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Pujol y la Cope. El telón de Paja

El cardenal Mazarino, en su celebrado Breviario para políticos, recomienda enfáticamente la práctica del arte de la ocultación del propio pensamiento. "Simula, disimula, que nadie conozca tus verdaderos propósitos" son los consejos que dejó para la posteridad el astuto sucesor del gran Richelieu. Si existe en la España de hoy un seguidor aventajado de esa doctrina mazarinesca, sin la menor duda es Jordi Pujol. Su habilidad para decir una cosa al tiempo que insinúa la contraria, la estructura retórica de su discurso, plagada de cautelas y meandros, sus rectificaciones sobre la marcha tras haber dejado al mensaje principal derramar sus efectos deletéreos, su polisemia desafiadora de cualquier hermenéutica, su lenguaje variable a tenor de la audiencia, del lugar, del interlocutor o de la ocasión, son ya, con toda la razón, legendarios. A pesar de su excelencia en el dominio de la táctica, nada de lo que ha dicho o escrito -o plumas alquiladas han escrito con su nombre- tiene el menor interés en el plano conceptual o intelectual. Sus aportaciones al pensamiento político son irrelevantes y constan de una serie repetitiva de lugares comunes, socarronería aldeana, plagios mediocres o invocaciones rituales. Sólo gentes aduladoras, compradas o ingenuas pueden apreciar alguna profundidad o calidad en los innumerables tomos de Paraules del President que nos inflige incansablemente el servicio de publicaciones de la Generalidad.

Sin embargo, incluso el más reputado virtuoso tiene un fallo, un mal día, un traspiés lamentable. Hay que estar muy atento a los gazapos de los grandes artistas porque a través de esas involuntarias rendijas podemos atisbar en su realidad interna, tan celosamente velada a ojos curiosos. Y el inmarcesible Ubú, el dueño y señor del presupuesto público y clientelizador implacable de los patrimonios privados, el megalómano depredador de Cataluña y chantajeador impúdico de España, el estabilizador de Gobiernos y triturador de Constituciones, el mítico virrey satrápico de la Marca Hispánica, ha metido por fin la pata y ha incurrido en una torpeza que con un poco de suerte será su fin.

Si, el taimado regateador, el resbaladizo evitador de trampas, el blanco perpetuamente móvil de proyectiles dialécticos fallidos, de repente, milagrosamente, ha ofrecido un flanco descubierto, ha mostrado su auténtica y repulsiva faz y ha quedado atrapado en las redes de su maldad. Es terrible que Jordi Pujol haya cerrado tres emisoras de la COPE en Cataluña, es indignante, es más, es el peor atentado contra la libertad de expresión cometido en España desde que recuperamos la democracia hace dos décadas, es el colmo del horror y de la desfachatez, Montesquieu, Locke, Tocqueville y Stuart Mill se agitan en sus tumbas, pero, al mismo tiempo, Dios me perdone, ha sido una maravillosa bendición. Los ciudadanos y ciudadanas del Principado, del resto de España, de la Unión Europea, del mundo entero, ya saben, y lo saben sin remisión posible, que Pujol es, en el fondo enclaustrado de su alma diminuta, un fascista totalitario que, si pudiese, dejaría pequeños a Stalin, a Hitler, a Mussolini, a Castro y a Pol Pot. El hecho de que el marco cultural, político, sociológico y ético en el que vive no se lo permita, no empece la realidad, incuestionable a partir de principios de Mayo de 1999, de que su inquieto y viajero cuerpo esconde un dictadorzuelo inmisericorde de la peor ralea.

Porque una cosa es distribuir las frecuencias de radioemisión con criterios partidistas a la hora de atribuir nuevas concesiones, pecado ante el que ningún Ejecutivo autonómico de España puede lanzar la primera piedra, y otra, oh fechoría inimaginable, es clausurar emisoras en funcionamiento seguidas fielmente por centenares de miles de oyentes satisfechos que sintonizan este punto del dial con preferencia a los demás en uso de su inalienable derecho de elección. Esta vez Pujol ha ido demasiado lejos y lo pagará con creces. El singular especímen no escapará paradójicamente a su propio veneno cuya sobredosis ha sido excesiva incluso para él mismo.

