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HONOR ENTRE LADRONES

Tácticas para camuflar los propios errores

Todos los presos convictos aseguran ser inocentes. Unos sostienen que —si violaron alguna norma— fue debido a que perseguían metas más altas: robaron para alimentar a sus famélicas familias, pegaron por amor, mataron en defensa de su patria, se saltaron el semáforo en rojo para acudir en socorro de un amigo enfermo… Esa loable meta justifica cualquiera de sus actos.

Todos los presos convictos aseguran ser inocentes. Unos sostienen que —si violaron alguna norma— fue debido a que perseguían metas más altas: robaron para alimentar a sus famélicas familias, pegaron por amor, mataron en defensa de su patria, se saltaron el semáforo en rojo para acudir en socorro de un amigo enfermo… Esa loable meta justifica cualquiera de sus actos.
Si realizamos alguna acción que pudiera desviarse levemente de la Ley —afirman otros, más razonables— en todo caso deberían ser tratados con indulgencia pues esos comportamientos son una pequeña gota en un océano de buenas acciones realizadas por ellos en servicio de la Patria.
 
Algunos, en fin, exclaman simplemente que no han hecho daño alguno y que, en realidad, se trata de un fallo de la Ley o de su abogado.
 
Un profesor de los de antaño hubiera juzgado lisa y llanamente: "Eso no son más que excusas. Si usted engañó, mintió; si quitó a alguien la vida, mató; si manipuló una información en su favor, delinquió".
 
Sin embargo, en la actualidad, las doctrinas educativas han cambiado mucho. Hoy nada puede ser juzgado sin mirar detenidamente el envoltorio. Hoy son tan importantes las circunstancias como el hecho en si mismo, y ha calado tanto que la moral dominante permite al delincuente justificar y hasta hacer meritoria cualquier conducta.
 
En cierta medida, y salvando la distancia, todos esos esquemas mentales de justificación de comportamientos desviados se repiten en las instituciones y organizaciones económicas y políticas de la sociedad moderna.
 
La literatura empresarial ha estudiado con rigor y largamente esos esquemas de justificación en los "trabajadores de cuello blanco" de empresas tenidas por modélicas y que a posteriori han resultado ser un fiasco: léase, por ejemplo, Enron, World Com, Tyco o Parmalat.
 
Las conclusiones de esos análisis han ofrecido datos muy interesantes que se están empleando profusamente para modificar comportamientos y rutinas de las grandes corporaciones económicas, cada vez más difíciles de controlar, pero son también de aplicación a las instituciones políticas. Estas conclusiones vienen a cuento porque es mucho más que posible que los lectores de Libertad Digital al hojear este artículo rememoren algunos hechos y dichos acaecidos en la más próxima actualidad.
El fenómeno estudiado —"honor among thieves"; honor entre ladrones— también conocido como "racionalización y socialización de la corrupción", consiste, en suma, en que mediante ciertas tácticas de camuflaje el individuo y el grupo de individuos con quienes co-opera o co-delinque, consiguen enfocar tanto el envoltorio, las circunstancias, la paja frente al trigo, que logran no aparecer nunca como corruptos, mentirosos o, pongamos por caso, como manipuladores.
 
Tras el empleo sistemático de esas tácticas de camuflaje, la sociedad debería ser incapaz de reconocer como sujeto de un acto negativo a aquel individuo o aquel grupo.
 
Conscientemente, el citado individuo y su grupo consiguen transmitir a la sociedad donde moran, sus acciones como normales e incluso como meritorias. Acciones que para el simple, llano y valioso vulgo serían calificadas como mentiras patentes, actos notorios de corrupción o vil manipulación, ellos las muestran como salidas honrosas e inteligentes para decisiones tomadas en situaciones difíciles.
 
Así —argumentan estos individuos y sus grupos—, las acciones no deben ser juzgadas como tales, sino que debe analizarse la inherente complejidad del entorno, la ambigüedad sobrevenida, la rapidez que impera en el entorno en el que ellos se mueven.
 
