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DIGRESIONES HISTÓRICAS

Verano del 34: La gran huelga campesina (II)

Una vez neutralizado Besteiro, el PSOE pudo poner en marcha, a principios del 34, la maquinaria y los preparativos insurreccionales. Las instrucciones secretas de la insurrección declaraban con plena concreción que se trataba de una guerra civil, y no de un simple golpe de fuerza más o menos cruento. Por lo demás, no era sólo una instrucción secreta, porque la propaganda del partido hablaba abiertamente de la necesidad de ir con paso firme a la guerra civil, que abriría el camino a la dictadura del proletariado, es decir, del PSOE. No es de extrañar que la derecha se sintiera alarmada.

Una vez neutralizado Besteiro, el PSOE pudo poner en marcha, a principios del 34, la maquinaria y los preparativos insurreccionales. Las instrucciones secretas de la insurrección declaraban con plena concreción que se trataba de una guerra civil, y no de un simple golpe de fuerza más o menos cruento. Por lo demás, no era sólo una instrucción secreta, porque la propaganda del partido hablaba abiertamente de la necesidad de ir con paso firme a la guerra civil, que abriría el camino a la dictadura del proletariado, es decir, del PSOE. No es de extrañar que la derecha se sintiera alarmada.
La primera gran maniobra de desestabilización del verano del 34 provino del PSOE. Éste había resuelto organizar una revolución de tipo soviético, contra la resistencia de Besteiro. Es impresionante leer las palabras del lúcido, pero impotente líder socialista, dirigidas a sus compañeros de partido: “Vais a llegar al poder, si es que llegáis, empapados y tintos en sangre”, para luego “lanzaros a una cruel guerra fratricida con los obreros comunistas, sindicalistas y anarquistas” (lo último ocurriría en plena guerra civil del 36 al 39). “La prensa del partido envenena a los trabajadores”. “Por ese camino de locura decimos a la clase trabajadora que se la lleva al desastre, a la ruina”. “La República social en España y el Estado totalitario socialista son algo absurdo, un camino de locuras”. Rechazaba la pretensión de imponer “la dictadura del proletariado y la toma íntegra del poder por los socialistas” y denunciaba aquella “vana ilusión que se paga demasiado cara, porque al final son las masas las que cosechan los desengaños y sufrimientos”. “¿Es que no habrá posibilidad de salir de esta locura dictatorial que invade el mundo? ¿Es que nos vamos a contagiar de la peste del momento?”
 
No menos impresionante es que ninguna de las prevenciones y denuncias de Besteiro tuviera efecto. La razón es doble. Dentro del partido, Prieto no estaba convencido de la revolución, pero, entre Besteiro y Largo Caballero, optó por el segundo, y contribuyó a hundir a Besteiro mediante intrigas y maniobras a veces de gran violencia, como señala Amaro del Rosal, muy complicado en ellas. En segundo lugar, la mayoría socialista estaba convencida de la victoria: el ejército estaba minado e incapacitado, y la derecha carecía de ánimo y decisión para oponer verdadera resistencia. Esta es la principal razón, y no un imaginario fascismo, cuya inexistencia conocían muy bien los dirigentes socialistas, como prueban sus documentos, aunque utilizaran ese espantajo para acosar a las derechas y soliviantar a los trabajadores.
 
Una vez neutralizado Besteiro, pudo ponerse en marcha, a principios del 34, la maquinaria y los preparativos insurreccionales. Las instrucciones secretas de la insurrección declaraban con plena concreción que se trataba de una guerra civil, y no de un simple golpe de fuerza más o menos cruento. Por lo demás, no era sólo una instrucción secreta, porque la propaganda del partido hablaba abiertamente de la necesidad de ir con paso firme a la guerra civil, que abriría el camino a la dictadura del proletariado, es decir, del PSOE. No es de extrañar que la derecha se sintiera alarmada.
 
El movimiento insurreccional seguía una preparación secreta, pero sus reflejos exteriores eran inevitables e inequívocos, pese a lo cual el gobierno Samper tendía a cerrar los ojos y no creer lo que le parecía demasiado increíble. Al PSOE se le planteaba también el problema de provocar fuertes movimientos previos para ir, por así decir, entrenando a las masas, o bien mantener todo oculto hasta el momento decisivo. No era fácil decidir, y, a pesar de que Largo Caballero no era muy favorable, al acercarse la cosecha de 1934 un sector del partido, encabezado por Zabalza, líder de la FNTT, sector agrario de la UGT, y Margarita Nelken, diputada por Badajoz, decidió lanzar una gran prueba de fuerza. Ha sido muy divulgada la idea de que la derecha desde el poder procuraba dejar sin cultivar los campos para vengarse de los jornaleros, a quienes aconsejaba sarcásticamente: “¡Comed república!” En realidad la cosecha de aquel año se presentaba como una de las mejores del siglo hasta entonces.
 
