertades, tiene poco valor. Y por eso no les impresionan mucho ni se sienten especialmente preocupados por los objetivos del terrorismo nacionalista vasco o del islámico, es decir, por la destrucción de la unidad y la democracia españolas. Ninguna de estas cosas despierta en ellos mayor emoción, y están a un paso de tildarlas de retrógradas. Llegado un momento, esos políticos e intelectuales pueden convertirse en los más eficaces amparadores de esos objetivos, al paralizar toda posible reacción.
 
La indignación ante los frutos de estas concepciones tendría poco efecto, insisto, si no se pusiesen al descubierto sus raíces. Pues con frecuencia oímos expresiones de horror hacia el terrorismo acompañadas, contradictoriamente, de ideas como las arriba expuestas, que, simplemente, justifican a los autores de tales carnicerías.
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