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DRAGONES Y MAZMORRAS

Tan joven y ya francesa

A falta de otra cosa, y para animar el cotarro, ‘El Cultural’ de El Mundo ha reunido en una misma habitación a unos cuantos poetas, representante, cada cual, de una generación poética distinta. Para darle más marcha han incluido en el cóctel a un crítico y a un editor, también poetas.

A falta de otra cosa, y para animar el cotarro, ‘El Cultural’ de El Mundo ha reunido en una misma habitación a unos cuantos poetas, representante, cada cual, de una generación poética distinta. Para darle más marcha han incluido en el cóctel a un crítico y a un editor, también poetas.
Portada de El Cultural.
Lo han agitado todo y ha quedado una mejunje insípido que hace pensar de dos cosas una: o algunos de los poetas concitados han perdido su proverbial mordiente, y pienso en Ángel González, en Antonio Martínez Sarrión (generación del 50 y de los “novísimos”, respectivamente) y en el crítico-poeta-diarista José Luis García Martín, o pudieron el tedio y la oficiosidad procedentes del resto del personal convocado: Luis García Montero, teórico de la “Nueva Sentimentalidad”, Carlos Marzal, de la poesía de “la experiencia”, Aurora Luque, de la del silencio, y Elena Medel, cuya juventud y corta bibliografía (tan sólo un libro, titulado Mi primer bikini) impiden todavía encasillarla. O simplemente porque, como afirma el editor Sergio Gaspar, director de DVD ediciones (¿?), “durante la democracia se han impuesto un pensamiento, una cultura y una literatura débil”. Yo añadiría “y petulante”, a tenor de lo que la siguiente afirmación de Elena Medel: “La influencia de autores extranjeros (tanto hispanoamericanos como traducidos) en la poesía joven española es una diferencia importante con respecto a generaciones anteriores, de ascendencia “más casera”.
 
¡Pobrecita, tan joven y ya francesa!, como cuentan que dijo una lugareña española al ver lo que también fue su primer bikini en su playa natal, allá por los años 60. Afortunadamente, García Martín salvó la cara, y su reputación de niño malo, citando a José Miguel Ullán, otro reputado ironista, concretamente aquello de que la poesía española actual “es pequeña, peluda, suave. Tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no tiene huesos…” Y lleva bikini.
 
Sergio Gaspar también protagonizó otro de los grandes momentos del coloquio, cuando afirmó que los novísimos desaparecieron como movimiento de la panorámica española porque Pedro Gimferrer se transformó en Pere y dejó de escribir en castellano. Claro, como no era un movimiento internacional, al perder a su mejor baza, se fue al garete. Con el nacionalismo hemos dado, Sancho, pues ¿por qué no se ha de ser novísimo Gimferrer llamándose Pere o Pedro, escribiendo en catalán, o en ruso, si ese fuere el caso? O, dicho de otro modo, ¿por qué ha de torcer el poeta su lengua natural para ser romántico, épico, satírico o novísimo?
 
A don Quijote me remito, cuando reprendía al joven hidalgo aspirante a poeta porque no quería escribir en lengua romance: “El grande Homero no escribía en latín, porque era griego, ni Virgilio en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche y no fueron a buscar la extranjera para declarar la alteza de sus conceptos, y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones que no desestimasen el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya.”. Valga esta lección de tolerancia contra la estrechez de miras del nacionalismo après la lettre.
 
Y, a propósito del nacionalismo arriba mencionado, leo en ese mismo suplemento que en la Seminci están  buscando un nuevo director, porque se les ha ido Fernando Lara, pero que los intelectuales vallisoletanos exigen que sea de Valladolid, Delibes a la cabeza. ¿Será posible? Pero la culpa la tiene Aznar, naturalmente, por haber propiciado primero que el Prestige derramara el chapapote en las costas gallegas, concitando la ira del pueblo y del temible Manuel Rivas, el gaiteiro de Zapatero; por haber declarado seguidamente la guerra a Irak, donde murieron periodistas y soldados españoles, y, por último, por haber sido el responsable moral de la muerte de 192 personas en Madrid, al irritar la sensibilidad de los pobres islamistas, que son tan sensibles con sus cosas, posibilitando, de resultas de tanta infamia, que ganara Rodríguez ZP las últimas elecciones. ¿O no lo saben?
 
Mientras tanto, don Quijote sigue cabalgando en castellano, y precisamente en Valladolid, con Jean Canavaggio (autor de la traducción del Quijote en La Pléiade y biógrafo de Cervantes) lamentándose de que todas las regiones de España estén a la greña, disputándose el protagonismo de los fastos del IV Centenario. Siempre educado, ha manifestado sus dudas de que las celebraciones sigan “un proyecto común”. Y lo dice en un acto ya de por sí secesionista de ese supuesto proyecto, un congreso internacional sobre el Quijote convocado por esa entelequia llamada Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, de la que lo menos que se puede decir es que es una institución redundante, vamos, que sobra.
 
Para justificar los temores de Canavaggio, al director del mentado Instituto, Gonzalo Santonja, no se le ocurre otra cosa que “reinvindicar la ascendencia cervantina de Valladolid”, ciudad que, por cierto, no fue precisamente muy amable con la familia alternativa del escritor alcalaíno, que como todo el mundo sabe vivía pobremente, a pesar del éxito inmediato del Quijote, con su mujer, sus hermanas (de él), Andrea y Magdalena, y con Constanza, hija natural de Magdalena, e Isabel, hija natural del escritor, a las que los vallisoletanos, que ahora se enorgullecen tanto de ello, llamaban despectivamente “las Cervantas”. Por lo demás, Valladolid sólo es mencionada una vez en el Quijote, y como gentilicio de un caballero.
 
Saco ese dato, y muchos otros “asaz” interesantes, de la edición que en 1998 hizo el Instituto Cervantes en la editorial Crítica, a cargo de… ¡Francisco Rico! Son dos magníficos volúmenes, uno de los cuales es oro puro para todos los cervantistas, pues es una glosa casi página por página del texto. Pero la guinda sobre la tarta de nata la constituye el banco de datos textual que, en CD, va incluido en el estuche. Ahí se puede hacer un seguimiento estadístico de todas las palabras que salen en el Quijote, y se me ha ocurrido hacer la siguiente comparación estadística, que hago pública aquí para quien pueda interesar. Como verán, sus frecuencias deberían cerrar la boca a todos los nacionalistas, tanto de vía ancha como de vía estrecha, de avant y de après la lettre, que quieren llevar a don Quijote a su molino. En cuanto a la exactitud de estos datos, les remito a la citada edición, pues no me he dedicado a comprobarlos uno por uno. Al fin y al cabo, esto no es una ponencia.
 
España es mencionada 72 veces en todos los contextos y sentidos. Castilla, siete; Cataluña, una, y sólo como gentilicio de ciertos caballeros andantes; Vizcaya, una, por lo mismo; sin embargo, el término “vizcaíno” es utilizado 31 veces, una de ellas la que cito más arriba. Asturias, una, por lo mismo. Y se acabaron las regiones y las autonomías. En cuanto a las ciudades citadas, son las siguientes, con sus respectivas frecuencias: Zaragoza, 21; Sevilla, 19; Barcelona, 17; Toledo, 10; Madrid, 8; Granada, 8; Valencia, 7; Alicante, 2; Murcia, 2; Valladolid, 1.
 
Visto lo visto, no me queda sino concluir con lo que desde ahora será mi grito de guerra: “¡Viva Madrid, que es mi pueblo!”.
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