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ANÁLISIS

Victoria: capitalización y capitulación

Más importante que tener razón en un asunto cualquiera, lo es el saber comunicar las razones que la sostienen, hacerlas comprender y sacar las consecuencias oportunas: he aquí el saber de la praxis. Para poder vencer en una contienda es necesario saber también convencer: he aquí el poder de la convicción.

La caída del régimen de Sadam Husein ya es un hecho, y ha sido posible, después de todo, merced a la determinación de EEUU y la coalición de países que le han ayudado y asistido, entre ellos muy especialmente el Reino Unido y España. De todo ello hay que estar contentos y orgullosos, pues podemos descontar una satrapía y un “Estado matón” más de la nómina mundial, y de contar con otro pueblo, el iraquí, a las puertas de una sociedad democrática y libre. Pero, sobre todo, se ha enviado el mensaje nítido al resto de naciones, comunidades y grupos de la comunidad internacional, de que es posible, desde la resolución, la acción y la convicción, enfrentarse a las amenazas del Terror, que inauguraban sombriamente el siglo XXI. Sin embargo, unos temen mostrar en público este legítimo sentimiento de victoria contra el villano y otros incluso se avergüenzan de experimentarlo en privado. Y es que el lema totalitarista de “No a la guerra”, con su corte de connotaciones sediciosas y su cohorte de seguidores de la marcha —y demás foros contra la libertad— han logrado extender entre la población, y público en general, la sugestión de que no sólo la calle es suya, sino también la conciencia moral y los sentimientos, sean de indignación o de felicidad. Los demás, los que no son como ellos, sencillamente no tienen derecho a nada; se les niega la legitimidad, la paz, el pan y la sal; el agua (en el caso de la campaña contra el Plan Hidrológico Nacional, la significación de la expresión es literal); y en este plan.

Atendamos a dos ejemplos acerca de lo que estoy hablando. La “toma de Bagdad” por parte de las fuerzas norteamericanas vino acompañada de unos radiantes iconos ejemplificadores de la liberación: el cabo de marines Edward Chin escala hasta la estatua de Sadam Husein que presidía la Plaza Firdos (¡Paraíso!) de la capital iraquí y cubre la cabeza del dictador con la bandera de las barras y estrellas; grupos de habitantes de la ciudad, que intentaban en vano echar abajo la mole de bronce, celebran el hecho… sólo unos minutos, pues órdenes del mando superior hacen que se retire la enseña norteamericana para ser sustituida por la tricolor iraquí. No dudo del sentido prudencial de la decisión, pero sí deseo hacer constar aquí un acto que niega al vencedor la imagen de vencedor y se le roba momentos de alegría. ¿Por qué se dio la orden? Por imperativo y mandato de la “opinión pública mundial”, para no provocar…

Hay más. La otra imagen simbólica de la victoria podría ser la que muestra a los soldados norteamericanos (también británicos, pero ante todo los norteamericanos) abrazados por la población iraquí y compartiendo la emoción y el júbilo del comienzo de la liberación y del fin de la guerra. Pero de repente reaparece en escena ese apogeo de la infamia y del crimen —el más abyecto que pueda concebirse hasta la fecha (las mentes perversas siguen cavilando, o mejor maquinando, nuevas y mayores atrocidades contra la humanidad)— y que se materializa en una masa de carne y hierro que arma el denominado “hombre-bomba” o terrorista suicida-homicida o como venga a denominarse lo que es incalificable (si esto es un hombre…), que se lanza contra la tropa y la población circundante sembrando la muerte. Con este acto no se pretende tan sólo matar personas sino también el derecho a la celebración. Nuevas órdenes: queda terminantemente prohibido el contacto de la tropa con los civiles jubilosos. Nuevo hurto a la alegría. La imagen que debe quedar en la retina de la “opinión pública” es la de los norteamericanos disparando contra los civiles, no confraternizando con ellos.

Para la estrategia diseñada por el Aparato de Propaganda del “No a la guerra”, debe de impedirse por todos los medios que la caída del régimen de Sadam Husein pueda equipararse a la entrada de las fuerzas aliadas en París en 1944 o a la caída del muro de Berlín en 1989, y poder hacer una rememoración asociada, o, vale decir, aliada. En uno de los plenos celebrados en el Parlamento español poco después de la victoria en Irak, se escenificó un nuevo montaje para impedir la celebración: las recriminaciones resentidas y las bravatas del representante actual del comunismo español forzaron al presidente Aznar a tener que puntualizar que él estaba hablando de “paz”, no de “victoria”. Tampoco cuestiono aquí el valor prudencial del acto, pero sí hago notar que tras extenderse el cuento de que el Gobierno había metido a España en la guerra de Irak y después de hacerle culpable de todas las muertes y desmanes que allí tuvieron lugar, ahora se le niega el derecho de experimentar la parte que le corresponde de la victoria contra la tiranía. Y el Gobierno cede ante el acoso. Primer paso para una rectificación.

