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NUEVA EDICIÓN DEL ÍNDICE DE LIBERTAD ECONÓMICA Y DEL DOING BUSINESS

Una maravillosa coincidencia

"Cuanto más planifica el Estado, más complicada se le hace al individuo su propia planificación". Las palabras del maestro Hayek siguen siendo hoy tan certeras como cuando las escribió en Camino de servidumbre, allá por 1944.


	"Cuanto más planifica el Estado, más complicada se le hace al individuo su propia planificación". Las palabras del maestro Hayek siguen siendo hoy tan certeras como cuando las escribió en Camino de servidumbre, allá por 1944.
Pensaba en ellas mientras leía en la prensa dos noticias habituales en estas fechas: la publicación del Índice de Libertad Económica (ILE), que elabora la Fundación Heritage junto con el Wall Street Journal, y del Doing Business (DB) del Banco Mundial.

Me gusta revisar cada año estos dos ránkings porque ofrecen la demostración empírica de algo que los liberales defendemos desde el punto de vista teórico: la libertad no sólo es un derecho inalienable a todo ser humano, sino que además crea prosperidad y riqueza allá donde es protegida y promovida. Los primeros puestos de ambas clasificaciones están ocupados por las economías que más han crecido en las últimas décadas, mientras que los experimentos intervencionistas como Venezuela y Bolivia, que tanto aplauden los progresistas europeos de salón, se hunden bajo el asfixiante peso del entremetimiento estatal.

Aunque dichos documentos se ocupan de la libertad económica en su conjunto y comparten algunos datos, el ángulo desde el que se acercan a los países objeto de estudio es ligeramente diferente. Así, el ILE analiza la política económica y la legislación de cada país desde un punto de vista general (nivel de impuestos, libertad para comerciar, protección de los derechos de propiedad, corrupción...), mientras que el DB pone el acento en las facilidades que da cada Estado para que los empresarios hagan negocios dentro de sus fronteras (número de días necesarios para abrir una empresa, tiempo gastado al año por una compañía en calcular y pagar sus impuestos, documentos necesarios para importar o exportar una mercancía...).

Tengo que reconocer que, aunque los dos me parecen tremendamente interesantes, siento una especial predilección por el DB y la manera en que resalta esas pequeñas trabas que los gobiernos ponen para que los ciudadanos hagan algo tan sospechoso como contratar libremente y crear riqueza: un amigo mío, especialmente fajado en los laberínticos vericuetos de la burocracia española, lo denomina "el mundo del papelito".

En cualquier caso, las dos clasificaciones nos dan infinitos ejemplos de cómo la libertad y el crecimiento van de la mano allí donde aquélla es cuidada. Los siguientes son algunos de esos datos que han llamado particularmente mi atención (ambos estudios utilizan datos de 2008 y 2009, por lo que no reflejan todas las consecuencias de la crisis y de la fiebre reguladora que ha afectado a los gobiernos de medio mundo):

Los cinco primeros clasificados en el ILE son Hong Kong, Singapur, Australia, Nueva Zelanda e Irlanda. El DB lo encabezan Singapur, Nueva Zelanda, Hong Kong, Estados Unidos y el Reino Unido. Incluso con los efectos del crack financiero que ha asolado la economía mundial en los últimos dos años, todos ellos son buenos ejemplos de sociedades prósperas.

España pierde posiciones en los dos índices. En el ILE pasa del puesto 29 al 36, mientras que en el DB cae del puesto 51 al 62. Los dos países de la eurozona peor clasificados en ambas listas son Grecia e Italia. Evidentemente, su crítica situación económica no es una casualidad.

En la evolución histórica del ILE puede verse cómo España experimentó un auge sustancial desde 1996 hasta el año 2001 (desde los 59,6 a los 68,1 puntos, una mejora de 7,5 puntos en cinco años), coincidiendo con el primer Gobierno del Partido Popular. Luego, tanto con la mayoría absoluta de los populares como con Zapatero, se ha movido en un terreno más plano: ha crecido 1,5 puntos en ocho años. Tampoco parece fruto del azar que los últimos años del pasado siglo hayan sido los de mayor crecimiento de la historia reciente de España.

El segundo país europeo mejor clasificado en ambas listas es Dinamarca (9º en el ILE y 6º en el DB): podría subir aún más si no fuera por sus altos niveles de impuestos y gasto público. En mi opinión, se trata de un claro ejemplo de algo que los liberales olvidamos con cierta facilidad: no todo se acaba con el cobro de más o menos tasas por parte de la Administración de turno. No es que quiera defender el altísimo nivel impositivo danés; pero, sinceramente, prefiero un Gobierno que me cobre el 55% de mis ingresos y luego me deje tranquilo para que organice mi vida como me plazca a otro que me cobre el 47% y luego está permanentemente entrometiéndose en mis asuntos.

Si la foto de España sale especialmente borrosa en algo es en lo referido al mercado laboral. En el ILE, los 47,3 puntos del apartado "Labor Freedom" no sólo representan nuestra peor nota, sino que nos sitúan muy por debajo de la media global y a kilómetros de distancia de los países de nuestro entorno. No hay noticias de que los sindicatos o el Gobierno –o el 20% de parados– hayan o tomado nota (o vayan a hacerlo) de este dato.

Peor aún es nuestra situación en el epígrafe "Starting a Business" del DB: ocupamos el puesto 146 de los 183 países analizados (vamos, que tenemos detrás a Cuba, a Venezuela, a Corea del Norte y a algún otro despistado). La comparación con los demás países de la OCDE mueve al llanto: en España son necesarios 10 procedimientos, 47 días y un coste del 15% del PIB per cápita para algo tan peligroso como poner en marcha un negocio; en Francia, que tampoco es un ejemplo de liberalismo, las cifras respectivas son 5, 7 y 0,9%. En Nueva Zelanda, uno de los mayores éxitos de las últimas décadas, para crear una empresa sólo es necesario un requisito, que se cumplimenta en un solo día y no cuesta nada.

Al analizar estos resultados me acordé de otra anécdota de Hayek, que le he oído narrar al profesor Rodríguez Braun. En una conferencia, el gran pensador vienés aseguraba que la libertad es un fin en sí mismo que hay que defender siempre, y que los liberales debemos tener cuidado con los argumentos utilitaristas (del tipo "A más libertad, más riqueza") porque podrían volverse en nuestra contra. En eso, uno de los asistentes le recordó que, casi sin excepción, donde se ha promovido la libertad ha crecido la riqueza. Entonces Hayek sonrío y le dijo: "Efectivamente, ésa es una maravillosa coincidencia".


© AIPE

DOMINGO SORIANO, miembro del Instituto Juan de Mariana.

Rectificación del autor del artículo: La anécdota referida en el último párrafo no fue protagonizada por Hayek, sino por otro ilustre liberal vienés, Karl Popper. El profesor Rodríguez Braun ha tenido la amabilidad de llamarme y comentármelo. Se lo agradezco sinceramente y quiero hacer constar que el equívoco es atribuible sólo a mi mala memoria.

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