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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Tigres sin dientes pero malolientes

El comunismo, desde luego, está de capa caída en la realidad política, social, económica del mundo, pero sigue vigente en las mentes de la inmensa mayoría de los intelectuales progres, quienes constituyen aún la mayoría de las “fuerzas de la cultura”.

Los ahogos existenciales de nuestros intelectuales progres ante ciertas exageraciones del despotismo comunista, que consideran injustas, separando caprichosamente éste u otro detalle del conjunto, cuando es el conjunto, el propio sistema totalitario, lo injusto, me resultan cada vez más vomitivas aunque se trate de una vieja historia. El comunismo, desde luego, está de capa caída en la realidad política, social, económica del mundo, pero sigue vigente en las mentes de la inmensa mayoría de los intelectuales progres, quienes constituyen aún la mayoría de las “fuerzas de la cultura”, empleando su jerga. Esta desaparición del comunismo les ha conducido a buscarse otros héroes, no ya “positivos”, sino “relativos”, como ocurrió para algunos con Milosevic, anteayer, para muchos más con Sadam, ayer, y hasta con Jacques Chirac y José Bové, y no sólo en Francia, lo cual demuestra fehacientemente que su retirada es caótica.

Leyendo estos días los valientes artículos de Zoé Valdés sobre la nueva oleada represiva en Cuba, denunciando no sólo las duras penas de cárcel contra varios escritores y periodistas independientes (lo intentaron, al menos), pero también, y muy sola, el fulminante fusilamiento de tres jóvenes negros cuyo único delito fue intentar huir del paraíso socialista caribeño, recordé, como otros, el “caso Padilla”, en 1971, y me topé, en mi desordenada biblioteca, con los dos primeros números de la revista Libre. No sé si hubo más, después de esos dos yo pasé. Aunque no haya dejado rastro en la historia de las ideas, desde un punto de vista antropológico, vale la pena recordar dos cositas sobre ella. Financiada por Albina de Boisrouvray, todos querían casarse con ella, ya que era muy guapa, progre y multimillonaria (de la boliviana familia Patiño), estaba en realidad dirigida por Juan Goytisolo, aunque como jefe de redacción apareciera nuestro amigo Plinio Apuleyo Mendoza.

Estaban todos, hoy resulta curioso, pero estaban todos, de García Márquez a Vargas Llosa, de Jorge Edwards a Teodoro Petkoff (yo sí le recuerdo), de Vázquez Montalbán a Antonio Tapiés, de Ernesto Caballero a Italo Calvino, de José María Castellet a Jaime Gil de Biedma, de Carlos Fuentes a Susana Sontag (¡ya!), y claro, no podían faltar Fernando Claudín y un tal Jorge Semprún, seudónimo, creo, de Federico Sánchez. Bueno, lo dicho, todos, hasta Octavio Paz. Este panel, meramente publicitario, demuestra por otra parte los enromes cambios que se han producido, ya que hoy sería imposible reunir a las mismas gentes en torno a una revista. No sólo porque varios han muerto, sino porque la URSS y varias cosas más han desaparecido. Pues bien, esos primeros números de Libre estaban dedicados al “caso Padilla”, precisamente.

En el primero salía la “súplica al tirano”, en la que más o menos los mismos intelectuales rogaban a Castro, que era tan genial, tan revolucionario, tan antiimperialista, que no cometiera el error de encarcelar a un poeta, que no era realmente contrarrevolucionario (si lo hubiera sido, paredón aplaudido, pero ¿qué entienden por “contrarrevolucionario”?), y varios comentarios en torno al caso. Yo no firmé esa bazofia. Recuerdo que con Xavier Domingo y un par de amigos más escribimos una carta abierta al difunto “Combat” para explicar por qué no firmábamos, ya que condenábamos la dictadura castrista en su totalidad y por asqueroso que fuera la condena de Padilla no podía separarse del resto. Evidentemente, no fue publicada.