Tenemos aquí compendiados los principales protagonistas de la farsa política que se está representando en España en los últimos tiempos. Por un lado, están los que van de ganadores (ganen o pierdan); por el otro, los que van de perdedores (pierdan o ganen); o sea, Oposición y Gobierno, respectivamente. En nuestro presente globalizado, este farsa fraudulenta se observa tanto aquí como allí, allá y acullá. Francia, que ayer no ganó la II Guerra Mundial, pero se sienta desde entonces sin rebozo en el Consejo de Seguridad de la ONU, hoy, tras no apoyar a la coalición aliada en Irak, y además oponerse a ella y dificultarla con todas sus fuerzas, pretende seguir en su puesto y mandando, mover las piezas que le convienen y participar del botín de guerra, pues ellos como defensores de la causa de la Paz son los legítimos vencedores de la Guerra, y así pueden decir a EEUU lo que tiene o no tiene que hacer. Y si mencionamos a Francia, también habría que señalar a Rusia, Alemania, China, etcétera, cuando en lugar de actos política se refieren actos de piratería. Mientras tanto, los países islámicos guardan silencio, o hablan en voz baja.

Sin duda, al Gobierno español lo han dejado solo: esta era, y sigue siendo, la estrategia de los sectarios y los gregarios, los atizadores de la multitud y los animadores de la “opinión pública”, que no paran y van a ir todavía más lejos. Que nadie se llame a engaño. Mientras siga en pie la guerra interior desatada por el “No a la guerra” —aunque montada desde la huelga general del 20-J, por lo menos—, el Gobierno y el Partido Popular no van a tener tregua. La polarización de la política española ha conducido a una situación ciertamente extrema: éstos son los únicos que mantienen en la actualidad una política razonable y compatible con los ideales de la libertad. Mas esta circunstancia no debe complacer a una convicción liberal, que necesita de la oposición responsable, de la discrepancia, del pluralismo, de la competencia, de la diversidad, de la libertad, en fin. Urge que la oposición vuelva al camino de la democracia sin ira y a la lealtad institucional y constitucional. Y que el Gobierno comprenda que algo tiene que hacer al respecto. Ahora bien, recuérdese que si la política de apaciguamiento no es válida en política exterior, aún lo es menos en política interior.

Para llegar a esta ebriedad de totalitarismo manifiesto que rebulle en las fuerzas políticas izquierdistas y nacionalistas en España, de querer resultar victoriosos en todo y siempre, el Gobierno de Aznar y el Partido Popular han debido de servirles unas cuantas copas: se ha permitido la conquista del “espacio digital” a Sogecable sin apenas pugna; se ha cedido el triunfo al “frente sindical” tras la huelga general tras el 20-J sin necesidad; se cede la palabra y el protagonismo a los insurgentes en los actos públicos organizados por ellos para ser insultados; se sacrifican y se dan por perdidos, sin más, el “mundo de la cultura”, la política de los medios de comunicación, la dirección y la administración de la escuela pública para ponerlos en manos de sus más feroces enemigos (no los califico yo de “enemigos”, actúan ellos como tales, y se precian de ello) ; etcétera, cuando ahora se está viendo el papel de vanguardia que están teniendo en la movilización general para derribar al Gobierno.

El Partido Popular ganó las últimas elecciones generales con mayoría absoluta, pero otros se sienten los campeones. La coalición internacional ha vencido en la guerra de Irak, pero otros pretenden sacar provecho de ello. La “cumbre de las Azores” abrió una perspectiva renovadora de relación transatlántica que algunos pretenden anular con la alternativa temeraria del eje franco-ruso-alemán. Dentro de un mes se celebran elecciones regionales y autonómicas en España. Si se gana y no se capitaliza la victoria, o si se cede y se capitula ante los que han perdido, a éstos les cabrá la celebración.

Fernando R. Genovés es filósofo y ensayista. Su último libro publicado lleva por título Saber del ámbito. Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía, Ed. Síntesis, 2001.
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