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CRITERIOS DE SABER Y CRÍTICA

Ver para juzgar

¿Es posible criticar y denunciar un producto nocivo, como, por ejemplo, la última película de Julio Medem, sin haberla visionado? Por supuesto que sí. La mayor parte de nuestros juicios y opiniones se basan en testimonios de segunda mano. Nuestra experiencia es limitada, pero, sobre todo, selectiva. Y saber es elegir.

¿Es posible criticar y denunciar un producto nocivo, como, por ejemplo, la última película de Julio Medem, sin haberla visionado? Por supuesto que sí. La mayor parte de nuestros juicios y opiniones se basan en testimonios de segunda mano. Nuestra experiencia es limitada, pero, sobre todo, selectiva. Y saber es elegir.
Se trata de un argumento recurrente, o mejor dicho, de una burda añagaza con la que algunos se curan en salud y se blindan ante críticas y apreciaciones, en especial, de tipo negativo. Me refiero al viejo recurso de pretender frenar o amortiguar el juicio ajeno levantando como primera barricada protectora la exigencia a todo crítico u opinante de disponer de experiencia directa sobre el objeto de la estimación que hiciese. Algo así como un justificante de que uno ha tocado el género como condición para poder valorarlo. Según esto, nadie estaría capacitado para comentar una película si previamente no la ha visto o, para ser más precisos, “visionado”, que es como en rigor hay que “ver” las imágenes cinematográficas, “especialmente desde un punto de vista técnico o crítico” (Diccionario de la RAE).
 
Decimos, por ejemplo, que el filme “Torrente” o “El día de la bestia” nos parecen unos bodrios impresentables, y somos interpelados de inmediato con la inquisición: “Pero, ¿tú la has visto?” Si respondemos que no, estamos perdidos, porque quedamos deslegitimados de entrada para emitir la menor apreciación sobre el contenido, y no digamos la calidad, de la cosa. Además, es fácil que uno sea tildado de soberano dogmático por hablar de aquello que no sabe, como si saber y percibir significasen lo mismo. Mas, si respondemos que sí, el asunto se pone todavía más feo, puesto que habremos caído en la red de los incautos al haber picado, y no para engrosar la nómina de críticos con criterio, sino la de los que pasan dócilmente por la taquilla sin derecho al reintegro del importe de la entrada. Algo similar ocurre con situaciones referidas a la controversia sobre un popular e impúdico programa de televisión “del que todos hablan” o sobre la plática acerca de un libro escandaloso que se encarama a las listas de ventas y cuyo “título corre de boca en boca”. Son éstas situaciones que acompañan la puesta en marcha de productos de consumo literalmente “provocativos”, es decir, de aquellos objetos cuya razón de ser y publicidad principal no descansan en un presumible valor intelectual o artístico sino sencillamente en el declarado objetivo de que se hable de ellos.
 
De manera que el requerimiento aparentemente inocente de tener noticia directa de todo fenómeno para poder ser juzgado con suficiente ponderación y criterio oculta en realidad una nada candorosa campaña y promoción de ventas, la cual aunque no siempre sea pretendida, sí resulta casi con seguridad muy provechosa para el interesado. ¿Provocó Julio Medem su protagonismo principal en la pasada (ojalá fuese la “última”…) Gala de los Premios Goya? No podría asegurarlo, pero lo indudable es que este sujeto sabe sacar partido como pocos del sufrimiento ajeno y de la pelotera. Todos hablan (ay, hablamos) de su dichoso documental, y si el postulado de “si no lo veo no lo creo” que acabamos de describir, funciona, y para comentar o criticar el filme es preciso haberlo visionado, no me extraña que, como ocurre ordinariamente con todos los victimistas, el cineasta tan comprometido con el “problema vasco” se muestre encantado de estar en el ojo del huracán. Por el contrario, no puede decirse que las víctimas del terrorismo se refocilen en su dramática situación y les convenga su trágico estatuto; bueno, en realidad, sí se lanza tal escarnio, y otros oprobios igualmente tremendos, como que el Gobierno y el PP buscan extraer beneficios políticos de la negrura y la continuidad del terrorismo…
 
¿Cómo le va a Medem? Pues, tan ricamente. El boletín El País, no satisfecho con restregarle por las narices de miles de españoles el sexo de Lucía (y Julio) la semana de autos, sacaba en la contraportada del número del domingo siguiente una entrevista estelar con el autor de la semana en la que, entre otras bravuconadas, confesaba lo siguiente acerca del documental de las pelotas: “La película ha hecho unas tres veces más de público de lo que habíamos calculado en nuestras mejores previsiones”. O sea, que el negocio va viento en popa y vengan polémicas. La ceremonia de la confusión del sábado goyesco tuvo menor audiencia televisiva que la celebrada en ocasiones anteriores, pero ¿cuántos espectadores se acercaron a la pequeña pantalla sabiendo lo que allí iba a ocurrir y a quiénes beneficiaba la expectación y el espectáculo, aunque tenían que verlo para poder juzgar después y si no, se les acusaría de hablar por hablar? En fin, que había que verlo para creerlo.
 
Yo ni he visionado el documental pelotari ni la gala galana, y no lo confieso, sino que lo asevero: ¿no tengo, en consecuencia, información ni criterio suficientes para poder considerar su sentido y significación? ¿Es que no existen acaso otras fuentes de información y criterio además de las que devienen de la percepción directa? Soy más espectador en sentido orteguiano que televidente fiel a “Crónicas marcianas” o “Tómbola”: ¿estoy intelectualmente impedido para tener una opinión sobre el particular? Tampoco he leído Mi lucha de Adolf Hitler ni las Obras Completas de Sabino Arana: ¿estoy negado por ello para poder evaluar el alcance último del pensamiento hitleriano o araniano? Sí he leído, en cambio, a John Locke, y a otros que me han proporcionado claves de criterio y perspectivas de saber. Del empirista inglés he aprendido que el fundamento de nuestro conocimiento es de dos clases: el que se conforma con la percepción directa y presente de las cosas y el que proviene del testimonio que prestan otras fuentes. La mayor parte de lo que sabemos procede del segundo origen. Natural. La vida es breve, y conocer significa ante todo aprender de otros, y discernir, discriminar y seleccionar de entre el piélago de hechos que hay. Ah, y no perder el tiempo en lo baladí.
 
 
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