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ENIGMAS DE LA HISTORIA

y 2. ¿Cuál era el objetivo de la "Acción Moisés"?

La “Acción Mosiés” pretendía la difusión de un documento de claro contenido político pero relacionado con la situación de la iglesia católica siguiendo una estrategia especialmente bien elaborada. El contenido del texto resulta de una claridad meridiana:

“Acusar a la jerarquía española de estar en contra del Concilio. Acusar a la jerarquía española de infidelidad a su propia función, señalando como causas de esa infidelidad la complicidad con el poder opresor, la incapacidad, la inconsciencia y sobre todo el miedo... Exigir en nombre del Concilio y del Evangelio: Revisión rigurosa de la vida histórica de la Iglesia española, de lo que se llama “nuestro glorioso pasado” y dar un testimonio de penitencia respecto a él, por parte de todos, especialmente de la jerarquía. Que la jerarquía “apueste sin equívocos, sin posibilidad de tergiversaciones, escandalosamente, por el Concilio y la Iglesia total en su actual línea evangélica, todo lo que no sea esa actitud radical seguirá sumiendo a muchos de nosotros en la desesperanza”. Si no, amenaza de pérdida de la fe de numerosos sacerdotes y militantes seglares”.

El texto no podía resultar más obvio. La “Acción Moisés” estaba encaminada, supuestamente sobre la base del Concilio y del Evangelio, a denigrar a la jerarquía exigiéndole que rompiera toda relación con el franquismo y revisara su propia historia pidiendo perdón por el pasado. De lo contrario, se vería amenazada con el enfrentamiento con un sector del clero y de los seglares que podían llegar a perder la fe y por una campaña informativa internacional que, presumiblemente, la dejaría en pésimo lugar. En la práctica, esto implicaba la sumisión de la jerarquía a la voluntad de radicales minoritarios pero bien organizados cuyos fines no eran meramente espirituales sino, fundamentalmente, políticos. Al respecto, no deja de ser interesante la identificación —bastante discutible por otra parte— del concilio Vaticano II con una línea de acción política bien concreta.

Los preparativos para la “Acción Moisés”, dada su magnitud, su alcance nacional y la presencia de otro factor al que nos referiremos más adelante, fueron captados por el obispo secretario del episcopado, monseñor Guerra Campos, que, inmediatamente, consultó al arzobispado de Madrid, al secretariado nacional de catequesis y al departamento de catequética del Instituto de Pastoral para saber qué había detrás de aquella reunión de catequesis convocada en Arturo Soria 230. Por supuesto, no tardó en descubrir que lo que había era todo menos catequesis, al menos en el sentido católico del término. A partir de ahí, abortar la “Acción Moisés” resultó relativamente fácil aunque sus ramificaciones permanecerían prácticamente incólumes.

El Centro Ecuménico de Información publicó el 25 de agosto de 1966 un informe titulado “Iglesia, no política” donde se detallaban los entresijos de la denominada “Acción Moisés” y su finalidad que era, fundamentalmente, “provocar la ruptura de la Iglesia española con el régimen”. El grupo organizador —al que nos referiremos a continuación— había tenido ya un papel extraordinario en una manifestación de curas celebrada el 11 de mayo de aquel mismo año en Barcelona. En el curso de este episodio había declarado expresamente: “Somos socialistas pero no como Willi Brandt sino mucho más a fondo; buscamos el diálogo con los marxistas, somos la Nueva Iglesia... Pietro Ingrao, miembro del Comité central del Partido Comunista italiano, es, naturalmente, un hombre a nuestro gusto. Consideramos a la jerarquía española como cismática”. Difícilmente se hubieran podido expresar mejor.

Los organizadores de ambas acciones estaban dirigidos, entre otros, por los sacerdotes Mariano Gamo —el famoso cura Gamo, párroco de Moratalaz vinculado al PCE—, Salvador Sallent, coadjutor de San Sadurní de Noya, Barcelona; Carlos García Blázquez, ecónomo de Maliaño, Santander; y Luis María Laibarra, ecónomo de Urigoiti, Vizcaya.

El fracaso de la operación clandestina se había debido en buena medida a un factor inesperado para los organizadores y que no había sido otro que la acción de sacerdotes afines a la jerarquía infiltrados a su vez entre los “progres”. La ironía de la situación queda de manifiesto cuando se piensa que, a la sazón, el PCE ya estaba captando a numerosos sacerdotes y seglares para el sindicato CCOO, un sindicato que negaba ser comunista y que aprovechaba de manera propagandística su supuesto contenido católico.

En septiembre de 1966, el presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Fernando Quiroga Palacios, dirigió un informe al papa sobre las actividades de esos sacerdotes en el que insistía en señalar que se trataba de una minoría y no de una representación cabal de todo el clero, afirmando: “Un grupo muy pequeño trata de aprovechar la multiforme inquietud de los demás para una acción estrictamente revolucionaria llevada tenazmente con autonomía y con secreto (en algunos casos con las formas típicas de la clandestinidad) encaminada a provocar un cambio político de signo socialista, afín al de los países de la Europa oriental, y a introducir una mutación rápida y radical en las relaciones de la Iglesia con la sociedad y con el Estado español. Se considera necesario aislar a esos agitadores, y ejercer sobre ellos la autoridad con la imprescindible energía”.

El juicio era correcto. Por supuesto, las operaciones subversivas tuvieron un éxito diverso no sólo en España sino también en el extranjero. En Hispanoamérica, por ejemplo, la infiltración comunista cuajó en la teología de la liberación que durante décadas tuvo un éxito notable en el impulso de movimientos revolucionarios; en España, el desplome del PCE limitó las posibilidades de éxito de estas operaciones aunque dejó a un sector significativo de la iglesia católica vinculada a líneas supuestamente progresistas que se identificarían más tarde con el PSOE e incluso, a partir de finales de los años noventa, con el movimiento de los antiglobalización; en las Vascongadas, finalmente, la Historia se sigue escribiendo con líneas de terror y sangre.


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