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DRAGONES Y MAZMORRAS

Sin ton ni son

Es evidente que las editoriales españolas están dispuestas a que dejemos de leer, agobiándonos con el peso de su copiosa producción y sirviéndonos, sin ton ni son, títulos que sólo salen de nuestra mesa de trabajo para quedarse atascados en nuestra mesilla de noche.

Sobre que no es oro todo lo que reluce (suele ser más bien lo contrario), meten además mucha paja por medio: reediciones de libros que no se dicen que lo son, aunque aparecieron hace sólo dos años, como las "Celebraciones" de Michel Tournier, "nuevas" colecciones de novela española contemporánea que son más de lo mismo, pero con otra cubierta; sin mencionar las traducciones rescatadas como la de Eduardo Marquina de "Las flores del mal" de Charles Baudelaire, engendro filológico y poético que más valiera haber dejado en el olvido. Y no hablemos de las novelas que se escriben para premios –pura filfa– y que abarrotan las librerías, dándoles un penoso aspecto de bazar o de supermercado.

Y hablando de premios, la cosa se está poniendo cada vez peor, en particular para los jóvenes o los primerizos. Yo pasaría sobre el hecho de que estén encargados (peor para ellos, pues así salen de mal, y conste que no me atrevo a decir que yo fuera a rechazar tal encargo en el hipotético e ilusorio caso de que me lo hicieran), lo peor es el engaño, porque las editoriales que los convocan cifran su magnitud en el número de originales presentados. Cuántos más lelos caigan en el señuelo, más realce tiene el premiado, que sale así ganador de una liza que no ha sido tal. La honestidad del premio quedaría garantizada si en las bases se especificara que sólo se pueden presentar novelistas avezados, con una venta media de 10.000 ejemplares como poco, entre los que me excluyo. Ingenua petición que, por supuesto, nunca se cumplirá.

Como tampoco la peregrina proposición de que el Ministerio de Cultura resucite una ley del franquismo más acendrado, fechada en 1956 (se lo juro), que regulaba y controlaba los premios privados. Lo más divertido del caso es que quienes la han presentado son conocidos antifranquistas (aunque no todos demócratas, y que cada cual elija el suyo) como Juan Goytisolo, Raúl Guerra Garrido, Lidia Falcón y Andrés Sorel. Lo que ya es menos divertido es cuando uno se entera de que lo que pretenden con la resurrección de la, por tantos aspectos, retrógrada ley es que el Ministerio obligue a las editoriales privadas a formar sus jurados ¿adivinen con quién?, pues con personas nombradas por las asociaciones que presiden y dirigen personalmente muchos de esos demócratas, como la Asociación Colegial de Escritores, la Asociación Española de Críticos Literarios y contando también, ¡qué remedio!, con el propio Ministerio de Cultura. O sea, una nueva versión, corregida y empeorada, de los premios nacionales. ¿Para eso hemos hecho la Transición?
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