Todo el montaje clama al cielo y nos da una patética medida de lo bajo que hemos caído como sociedad que se pretende civil. No hay que olvidar, en efecto, que si una tropelía como la perpetrada por el Muy Endeudable ha sido posible es, descontada la naturaleza maligna del protagonista, porque nada ni nadie se opone con una mínima firmeza y efectividad a sus desmanes. El Gobierno central que mira hacia el otro lado o deja oír protestas de oficio -la calificación del asunto como "chocante" por parte de su posmoderno portavoz no pasará a la historia de los aciertos de la comunicación-, los tribunales de justicia que remolonean o contemporizan, las fuerzas vivas que mueven el rabo esperando la subvención salvífica, el monopolio encubierto o la prebenda jugosa, el Defensor del Pueblo, que se entretiene pidiendo exhaustivos informes para abrir inanes expedientes, los grupos mediáticos que se lanzan ansiosos sobre los despojos de la víctima expoliada, y así sucesivamente una amplia panoplia de genuflexiones rastreras, renuncias dolosas y compraventas vergonzantes, deslizamiento aceitoso de una vieja y otrora orgullosa Nación por la pendiente del abandono de su dignidad y de su grandeza. Si el crimen cometido con la COPE en Tarragona, Manresa y Barcelona no es rectificado y reparado, el gran pacto civil de 1978, ejemplo y admiración del orbe, será sólo un papel húmedo de los humores de nuestra cobardía colectiva.

Basta leer los criterios de adjudicación de las frecuencias en el correspondiente concurso convocado por los verdugos de los micrófonos desafectos, para advertir el trucaje de un juego con un solo posible ganador: el nacionalismo en el poder. Las cláusulas relativas a aspectos que garantizan la solvencia técnica son puntuadas la mitad frente a las referentes a la utilización de la lengua catalana, que resultan absolutamente determinantes a la hora de fijar el baremo. Nada menos que cuatro de las nueve condiciones calificadas con veinte puntos corresponden a la obsesión lingüística del doctrinarismo pujoliano, requisitos claramente destinados a favorecer a los peticionarios afines y a excluir a los que no comulguen con el arcano revelado y con su profeta de la plaza de Sant Jaume.

Pongamos nuestras desvalidas esperanzas en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ante el cual tanto la cadena agredida como diversas plataformas ciudadanas han recurrido por la vía contencioso-administrativa para intentar frenar la voracidad del monstruo secesionista. La barbaridad cometida por Jordi Pujol en esta aciaga ocasión es de tal magnitud que cabe un resquicio de la probabilidad de que los doctos magistrados la perciban y pongan a Convergencia i Unió en su sitio.

Hace diez años se derrumbó el telón de acero que dividía el planeta en dos mitades, una que no aspiraba a ser el paraíso pero que sí pretendía ensanchar la libertad, y otra que ofrecía la dicha definitiva en forma de esclavitud de los cuerpos y de las mentes. Pujol llama a los catalanes a aglutinarse en torno a su par de paller. Después del enmudecimiento brutal en Cataluña de la voz honradamente crítica de la COPE y de la proclamación pública del pontífice máximo del nacionalismo irredentista del que él es el único ungido para definir la verdad en su territorio, no queda excusa para llamarse a engaño. Los catalanes no nos movemos envolviendo el palo del pajar, que acoge y conjunta esfuerzos plurales. Lo que Pujol ha levantado es otro telón, un telón de paja que nos escinde y nos separa, un telón tupido y excluyente, que ojalá no tarde en arder para que sus cenizas fertilicen un futuro en el que el sonido de un timbre a las seis de la mañana anuncie al lechero y no al Conseller de Cultura.

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