Sabotear la recogida mediante una huelga, en un país fundamentalmente agrario, podía resultar catastrófico, máxime en una época de crisis mundial. El gobierno acogió las sucesivas reivindicaciones salariales y otras, presentadas por los socialistas, pero pronto se hizo claro que las mismas no pasaban de pretextos, pues eran seguidas de nuevas exigencias cada vez más inaceptables. Y, en efecto, finalmente fue ordenada la huelga el 5 de junio, en el momento crítico de la recolección. Fueron asesinados algunos patronos y obreros que se negaban a seguir las instrucciones socialistas —pues las concesiones del gobierno habían desmovilizado a muchos—, incendio de campos y de maquinaria agrícola, etc.  El gobierno Samper, por una vez, reaccionó con energía, declaró que “la cosecha es la república” y que no admitiría su sabotaje. Detuvo a numerosos dirigentes y trasladó a cientos de activistas a decenas de kilómetros de sus lugares. Esta reacción se debió sobre todo al ministro republicano radical Salazar Alonso —que sería asesinado por los milicianos a poco de reiniciarse la guerra en 1936—, abortando gracias a ella un movimiento sumamente peligroso para la estabilidad del país. La Nelken pretendió que todo el campo español estaba parado, pero la huelga sólo afectó, muy parcialmente en la mayoría de los casos, a 1.600 municipios de los 9.000 del país, según las estimaciones de Malefakis. Hubo 13 muertos y 200 heridos, en su mayoría trabajadores no huelguistas.
 
Los socialistas lanzaron entonces una campaña de propaganda hablando de manera muy exagerada y mendaz de la represión, creando una leyenda que ha sido repetida acríticamente por Preston y otros historiadores, pero cuyas contradicciones e inconsistencias he analizado en Los orígenes de la guerra civil. La represión fue enérgica y efectiva, como requería el grave peligro, pero de ningún modo tuvo el carácter criminal pretendido por la propaganda. No hubo, por poner un ejemplo, ningún episodio remotamente comparable al de Casas Viejas, cuando, bajo el gobierno socialista-azañista, la policía había organizado una brutal matanza de campesinos.
 
Dentro del PSOE, el fracaso produjo serias tensiones. Aunque el partido persistía en sus denuncias exaltadas de la represión, tenemos una imagen mucho más fidedigna de lo que realmente pensaban. El 11 de junio se reunió la comisión ejecutiva de la UGT para tratar el caso. Zabalza pidió extender el paro a los trabajadores industriales. Esto podía parecer razonable porque, para convencer a los campesinos, se les había hecho creer que la UGT declararía la huelga general también en las ciudades. Además, Zabalza pensaba aprovechar un momento de crisis política extrema provocada por un nuevo conflicto fabricado por la Esquerra, del que hablaremos en el próximo capítulo. Pero la mayoría de la ejecutiva estaba furiosa con la experiencia, que no había llevado a nada y, en lugar de servir de preparación orgánica y psicológica para la guerra civil planeada, había supuesto un paso atrás. Insistir en la misma línea podría llevar al enfrentamiento armado prematuro y a la derrota segura. Uno de los dirigentes, Pretel, acusó a Zabalza prácticamente de traidor, aunque “no consciente”, y el ambiente era de haber caído en una provocación. Entonces Zabalza cambió bruscamente de disco y propuso hablar con el gobierno para buscar una salida que les permitiera salvar la cara. Largo Caballero, irritado, replicó: “Lo que dice Zabalza no puede considerarse un argumento de buena fe. No hemos intentado todavía esas gestiones. No sabemos el resultado que darán”.
 
Pero, en fin, se aceptó negociar con el gobierno, y éste, tachado de fascista y represor, ratificó jornales no inferiores a los del año anterior y otras diversas reivindicaciones. Los socialistas propusieron tribunales provinciales compuestos por un obrero, un patrono y una persona neutral, para arbitrar las diferencias, sugerencia que, señala el acta de la UGT “los ministros acogieron con simpatía”. Y así terminó un conflicto que pudo haber traído un hambre masiva.
 
Evidentemente nada de estas gestiones secretas trascendió entonces. El PSOE continuó “envenenando a los obreros”, como decía Besteiro, y atacando al gobierno como criminal y fascista, Y, por supuesto, preparando activamente la insurrección, que incluía acopio de armas, entrenamiento de grupos de acción, el socavamiento del ejército y preparación de un golpe militar con numerosos oficiales comprometidos, etc. E inmediatamente comenzó su colaboración con los nacionalistas catalanes que durante el verano lanzaron un reto extremadamente peligroso a la legalidad republicana.
 
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