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GUSTAVO BUENO

Un patriotismo poco sospechoso

El filósofo marxista Gustavo Bueno, con las cosas que dice en su libro España frente a Europa, incurre en las iras y las fobias de los histéricos y paranoicos de la democracia, que en el mejor de los casos lo consideran como un renegado.

Bueno se cura en salud recordando los orígenes revolucionarios y antimonárquicos del patriotismo, del culto de la patria. Y ese patriotismo lo reivindicaron en plena guerra civil los mismos que durante la República renegaban y se mofaban de él. Ahí están muchos escritos de guerra de Antonio Machado, acusando al adversario del pecado mortal de su propio bando, o ese Madre España de Miguel Hernández, que Bueno reproduce por entero para provecho de desmemoriados. Conviene recordar, con todo, que fue el patriotismo, no el marxismo, el sentimiento popular que Stalin desempolvó para movilizar al pueblo ruso en la que se llamó “gran guerra patria o patriótica”. En este siglo se ha visto que muchos “sin patria” han dejado de serlo cuando corría peligro su causa.

Sin embargo, no se queda ahí Gustavo Bueno, sino que se remonta a épocas en que “España, antes de ser una nación, fue ya la patria de los españoles.” Y esa patria nos fue dada desde fuera. Ya Américo Castro demostraba que la palabra “español” era una palabra provenzal, y Gustavo Bueno recuerda que fueron los romanos los que dieron a nuestra península el nombre de Hispania. En el dintel del castillo aragonés de Nápoles campea el lema “Alfonsus Rex Hispanicus Silicus Italicus”, lo cual quiere decir que ya entonces existían, aparte de Sicilia, España e Italia aunque estuvieran fragmentadas en diversos reinos. Uno de esos fragmentos, y no ciertamente el más importante, era el que daba al rey Trastamara el derecho a blasonar de “Rex Hispanicus”. Pero es que aun antes, cuando Alfonso X de Castilla fracasa en el “fecho del Imperio”, lo consuela el cronista Ramón Muntaner, diciéndole que si no ha alcanzado la corona del Sacro Romano Imperio, le queda un Imperio más importante y más real, que es el que encabeza Castilla. Ese reconocimiento de la dignidad imperial hispánica por parte del cronista catalán tiene su demostración práctica en la “cesión de Murcia” a Alfonso X por parte de Jaime I. En la novela de Manzoni Los novios los malos son, naturalmente, los españoles que gobiernan el Milanesado, pero es que esos españoles son precisamente catalanes y aragoneses, que fueron los que en los albores de la Edad Moderna dominaban en Nápoles y Sicilia y herraban a los peces del Mare Nostrum con las barras de Aragón.

No sé quién ha dicho que la amenaza a la unidad España no está en vascos y catalanes, sino en el resto de los españoles, a los que esa unidad trae completamente sin cuidado. No sé qué habrá de cierto en ello, pero lo que sí está claro es que esa unidad no figura entre las prioridades de los partidos de implantación nacional. Esos partidos no tienen más proyecto que Europa, a cuya construcción pretenden contribuir con una península balcanizada. Ahora bien, por muy suculentos que sean los trozos de España, Europa no está para echarse encima otros Balcanes. Por Europa, claro está, se entiende el eje París-Berlín, y es triste reconocer que la unidad de España importe más por ahora en París que en Madrid. Si la unidad de España no se ha deshecho ya, no es por la resistencia del Gobierno central, sino por el temor de Francia a que cunda a su costa el mal ejemplo español.

Yo digo siempre que hay tres países cuyos destinos tienen que ver tan poco con los de Europa que, cada vez que se han mezclado en asuntos europeos, los resultados han sido catastróficos, o para ellos o para Europa: me refiero a Inglaterra, a Rusia y a España, naciones periféricas naturalmente proyectadas hacia el Pacífico una y hacia el Atlántico las otras. Sólo hay que mirar el mapa para ver dónde está la grandeza de Rusia, y nadie va a negar a estas alturas, por más que no exista nominalmente el Imperio británico, la hegemonía anglosajona en el mundo de hoy. En cuanto a España, la única grandeza que le queda es la que levantó en Ultramar a partir del siglo XVI: esa Hispanoamérica que, junto a sus muchos defectos, que son los mismos defectos españoles corregidos y aumentados, tiene la virtud de permitir practicar el castellano a los emigrantes de una España que la democracia se empeña en convertir en una Torre de Babel.

Gustavo Bueno, España frente a Europa. Alba Editorial (474 páginas).

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