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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Un hombre sin principios

Ya sabíamos que Antonio Elorza no tiene principios, pero cuando arremete contra "los principios del PP" (El País, 28-VI-08) nos demuestra que además es idiota. Y es que, según él, tener principios es situarse a la extrema derecha del espectro político.

Ya sabíamos que Antonio Elorza no tiene principios, pero cuando arremete contra "los principios del PP" (El País, 28-VI-08) nos demuestra que además es idiota. Y es que, según él, tener principios es situarse a la extrema derecha del espectro político.
Una imagen retocada de Antonio Elorza.
"Tenían principios el carlismo o el Movimiento Nacional franquista", escribe. Yo lo siento, pero el socialismo también tenía principios. Para satisfacción de Elorza, ya no los tiene, porque nadie puede afirmar que Zapatero y el PSOE tengan el menor principio, a menos que se califique así la voluntad de mantenerse en el poder y chupar del bote. El comunismo también tuvo principios, pero fue el caso más ilustre de la historia de un movimiento, un partido, una Internacional que dice una cosa y hace exactamente lo contrario. Demos un ejemplo facilón, para que lo entienda Alorza: el principio (en este caso, el dogma) de la dictadura del proletariado resultó ser una dictadura contra el proletariado.
 
No voy a entablar una discusión semántica, carente del menor interés. Puede que algunos prefieran emplear el término ideología, o el de teoría, o hablar, más llanamente, de programa político: ¿qué más da? Desde luego, nadie utiliza a gusto el término dogma; aunque muchas veces de eso se trata. Para mí es bien sencillo: tener principios es tener ética, en la actividad política y hasta, aunque parezca más difícil, en el ejercicio del poder.
 
Lo que no dice Elorza en su denuncia de "los principios del PP" es que fue el llamado sector crítico el que reivindicó dichos principios, al acusar a Rajoy de haberlos abandonado: el principio de la lucha contra ETA, el de la unidad y soberanía de España, el de la democracia liberal, el de la economía de libre mercado, el de la solidaridad democrática internacional, etc. Y si es cierto que Rajoy siempre pareció poco convencido, poco firme y bastante confuso, desde la derrota electoral de marzo parece pensar que, puesto que los socialistas ganan, hay que imitarles, y esperar a que abunden en sus errores ante la crisis económica. A eso yo lo llamo oportunismo y ausencia de principios.
 
María San Gil.Pero si se muestra blando en política nacional y ausente en política internacional, se ha mostrado excesivamente duro de puertas para dentro, imponiendo a sus fieles y echando o arrinconando a todos los críticos –los que tienen ideas y principios– de forma autoritaria y muy poco democrática. ¿Qué ha hecho para que no se vaya María San Gil? ¿Cuántas llamadas telefónicas, cuántas entrevistas? Nada, como si se alegrara del portazo de esa mujer admirable. No es eso, no es eso. El PP no es eso. O, al menos, no debería serlo.
 
Si ya he denunciado el oportunismo sin principios de Rajoy frente a los delirios de los nacionalistas periféricos, el fin de la "crispación" y la verborrea sobre la "oposición constructiva", hay algo que también es grave pero que se comenta mucho menos: la política del PP sobre la UE y la tan cacareada "construcción europea". O mejor dicho, la ausencia de política, de debate, de ideas. En este punto, Mariano Rajoy no es, desde luego, el único culpable: lo es el PP en su conjunto, que siempre se ha comportado como un borrego, siguiendo las consignas europeas sin analizarlas ni discutirlas.
 
Sin ganas, los populares votaron a la Constitución europea, cuando debían haber votado no. Acaban de votar , junto con los demás partidos del Parlamento español, al Tratado de Lisboa, o Constitución Bis, sin que haya habido la menor discusión intra e interpartidaria ni el menor debate ante la opinión pública. Lo dicho, como borregos.
 
Es cierto que España se ha beneficiado económicamente del Mercado Común, pero nadie –yo no, en todo caso– propone suprimirlo y volver a las fronteras nacionales y a la autarquía falangista. Lo que está en tela de juicio son las instituciones políticas, ese intento antidemocrático de imponer un superestado artificial que anule la soberanía de las naciones y convierta Europa en una superpotencia capaz de enfrentarse a los USA; porque ésa es la voluntad de muchos, implícita o explícita. Y eso ha fracasado siempre, y siempre fracasará.
 
Ni defensa común, ni diplomacia común, ni política de ningún tipo realmente europea. Eso se vio durante la guerra de Irak, cuando Europa llegó al borde de la ruptura. Las guerras son siempre tragedias; así las cosas, es lógico que los enfrentamientos intereuropeos fueron tan violentos, y tan evidente la histeria de Chirac. Pero resulta que los enfrentamientos y desacuerdos son constantes: no están de acuerdo sobre Turquía, ni sobre Irán, ni sobre Israel, ni sobre Cuba; ni siquiera están de acuerdo en cosas más nimias, como en el famoso caso del fontanero polaco.
 
El flamante presidente de turno de la UE, Nicolas Sarkozy, ha dicho cosas justas, pero contradictorias. Ha reconocido que la UE no es popular entre los ciudadanos europeos, que en cuanto pueden expresan su rechazo (por ejemplo, en los famosos referendos). Y aunque no lo dijo así, resulta evidente que existe un divorcio absoluto entre la clase política europea y los ciudadanos: aquélla quiere más Europa; éstos, más nación.
 
También ha reconocido Sarkozy que, hasta ahora, la construcción europea ha sido un desastre: burocrática, poco democrática, poco eficaz... Sin embargo, el presidente francés promueve y defiende el Tratado, cuando es un ejemplo más de cómo no hay que hacer las cosas, como él mismo, contradictoriamente, reconoce.
 
¿Será tan difícil de entender que lo que el sentido común y la experiencia aconsejan es una Europa de naciones libres y soberanas, que colaboren en pro de un capitalismo libre y popular, abierto a todos los países europeos y al mundo entero? Una Europa conformada por Estados soberanos que puedan aliarse voluntariamente para emprender cualquier empresa económica, cultural, política o militar, sin imposiciones ni chantajes. Una Europa que archive el intento, siempre fallido y siempre absurdo, de crear un superestado. Una Europa que suprima el Parlamento Europeo y reforme los usos y costumbres de la Comisión, así como sus competencias.
 
Mientras los tiros no vayan por ahí, mientras se quiera imponer la UE de arriba abajo, el aquelarre continuará.
 
Se nos dice que, al menos, la UE ha salvado la paz en Europa. ¿Ah, sí? ¿Y qué ocurrió en la ex Yugoslavia, en Bosnia, en Kosovo? ¿Y cuando se vio paralizada, política y militarmente, a quién pidió socorro la UE? A los USA, una vez más.
 
Más vale no preguntar a Rajoy qué opina de todo esto. Podría turbarse.
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