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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Un país envidiable en apuros

Parafraseando las palabras de Mariano Rajoy a la salida de su reciente visita a La Moncloa, actualmente ocupada por José Luis Rodríguez, diría que empezamos la actual legislatura preocupados y acabamos el año muy preocupados. Las heridas físicas y políticas todavía siguen abiertas tras los estallidos de marzo, y las perspectivas de cara a 2005 resultan francamente turbadoras. Lo peor del caso tal vez sea que va fraguándose la desvertebración de la Nación como si cualquier cosa y ante la apatía general.

Parafraseando las palabras de Mariano Rajoy a la salida de su reciente visita a La Moncloa, actualmente ocupada por José Luis Rodríguez, diría que empezamos la actual legislatura preocupados y acabamos el año muy preocupados. Las heridas físicas y políticas todavía siguen abiertas tras los estallidos de marzo, y las perspectivas de cara a 2005 resultan francamente turbadoras. Lo peor del caso tal vez sea que va fraguándose la desvertebración de la Nación como si cualquier cosa y ante la apatía general.
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He aquí, en efecto, una circunstancia verdaderamente extraordinaria: da la impresión de que una gran parte de los españoles se ha conformado con sobrevivir —es decir, vivir de saldo, a cualquier precio— mientras el país va menguando como Nación y debilitándose como Estado de Derecho. La peripecia descomunal de ver deshacer como un azucarillo lo construido durante quinientos años mediante sucesivas estocadas que atraviesan la piel de España y constantes hachazos que lo despiezan se percibe con una cierta displicencia general. Los ejecutores, van más allá, y corean sus acometidas con vivarachas apostillas del tipo: “y no pasa nada” o “qué más da”, como queriendo quitar hierro a la fechoría, dándole así a la faena un tinte rojo de normalidad progresista. Casi todos tachan de alarmistas y aguafiestas  a quienes advierten del peligro de incendio o tienen el mal gusto de avisar que algo huele mal en la cocina gubernamental. Pues ¿quién teme al lobo feroz cuando tantos lo tienen aún por tierno cordero?
 
Veamos unos pocos ejemplos de la operación en marcha aderezada con escarnio y cinismo: la llegada al Ejecutivo de un presidente por accidente nacional pasa por llamarse “cambio tranquilo”; la derogación del Trasvase del Ebro se celebra en la comarca ribereña con una magna exposición bajo el lema “Agua y desarrollo sostenible”, brindada con inocultable sorna al Levante español; el ministro de Defensa socialista Bono visita a las tropas en Bosnia y ordena romper filas, reconvirtiéndolas definitivamente en una ONG al referirse a ellas como “soldados sin fronteras”; los denominados “expertos”, reunidos en petit comité a fin de sancionar el desmembramiento del Archivo de Salamanca, califican el oficio de “la voz de su amo” como “Comisión de la Dignidad”; las regiones con veleidades secesionistas son premiadas con el apelativo de “comunidades nacionales”… Y con estos entretenimientos vamos terminando el año. Con naturalidad.
 
Parece mentira, pero en algo más de medio año hemos asistido a un fenómeno portentoso: poner a un Estado y a una sociedad patas arriba, precisamente en un tiempo en el que habían conseguido afianzarse en una vía de crecimiento económico, bienestar general y calidad de vida, y habían comenzado a poner fin a su problema número uno —el terrorismo etarra—, asegurando así, de la mejor manera posible, un sólido firme sobre el que afrontar los nuevos desafíos: afirmando la unidad nacional y la cohesión de la sociedad en alianza con países leales y fiables. Todo esto se ha visto frustrado tras los cuatro días de marzo que cambiaron España. Desde entonces vivimos en la incertidumbre y la desazón.
 
Y ante este espectáculo, ¿qué tiene que decir el pueblo soberano? Yo diría que, en general, también se lo está tomando con bastante tranquilidad. No estamos ante un caso insólito. Los ejemplos de la historia del totalitarismo registran la probada capacidad de éste para destruir el entramado de la sociedad civil, allí donde está constituida, en muy poco tiempo. Pues bien, aquí y ahora, acaba el año y es momento de hacer balance. ¿Cuál es el efecto de la fulminante dosis de ciudadanismo socialista, cívico y solidario, atizada contra los españoles en este periodo? Leamos el resultado de la última encuesta de Metroscopia para el diario ABC y veamos qué dice la vox populi. "¿Cómo ha sido 2004?". Respuesta: sólo el 28 por ciento de los encuestados considera que ha sido bueno para España (y un miserable 6 por ciento, para el mundo), mientras que el ¡54 por ciento confiesa darlo por bueno para sí mismo! El contraste no puede ser más crudo y significativo.
 
¿Han superado ya los españoles el miedo que les hizo agarrarse a la marca ZP como a un clavo ardiendo al saltar los trenes por los aires? Quién sabe. Consultemos, entonces, a los expertos, para seguir la costumbre y la moda, aunque esta vez acudamos a un buen entendido, al florentino Maquiavelo: “Porque en general se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todo tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos —como anteriormente dije— cuando la necesidad está lejos; pero cuando se te viene encima, vuelve la cara” (El Príncipe, cap. XVII). La cruel realidad política.
 
Y, a todo esto, el príncipe de Asturias, junto a la atenta princesa, vigila muy de cerca el mensaje de Nochebuena de su padre Don Juan Carlos, en la tradicional alocución real a los españoles en estas fechas entrañables. Tampoco sus palabras desprendían ansiedad ni gran preocupación, sino buenos deseos de paz y concordia. Como tiene que ser. No obstante, un fragmento del discurso vale la pena rememorarlo: “Tenemos un país envidiable, capaz de alcanzar nuevas metas si ponemos la voluntad y los medios necesarios para ello, desde el respeto a nuestras normas de convivencia democrática”. Un país envidiable. Cierto; mas, añado por mi cuenta, puesto en apuros. En la encrucijada, por culpa de unos cuantos rencorosos y resentidos, a cuya cabeza se sitúa ese aprendiz de brujo que ocupa hoy La Moncloa, donde, un poco cansado, descansa largamente de sus calaveradas y se ríe de todo y de todos.
 
Y, el ciudadano español, “¿cómo afronta el año nuevo?” Respuesta demoscópica, otra vez: más del 76 por ciento, con optimismo. Mister Yes, no tiene nada que objetar. Y celebra con cava el humanismo cívico.
 
A la vista de todo esto, querido lector, el año próximo deberemos seguir hablando del Gobierno, el cual, aunque empeñado en envenenarnos los dulces y mazapanes logrados con nuestros trabajos diarios y nuestros siglos de historia, no conseguirá amargarnos la vida. De modo que Feliz Año Nuevo 2005, a pesar de todo.
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