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DRAGONES Y MAZMORRAS

Vuelta al cole

Con indescriptible placer reanudo en el día de hoy estas crónicas a contrapelo cuyo título genérico no alude, como algunos podrían pensar a ningún juego de rol, sino que pretende ser una metáfora del mundo cultural y, en particular, del mundo literario, entendido como lugar o espacio harto desapacible habitado por animales de todo pelaje pero, sin duda alguna, amenazantes.

Dicho esto, que ahora caigo en la cuenta de que nunca expliqué del todo (les confieso que dudé entre “Crimen y castigo” o el “Pozo de Babel”) me propongo contarles en esta segunda entrega, que también espero alcance su buen centenar de números, todo aquello que de lo que sucede en esas inquietantes regiones llega hasta el rincón tras el que me agazapo. Les ahorraré el detalle de lo que vislumbré durante este destemplado verano a través de las esporádicas e informales lecturas de periódicos, en su mayor parte periféricos, donde, junto a las mareas, entradas y salidas de barcos y, ya en el interior, becerradas y encierros, había de vez en cuando alguna joya como la inefable entrevista que El Norte de Castilla hizo a ese “maestro intelectual” (que es como yo traduzco el concepto galo de “maître à penser”) de varias generaciones de españoles desnortados, llamado Agustín García-Calvo, quien, según pude ver en la fotografía, conserva su saludable parecido con don Pantunflo, el padre de aquellos dos pilletes llamados Zipi y Zape del dibujante Escobar (a quien no me une ningún parentesco). Y, en efecto, tiene algo de pantuflesco el buen señor, que se pasa toda la entrevista oponiéndose a todo.

Y así, desde su residencia veraniega de Zamora declara estar “cada vez más en contra de los veraneos”, y en particular, “en contra de las vacaciones”. También se muestra “en contra de la denominación de proyectos”, como respuesta a la inevitable pregunta sobre los mismos, a los que llama “cálculo del futuro”. Se dice reacio a la televisión, y a los medios de comunicación en general y, hablando de comunicación, aunque de otro tipo, se confiesa “atacador del automóvil” y rechaza que se le considere un defensor del ferrocarril porque “es un error pensar que se puede defender el ferrocarril como es un error pensar que se puede defender la naturaleza”. Resumiendo, el autor de El sermón del ser y no ser, se mete con las ciudades, con el campo, con las autovías, con los prohombes, incluso con Zamora, cuyo campus universitario, según cuenta, no le “prestó mucha acogida”; confiesa cínicamente que sus lectores, a quienes a imitación de Lola Flores pidió ayuda para pagar sus deudas con Hacienda, le “ayudaron a pagar casi la mitad de la multa”, que era cuantiosa, y concluye con una estremecedora a la par que sorprendente revelación sobre dónde reside, en la actualidad y en España, el verdadero poder: ¡en el Ministerio de Cultura!

Ya de vuelta al hogar —yo no estoy en contra de las vacaciones— me encuentro el mundo editorial revuelto por el vergonzoso proceso a Houellebecq (cuya crónica remito a la semana siguiente) y la liquidación del grupo Vivendi, que no sólo está acabando con el patrimonio editorial francés, como entenderán, sino también con el nuestro que, de momento, y mientras Jean-Marie Meyssier se fuma un puro en su fabuloso piso de Central Park, se refugia en los quioscos a través del sistema de cupones de los periódicos. Piensen en cómo debe de estar sufriendo García Calvo.


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