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DEMOGRAFÍA

Un mundo sin niños

En 1965 Italia tenía 52 millones de habitantes, de los que 4,6 millones, es decir el 9%, eran niños menores de 5 años. Pasados diez años, el referido grupo se había reducido en 300.000 unidades y representaba sólo el 7,8% de la población. Para 1985 los italianos menores de 5 años eran 3 millones, el 5,3%; hoy son 2,5 millones y sólo el 4,2% del total.

En 1965 Italia tenía 52 millones de habitantes, de los que 4,6 millones, es decir el 9%, eran niños menores de 5 años. Pasados diez años, el referido grupo se había reducido en 300.000 unidades y representaba sólo el 7,8% de la población. Para 1985 los italianos menores de 5 años eran 3 millones, el 5,3%; hoy son 2,5 millones y sólo el 4,2% del total.
Los niños están desapareciendo de la sociedad italiana, y no parece que las cosas vayan a cambiar: la División de Población de la ONU estima que en 2020 sólo serán 1,6 millones, y 1,3 millones en 2050: para entonces, sólo representarán el 2,8% del total.
 
Italia no es un caso aislado. En Polonia hay 1,7 millones de niños menos de los que había en 1960, lo que supone un descenso del 50%. Hace treinta años, en España había casi 3,3 millones de críos; hoy apenas llegan a los 2,2 millones. En Europa había más de 57 millones de menores de 5 años en 1960; hoy no son sino 35 millones, lo que representa una caída del 38%.
 
Gracias al aumento de la esperanza de vida y a la reducción de la mortalidad infantil, la población mundial sigue creciendo. Pero los índices de fertilidad –los niños que pare cada mujer– están cayendo en casi todas partes, en Oriente y en Occidente, en los países avanzados y en el Tercer Mundo, en las democracias y en las dictaduras. Según informa la ONU, hoy hay 6 millones de niños menos de los que había en 1990; y habrá 83 millones menos en 2015 y 127 millones en 2025. Para el año 2050, los niños podrían ser menos del 5% de la familia humana.
 
Entre las razones que explican la escasez de alumbramientos encontramos las siguientes:
– El número de mujeres presentes en el mercado laboral se ha disparado, y muchas de ellas han retrasado tanto el momento de contraer matrimonio como el de ser madre, o directamente han decidido no seguir ese camino.
 
– Al facilitar el mantenimiento de relaciones sexuales sin tener que pasar por la vicaría, la revolución sexual acabó con lo que, para muchos hombres, representaba un poderoso aliciente para casarse.
 
– Las altísimas tasas de divorcio han hecho que las mujeres de hoy en día sean menos proclives a tener tantos hijos como quienes las antecedieron.
 
– Tantos años de adoctrinamiento sobre los peligros de la "superpoblación" han convencido a muchas parejas de que no tener hijos es algo virtuoso.
Como no nacen niños, las sociedades están experimentando un dramático e inexorable proceso de envejecimiento. En los años venideros el número de ancianos alcanzará cotas nunca vistas, al tiempo que el de jóvenes seguirá descendiendo. La población en edad laboral disminuirá, primero en relación con el número de jubilados y después en términos absolutos.
 
Un optimista incorregible podría ver en todo esto un montón de buenas noticias. En teoría, el hecho de que haya menos gente en edad de trabajar debería empujar hacia arriba la demanda de mano de obra y hacia abajo los índices de desempleo, lo cual haría que la economía funcionara a pleno rendimiento. Pero la experiencia cuenta una historia bien diferente. En Japón, donde los índices de fertilidad cayeron antes que en el resto del mundo desarrollado, la población activa ha estado 20 años perdiendo peso en términos porcentuales, y durante buena parte de ese tiempo el paro, lejos de bajar, ha subido.
 
"En los Estados Unidos, el número de gente con edades comprendidas entre los 15 y los 24 años ha venido disminuyendo desde 1990", ha escrito el demógrafo Phillip Longman en la Harvard Business Review. "Pero el hecho de que sean menos no ha vuelto más valiosos a los trabajadores más jóvenes: su tasa de paro ha subido en relación con la de los trabajadores más mayores".
 
Lejos de servir de impulso, el envejecimiento de la población deprime la economía. Como se les imponen más cargas de tipo fiscal para así poder hacer frente a un número cada vez mayor de ancianos, los trabajadores responden trabajando menos, lo cual provoca que la economía se estanque. En el documental Demographic Winter (El invierno demográfico), Longman dice: "Imagine que todos sus impuestos se destinaran íntegramente a la Seguridad Social y al Medicare, pero que no recibiera la atención médica que precisa".
 
El premio Nobel de Economía Gary Becker sostiene que nada es más imprescindible para el crecimiento que el capital humano, es decir, el conocimiento, la capacidad y la experiencia de la gente. Por eso los crecimientos demográficos con frecuencia anuncian el advenimiento de una etapa de progreso económico. Por eso los jóvenes y las empresas abandonan aquellos lugares que pierden población.
 
Un mundo sin niños sería un mundo más pobre; más gris, menos creativo, menos seguro de sí mismo. Los niños han sido siempre una bendición fabulosa; pero lo mismo tienen que desaparecer para que, de una vez por todas, comprendamos por qué.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
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