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JUAN ANTONIO CAMPUZANO

Una carta traspapelada

Diversos lectores de mi libro Mano en candela me han expuesto sus dudas sobre la existencia real de uno de sus personajes, Juan Antonio Campuzano, pues todo lo que de él se dice es tan fantástico y tan inverosímil que, más que un hombre de carne y hueso, parece un ente de ficción.

El día en que desaparezcamos de este mundo los que tuvimos la dicha de conocerlo, va a ser muy difícil convencer a nadie de que tuvo existencia real, entre otras cosas porque a él la posteridad —y la eternidad, todo hay que decirlo— le traían completamente sin cuidado. Su única obra de cierto empeño sigue inédita y se titula Cuadernos de Ivan Ivánovich. Es su diario de campaña en Rusia, donde combatió como artillero en las filas de la División Azul. Es un diario bastante poco convencional, en el sentido de que quien lo redacta no es un idealista, y menos un ideólogo, sino un aventurero. El hecho de haber servido en Artillería le impone de por sí cierto distanciamiento en el combate, que tiene en él más de abstracción matemática que de arrojo heroico. Las batallas son un rumor de fondo para los ocios de la batería o los idilios de la retaguardia.
 
Mientras surge o no el editor que se anime a imprimir estas cuartillas amarillentas, por las que ha pasado más de medio siglo, yo suelo recurrir a escritos menores de Campuzano: alguna crónica en la prensa gaditana, algún poema en una revista de jóvenes de hace medio siglo, cuando él ya no lo era, y alguna carta como ésta que me encontrado y que voy a extractar. 
 
En la parte superior izquierda de la cuartilla, dice: “¿Y pa esto tanto afán?” (Senequista reflexión de Lagartijo ante el cadáver de Frascuelo).
 
Puerto Real, 29 de diciembre de 1977
 
En la plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda se celebró el verano último una corrida a beneficio de no sé qué entidad del partido comunista. Los tres espadas sanluqueños, por supuesto—, los servicios de la plaza, etc. actuaron gratis para que los precios de las localidades estuviesen al alcance de las masas. Se anunció la presencia de Alberti. El amigo a quien debo esta referencia está abonado desde hace más de cincuenta años a una barrera del coso sanluqueño. La víspera de la corrida alguien le confió que los comunistas se habían informado del número de su asiento. Intrigado, acudió a la plaza, que presentaba un desolador vacío. De pronto, en los tendidos apareció la plana mayor comunista, y en su centro, como la almendra en la torta, Rafael Alberti. El Capítulo Revolucionario de la Coexistencia Pacífica se dirigió resueltamente al solitario y veterano aficionado. Tomó la palabra el camarada Cabral, de Trebujena: “Don Manuel, aquí le presento a Rafael Alberti”. Se saludaron afectuosamente los dos conterráneos, el sanluqueño y el portuense, y se dispusieron, uno junto a otro, a ver en amor y compaña la benéfica fiesta, rodeados de la crema del proletariado. Y al día siguiente, Don Manuel recibe la visita de uno de sus yernos, que le dice: “El capataz de la bodega me ha dicho: "Ayer estuvo su suegro en los toros, ¿y sabe usted quién estaba a su lado? ¡La Pasionaria!"
 
Archívese.
 
Firmo y sello
 
 
“Don Manuel” era don Manuel Barbadillo, poeta y bodeguero, administrador del infante don Alfonso de Orleáns. El lance está referido someramente en el libro susodicho, en el que de veras lamento no haber incluido esta carta, traspapelada a la sazón.
 
 
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