En el segundo número de Libre, y a partir del “caso Padilla”, se abre un sesudo debate sobre “socialismo y libertad de expresión” que terminó en agua de borrajas. Hay que notar que en estos dos números, las críticas o reservas sobre el “caso Padilla” se situaban en el marco del socialismo, de la revolución, y hasta del marxismo-leninismo. Ninguna opinión “burguesa” podía evidentemente expresarse y es así como Fernando Claudín, en sus torpes intentos por salvar el totalitarismo, se refería a Marx como siempre de manera demagógica, o sea eligiendo lo que le convenía y dando gato por liebre. Cita ciertas frases de Don Carlos en las que éste se refiere a la censura y al conformismo de la prensa “burguesa” de la Alemania burguesa en los años 1840, pero estábamos en Cuba socialista, de los años 1970, y Marx jamás escribió que la dictadura del proletariado garantizaría la libertad de expresión para todos, tengo más bien la impresión de que dijo exactamente lo contrario.

En medio del desastre absoluto del comunismo, Cuba sigue siendo la niña bonita de muchos, mantiene su prestigio exótico, debido a su sol, sus playas, sus cangrejos y sus putas socialistas. Gracias al embargo de los USA, goza de relaciones comerciales privilegiadas con medio mundo, con la UE, y particularmente con España, que sería hora de corregir, ya que tanto se habla de la lucha mundial contra el terrorismo. Cuba es un país terrorista. Los hechos recientes, de andar por casa de esa dictadura, han provocado una nueva erisipela en algunos de nuestros exquisitos intelectuales progres, quienes para salvar a las dictaduras que quedan, y sus derechos de autor, consideran que es rentable denunciar de vez en cuando algún detalle siniestro para salvar el conjunto. ¿Quién, salvo los familiares, ha protestado por el asesinato de Ochoa, La Guardia y demás, tras un proceso de corte perfectamente soviético, con el colofón del terrateniente Castro (es propietario de la isla), declarando por televisión que era el proceso más justo de la Historia, y por lo tanto, les condenaba a muerte? Casi me da vergüenza referirme a estos y otros hechos que por motivos abyectos son conocidos, y se discuten entre daiquiri y cocaína en los salones de la progresía, cuando la injusticia, la represión, el aquelarre, en Cuba es cotidiano, anónimo, se cierne sobre los más humildes. En este sentido, ¿qué puede importarme lo que digan gentes como Susan Sontag o José Saramango cuando declaran que esta vez el castrismo se ha pasado de la raya? Se pasó de la raya desde 1959, cuando entraron en La Habana y fusilaron, de inmediato sin juicio en la calle, a 500 personas y asesinaron a Camilo Cienfuegos, su camarada, uno de los jefes guerrilleros más prestigiosos, porque se oponía a la instauración de una dictadura mil veces peor que la de Batista. Sí, sí. Lo dicho, mil veces peor que la de Batista.

¿Qué coño puede importarme que Susan Sontag, después de haber defendido a Sadam, declare “la guerra” a su país y escupa contra Bush, cositas sin demasiada importancia tratándose de ella, pero que no podría permitirse el lujo de hacer si no se tratara de esa democracia que odia, le increpo en esta ocasión a García Márquez? ¿Por qué en esta ocasión y no en todas las demás, que no faltan desde hace 44 años? Misterios de la moda progre. La respuesta de Gabo era previsible. Como Neruda, que podía decir cositas en privado contra la URSS, pero que públicamente la defendió hasta su muerte, García Márquez ha cumplido como quien es, un adicto al castrismo, y ha encabezado el “llamado” de los defensores del tirano barbudo. Faroleó, en su polémica con Sontag, de que él había logrado sacar del paraíso cubano (¿por qué sacarlos si es paraíso?) a más disidentes que cualquiera. También farolea la viuda alegre, Danielle Mitterand, de los mismo. Lo que nadie dice es que de la misma manera que el castrismo, aparentando un gesto conciliador, envió sus presos comunes a Florida, entre los disidentes “liberados” por Gabo o por Danielle Mitterand salen agentes del régimen para espiar el exilio cubano y a sus amigos. Este es un procedimiento clásico de las dictaduras, lo hizo el franquismo, lo hizo el zarismo, lo hizo el KGB soviético, lo han hecho y hacen todos.


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