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ESTATUS CONTINENTAL

Siempre hay que mirar al mapa

Una doctrina exterior tan novedosa y en armonía con nuestro condicionantes geográficos, sin embargo, no llegará mucho más lejos si seguimos despreciando nuestra defensa. Aunque suene a chino, España debe gastar mucho más en sus ejércitos.

Ya lo decía Alexandre de Marenches; siempre hay que mirar al mapa. Fue el director del servicio de inteligencia francés, SDECE, durante los mandatos de Pompidou y Giscard. Aguantar desde 1970 hasta 1981 y, con dos presidentes de talantes opuestos, fue toda una hazaña. Incluso Mitterand quiso heredarlo, pero al Conde De Marenches le repugnaba colaborar con un gobierno que incluyera ministros comunistas. Una vez jubilado, siguió prestando su asesoría a personajes como Reagan o nuestro propio Rey.
 
Solía decir que todo funcionario que tuviera responsabilidades en las relaciones exteriores de su país debía tener colgado un mapamundi en su despacho. Su mera observación cotidiana, aderezada de un mínimo conocimiento de la historia de las naciones, constituía una fuente de sabiduría imprescindible. Lectura que le permitió intuir la invasión de Afganistán por la URSS, como una primera etapa en la histórica obsesión por conseguir salidas a mares cálidos que tanto condicionó a la Rusia de los Zares. Compartió con sus amigos de Washington lo que no era más que una divina inspiración carente de sólido apoyo objetivo, obteniendo por toda respuesta un lógico y confiado “nonsense”. Así las cosas cuando unos días más tarde el puro azar hizo que los tanques rojos entrasen en Kabul cogiendo por sorpresa a todos los servicios occidentales, Marenches terminó de consolidar su prestigio al otro lado del atlántico.
 
Su genialidad le permitió recordar a los analistas como, en la época de los satélites y del desarrollo de la telecomunicaciones, la geografía sigue siendo un condicionante mayor de las relaciones internacionales. A sensu contrario, una política exterior que le dé la espalda estará condenada al fracaso.
 
Esta relato quiere aportar un elemento añadido para entender la lógica de lo que se ha venido en llamar, normalmente con desprecio, el “trío de las Azores”. Más bien cuarteto pues casi nadie se acuerda del significativo anfitrión portugués. En el fondo, el acercamiento de nuestra política exterior a las pautas que ya rigen la “relación especial” entre Inglaterra y los EEUU, responde a razones que hunden sus raíces en nuestra historia. En aquella rueda de prensa comparecía una representación del continente americano, con las tres naciones a las que su geografía arrojó inexorablemente al atlántico. En francés, península se dice “presqu’île” (casi isla). Nuestra idiosincrasia peninsular, reforzada por la barrera de los pirineos favoreció, al igual que en el caso inglés o luso, la vocación marítima.
 
España, Portugal o Inglaterra no solo colonizaron sino que, aun por caminos muy distintos, consiguieron que su población actual sea racial y culturalmente un reflejo de las antiguas metrópolis. De contrario, si tomamos el ejemplo francés, solo desarrolló su imperio colonial en un período mucho más reciente sin que se produjese la exportación de importantes grupos de población que acabaran enraizando en las tierras de destino produciendo fotocopias más o menos fieles de sus madres patrias. No digamos Alemania o Italia a las que se les “pasó el arroz” colonizador por su tardanza en constituirse como Estados modernos.
 
Así las cosas, la imagen de Aznar junto a Blair, Durao Barroso y Bush es mucho menos artificial de lo que uno pueda imaginarse. En las últimas décadas priorizamos nuestra faceta europea que tan abandonada teníamos. Consolidado nuestro estatus continental llegó la hora de volver a nuestra vocación americana, igualmente postergada durante siglos sin política exterior digna de dicho nombre. Ambas facetas son perfectamente compaginables pues se trata de planos de intereses muy distintos. Como siempre, los empresarios se adelantaron a los políticos y se fueron colando por todas las rendijas que las economías iberoamericanas les iban abriendo. Este discurso es una pura perogrullada pero es necesario en tanto que normalmente enfatizamos lo superficial que nos separa de América para olvidar nuestra esencia común.
 
Una doctrina exterior tan novedosa y en armonía con nuestro condicionantes geográficos, sin embargo, no llegará mucho más lejos si seguimos despreciando nuestra defensa. Aunque suene a chino, España debe gastar mucho más en sus ejércitos. No podemos dar lecciones de responsabilidad si seguimos muy por debajo de cualquiera de nuestros aliados en presupuestos militares. Quizás volviendo a la pauta británica, una opción posibilista pasaría por concentrar el esfuerzo inversor en nuestra armada. La Pérfida Albión que, durante casi toda su historia incluso prescindió de ejércitos permanentes, nunca renunció a poseer la marina más fuerte del mundo. Nada más coherente con una filosofía decididamente dirigida al Atlántico. Quizás un segundo grupo aeronaval fuera una opción a tener en cuenta, con el aliciente de favorecer al mismo tiempo nuestra condición europea apuntándonos al proyecto franco-británico de construcción de portaviones.
 
En fin, ver a portugueses españoles y británicos recibiendo a los americanos en un punto tan simbólico como las islas Azores fue un espectáculo que solo pudo sorprender a observadores sin un gramo de imaginación y sensibilidad histórica.
 
También lo decía Bismarck “de todos los datos que componen la historia, la geografía es único que no cambia”.
 
 
 
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