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NEOINQUISIDORES

Vargas Llosa contra el intelectual K

Vargas Llosa tiene una suerte increíble. Y no por el Premio Nobel. Todo lo contrario. El galardón sueco es en realidad una trampa mortal. Bajo la envoltura del reconocimiento supremo se esconde el peligro de que el premiado se convierta en una estatua de sal, un cliché, un logo, una momia en vida. Una especie de zombi con pedigrí al que pasear por universidades, conferencias y homenajes.


	Vargas Llosa tiene una suerte increíble. Y no por el Premio Nobel. Todo lo contrario. El galardón sueco es en realidad una trampa mortal. Bajo la envoltura del reconocimiento supremo se esconde el peligro de que el premiado se convierta en una estatua de sal, un cliché, un logo, una momia en vida. Una especie de zombi con pedigrí al que pasear por universidades, conferencias y homenajes.

De tantas palmaditas en la espalda, de tantas adulaciones que reconfortan el alma y recompensas que abultan la cartera, incluso un tipo con la cabeza tan bien amueblada como el hispano-peruano podría caer en la molicie intelectual.

Afortunadamente, en su salvaguarda ha venido el intelectual K. Como el esclavo que le recordaba al general romano triunfador que incluso él era mortal, un grupo de "intelectuales argentinos", agrupados bajo la letra K, ha pedido formalmente que don Mario no inaugure la Feria del Libro de Buenos Aires. No por mal escritor, aunque alguno sostenga que fue bueno "hace cuatro décadas", sino por facha, derechista, opresor, neoliberal, vocero de la oligarquía y, literalmente, por tener a los K con las bolas llenas.

Pese a lo que podría conjeturar el cultísimo lector, lo de la K no es un homenaje a los protagonistas de El castillo y El proceso, de Kafka. Aunque todo el asunto y lo que pasa en la escena política y cultural argentina tenga un aire kafkiano, entre absurdo y acojonante. La clave está en la K del apellido Kirchner, la última metamorfosis de ese cáncer político convertido en metástasis ideológica que es el peronismo. Decía Borges que los peronistas no son ni buenos ni malos, sino incorregibles...

Los incorregibles abajofirmantes kirchnerianos están liderados por el director de la Biblioteca Nacional argentina, que, aplicando la doctrina de que en casa del herrero lo que se estila es la cuchara de palo, publicó una carta abierta en la que reclamaba el veto a don Mario.

Considero sumamente inoportuno el lugar que se le ha concedido (...) Es sabido que hay dos Vargas Llosa, el gran escritor que todos festejamos, y el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región con argumentos que lamentablemente no solo deforman muchas realidades, sino que se prestan a justificar las peores experiencias políticas del pasado.

Así que, como si esto fuera la novelita de Stevenson, al Doctor Vargas le perdonan la vida literaria pero a Míster Llosa no le perdonan que defienda la democracia liberal y la economía de mercado; que quiera una Hispanoamérica en la que predominen las sociedades abiertas y se respeten los derechos humanos y la separación de poderes. Una Hispanoamérica, por ejemplo, con más Bachelet y menos Kirchner (Cristina) o más Lula da Silva y menos Kirchner (Néstor).

Borges.En Argentina hay una curiosa tradición, la de poner a ciegos al frente de la Biblioteca Nacional. Antes de Borges estuvieron Paul Groussac y José Mármol. Horacio González también lo es, pero él metafóricamente. No quiere ver ni en pintura a Vargas Llosa defendiendo, como en Estocolmo, una reivindicación de la literatura como arma de liberación masiva. Lo que en Suecia suena a gloria, en Buenos Aires se entiende como una amenaza.

Vargas Llosa es una figura de relevancia internacional, pero lo cierto es que el acoso a los que piensan fuera del peronismo de corte kirchnerista es una constante en Argentina, donde críticos de cine como Gustavo Noriega o la opositora cubana Hilda Molina han sido acosados igualmente por turbas progubernamentales.

El acoso se da en Buenos Aires o... en Barcelona. Si algo hermana a los censores en Occidente es el nacionalismo. Da igual que seas de derechas o de izquierdas, la fuerza censora en los países occidentales es de origen nacionalista. Así, cuando pide la censura contra Míster Llosa (al literato Doctor Vargas le conceden graciosamente la potestad de disertar, siempre y cuando se dedique a hablar sólo y exclusivamente de bellas artes), González propone que para la inauguración de la Feria del Libro se designe, "como es costumbre", a

un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina;

donde no se sabe si produce más escalofrío el llamamiento a escoger una figura de consenso al margen de cualquier heterodoxia y disensión ("representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas") o la referencia a la tradición espuria, a los derechos adquiridos, de la mafia intelectual ("como de costumbre"). Solo en una ocasión anterior fue invitado a la inauguración de la feria un escritor foráneo, Carlos Fuentes, que sin embargo no suscitó protesta alguna, porque aunque de diferente acento compartía por lo menos una visión izquierdista de la política.

No es preciso refutar la acusación de "mesianismo autoritario" que se vierte contra Vargas Llosa, sería caer en la trampa de todos los K de este mundo, que pretenden gestionar la entrada al Parnaso de la gloria literaria y el Parlamento de las voces libres. Además de que sería tan fácil... El novelista es un liberal heterodoxo (valga la redundancia), claramente progresista en su condena de la persecución a los homosexuales, el derecho de las mujeres al aborto o la reivindicación de los palestinos de un Estado propio. Un tipo que no tolera que lo intimiden o avasallen, como queda claro en su respuesta, en Clarín, al piquete de intelectuales del pesebre K:

Lo último que se me hubiera ocurrido es ir a inaugurar la Feria del Libro para hacer política. No era lo propio, lo adecuado. Sé que hay un sitio para cada cosa. Ahora ellos han creado una situación muy difícil porque sería un terrible escamoteo que yo no hablara de mis posiciones y mis ideas cuando me querían prohibir que lo hiciera (...) Es una cuestión de dignidad, de coherencia, y sería una frustración para quienes quieran escucharme que no me dé por enterado de lo que han dicho, de las acusaciones que me han hecho y, además, de las etiquetas que me han colocado.

Lo peor es que se está poniendo de moda ese espíritu cerril y pueblerino, que un día trata de callar la boca a Vargas Llosa en Argentina y otro rebaja a la antes universal y abierta Francia a la ignominia de repudiar a uno de sus talentos literarios más grandes, Louis Ferdinand Céline, por sus tenebrosas opiniones políticas. El que ha presentado a dos de los más brillantes intelectuales catalanes, Albert Boadella y Arcadi Espada, como enemigos de su propia tierra.

Aunque la presidenta Cristina Fernández Kirchner ha sido rápida de reflejos al desautorizar a los que pretendían ser más kirchnerianos que ella misma, cabe la posibilidad de que Horacio González, J. P. Feinman, Forster, Caparrós, Coscia y otros fans del peronismo como unidad de destino en lo universal argentino interrumpan a Vargas Llosa tirándole huevos. El Nobel cubierto de yemas y claras podría pensar que, ya que a Borges no le dieron el premio, por lo menos a él los peronistas le han honrado de la misma manera que usó el único y original Perón para honrar al autor de El Aleph: lo destituyó como director de la Biblioteca Nacional para ascenderlo a algo que, no me cabe la menor duda, el marido de Evita consideraba un puesto mejor: inspector de Huevos y Aves. Sorprendentemente, Borges no aceptó un ascenso por el que Horacio González daría una de esas bolas que siente llenas a reventar.

 

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