Puede que luego se compruebe con los duros hechos y las asépticas evidencias que no hubo terroristas que se inmolaran, o que las cintas de video fueron, en realidad, grabadas a posterior, o que alguien desfalcó recursos públicos, distrayendo incluso parte de ellos para su propia faltriquera: Nada de eso es importante, porque en tiempo real —dicen— toda ética es consecuencialista.
 
Un estudio publicado recientemente en The Academy of Management Executive revela las tácticas que los top managers de empresas corruptas han empleado para justificar largo tiempo sus feas conductas. El mismo artículo y los sucesivos detallan cómo combaten las empresas como Dios manda esa lacra.
 
Con el título de "tácticas para justificar los propios errores" esos artículos listan un gran catálogo de prácticas de camuflaje. Extraigo de éste algunas que pueden ser de utilidad para juzgar la realidad actual:
 
Táctica: Denegación de propia responsabilidad. Ejemplo: "Todos hubieran hecho lo mismo que yo en mis circunstancias".
Táctica: Explotación de las víctimas o agentes no implicados. Ejemplo: "Ellos fueron los que primero actuaron con imprevisión. A mí no me quedó otra opción"
Táctica: Despersonalización de las decisiones. Ejemplo: "Mi deber es informar: yo me debo por encima de todo a mis lectores"
Táctica: Deslegitimación de la víctima. Ejemplo: "Él no está legitimado para juzgar nada: permitió que aquello ocurriera"
Táctica: Selectivas comparaciones. Ejemplo: "Afirmaron lo mismo los periódicos tal o cual: eso me justifica"
Táctica: Alentar la propia virtud. Ejemplo: "Tengo una reputación que avala lo que digo. Y si afirmo que tengo tres fuentes que lo corroboran, ustedes están obligados a creerme".
Táctica: Culpar a la víctima de cualquier delito. Ejemplo: "Él es el culpable de la actual crispación… No apretó el gatillo, pero todos reconocerán que…"
 
Estas y otras muchas tácticas han sido ilustradas por la literatura empresarial, y son de aplicación a las políticas, pero con una diferencia: las organizaciones económicas se han convencido de que esas formas de socializar son extremadamente perniciosas y que aceptarlas daña su imagen, su esencia, su filosofía y su funcionamiento a largo plazo, amen de los costes que producen. Como concluye Merchant, uno de los gurus del control corporativo, lo que hoy aparece como comportamiento dudoso, si no se ataja, mañana vendrá inexorablemente vestido de fraude.
 
Los códigos éticos, el control por persona, por encima del control de los procesos y los resultados, el empeño por eliminar siquiera la sospecha de actos faltos de ética preocupan mucho a las empresas.
 
Como punto de partida para combatir esos comportamientos, muchos expertos coinciden en sostener que es preciso aislar los hechos, atenerse a la evidencia, quitando toda la morralla psicológica con la que los hechos normalmente se adornan. Quitar la paja y dejar el trigo,
Por ejemplo: La pregunta —¿sus afirmaciones incluyen o no hechos falsos?— sólo puede tener una doble respuesta: —sí, mentí; o no, dije la verdad—. No es necesario esperar a que las consecuencias de aquello me salpiquen, a que después de tres o cinco años un juez confirme o deniegue los hechos, porque eso es paja que acompaña al trigo.
 
Optar por la evidencia, por la catalogación sencilla y llana en primera instancia, sin que el grupo me cobije, sin que alguna táctica de evasión justifique lo injustificable, o, incluso me haga quedar como un héroe, está siendo de utilidad en las empresas, y está recogiéndose en sus códigos de conducta. ¿Se imaginan qué ocurriría si pudiéramos imponer una suerte de código ético a nuestros gobernantes? ¿Se imaginan, por ejemplo, hablar al señor portavoz del PSOE en el Congreso?
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