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DRAGONES Y MAZMORRAS

Ya no hay aldeas

Si entendemos por vacaciones no hacer lo que se hace durante el año, yo no sé lo que son ni falta que me hace. Además de no parar de leer, traducir, escribir y todo lo que haga falta, no doy abasto en materia de actos culturales, pues, creo haberlo dicho ya hasta la saciedad, se acabó para siempre la diferencia entre aldea y corte, al menos durante el verano.

Si entendemos por vacaciones no hacer lo que se hace durante el año, yo no sé lo que son ni falta que me hace. Además de no parar de leer, traducir, escribir y todo lo que haga falta, no doy abasto en materia de actos culturales, pues, creo haberlo dicho ya hasta la saciedad, se acabó para siempre la diferencia entre aldea y corte, al menos durante el verano.
Plaza mayor de Riaza, Segovia
Antiguamente –me refiero hasta diez años- la gente se iba al campo a embrutecerse un poco (doña Emilia Pardo Bazán lo llamaba “rusticicarse”), a sentir sobre el rostro el aire serrano o la brisa marina, sin pensar ni penar, tal como deseaba en su famoso poema Jaime Gil de Biedma, primo o en todo caso, familiar de Esperanza Aguirre (siempre lo recuerdo porque les da mucha rabia a los progres). Ahora, hasta en los parajes más apartados hay unas cuantas asociaciones culturales que se encargan de montar obras de teatro, conciertos sinfónicos y cosas de mucho atrezzo y altos vuelos. Por ejemplo, en Tiermes, se va a representar el día 20 una obra de Molière y aquí en Riaza, la nueva alcaldesa ha hecho descubrir a sus vecinos que la hermosa plaza porticada del siglo XVIII sirve para algo más que para alancear toros.
 
Y así, no sólo porque es lo que se espera de mí, como por otra parte de todos los veraneantes, sino porque me gusta hacerlo, el sábado pasado asistí a la representación de una zarzuela, con todos sus aditamentos y toda su parafernalia. Se trataba de Luisa Fernanda, de Moreno Torroba con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, representada por los Amigos de la Zarzuela de Torrejón de Ardoz. La plaza estaba abarrotada y la hermosa fachada del Ayuntamiento realzaba de manera espectacular el decorado. Gustó muchísimo y no es para menos porque esta zarzuela contiene momentos sublimes como aquel en el que el húsar de la Reina le dice a la duquesa “yo soy un caballero español” a lo que responde la dama “pues yo no soy extranjera”, y números inolvidables como el del soldadito que se marchaba en tren y la moza le despedía con el pañuelo desde el ribazo, o la romanza de “la mi morena, morena clara” y el vals de “bajo la sombra de una sombrilla de raso y seda…”, así como algunas jotas que iban que ni pintiparadas. Para que no acusen al consistorio de casticistas, sepan que este sábado, en el mismo escenario, toca una Serenada Nocturna la Orquesta Sinfónica Estatal Rusa y el que viene hay una Noche argentina, a cargo del Ballet Internacional Argentino. Como se lo digo. Total, que los nostálgicos del veraneo con alpargata y botijo están que trinan.
 
Y entre acto y acto, yo he seguido, mi implacable lectura de literatura policíaca llegando incluso a las fuentes más remotas del género. Así es, una vez terminados los tres tomos de la editorial Aguilar de Obras selectas de Agatha Christie (que, por cierto, son en total cinco, a ver si tengo suerte y los encuentro en la Cuesta de Moyano cuando vuelva, si es que Ruiz Gallardón no ha acabado con esa calle y ese comercio antes), he revisitado mi biblioteca y desempolvado viejos volúmenes de Gaston Leroux, Maurice Leblanc, Edgar Wallace y otros muchos autores, casi todos ellos  publicados en el Séptimo Círculo, colección dirigida por Jorge Luis Borges  y Adolfo Bioy Casares, y que ahora están siendo reeditados por las colecciones que se venden con los periódicos en las mismas y abominables traducciones. Algunas son tan atroces que convierten al texto en ilegible, por ejemplo las de Carter Dickson y Dickson Carr (que son la misma persona), y si no fuera porque sus autores (me refiero a los autores de la traducción) tal vez ya no sean de este mundo, son de juzgado de guardia.
 
Pues bien, de esta lectura monotemática sigue saliendo vencedora la reina del crimen, es decir, Agatha Christie esa mujer que fue tan rica y tan famosa que Wiston Churchill se refirió a ella diciendo que era la mujer que más provecho había sacado al crimen desde Lucrecia Borgia. La semana pasada, o la anterior, da igual, les recomendé una obra suya titulada Intriga en Bagdad a la que suponía agotada. Pues bien, acaban de resucitarla este mismo año en una editorial de Barcelona llamada Nuevas Ediciones de Bolsillo. Digo que la han resucitado porque la traducción sigue siendo la misma que se publicó, primero en Editorial Molino y después en Aguilar. Un crimen añadido. Y ya son tantos que he decidido cambiar de tercio. Ahora me he lanzado con voracidad sobre los dos voluminosos tomos, para mí todavía intonsos, de la Historia de mi vida de George Sand, esa autora que en Babelia decidieron que era inglesa, y no fue un error, porque la perspicaz autora de la reseña de una de sus novelas se había empeñado en demostrar reiteradamente la manera tan británica de escribir de la Sand (de verdadero nombre Aurore Dupin), una de las escritores más francesas que darse pueda, sin olvidar por supuesto a Colette. Pero ya les hablaré de esta nueva aventura la semana que viene, cuando haya terminado al menos el primer tomo, si la intensa vida social y cultural de esta apartada villa me lo permite, claro.  
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