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LA JUDICIALIZACIÓN DE LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO ISLÁMICO

Si el Corán lo permite, debes absolverlo

Abú Hamza es el más famoso de los numerosos imanes incendiarios de Gran Bretaña; es toda una institución gracias a los tabloides, que le apodan Garfio porque perdió sus manos en un, eeeh, "accidente" en Afganistán en 1991. Recientemente juzgado en Londres por nueve cargos de incitación al asesinato, aparte de otras acusaciones varias, se benefició de los servicios del eminente consejero de la Reina Edward Fitzgerald.

Abú Hamza es el más famoso de los numerosos imanes incendiarios de Gran Bretaña; es toda una institución gracias a los tabloides, que le apodan Garfio porque perdió sus manos en un, eeeh, "accidente" en Afganistán en 1991. Recientemente juzgado en Londres por nueve cargos de incitación al asesinato, aparte de otras acusaciones varias, se benefició de los servicios del eminente consejero de la Reina Edward Fitzgerald.
Abú Hamza.
Fitzgerald abrió el alegato de la defensa argumentando, según el Daily Telegraph, que "Hamza no instaba a sus seguidores a asesinar británicos, sino a luchar en aquellas tierras sagradas donde los musulmanes estaban siendo asesinados, en Afganistán, Argelia, Bosnia, Kosovo y Palestina". Cuando se le preguntó si alguna vez tuvo intención de alentar o incitar al asesinato, Hamza respondió: "En el contexto de asesinar, no. En el contexto de luchar, sí".
 
Hum. El señor Hamza quiere ver un califa instalado en Downing Street, y que los musulmanes controlen "toda la Tierra". Por supuesto, querer que los musulmanes controlen la Tierra no va contra la ley, ni, como argumentó su abogado, defender los métodos más contundentes para conseguirlo. Así lo relataba el Times de Londres:
 
"Por la parte de la defensa, Edward Fitzgerald, consejero de la Reina, dijo que la interpretación que hacía Abú Hamza del Corán era que éste imponía a los musulmanes la obligación de la yihad y de luchar en defensa de su religión. Dijo que el caso de la Corona contra el antiguo imán de la mezquita de Finsbury Park era 'simplista en extremo'. Y añadió: 'Se dice que predicaba el asesinato, pero en realidad predicaba el propio Corán'.'"
 
Bien, es ingenioso, y aunque el señor Hamza fue, desgraciadamente, encontrado culpable, ¿quién dice que no vaya a funcionar con el próximo yihadista relevante? Si el Corán lo permite, debes absolverlo. Condenarlo sería multiculturalmente irrespetuoso. Si el libro sagrado de la religión de la paz recomienda matar infieles, ¿quiénes somos nosotros para juzgar?
 
En realidad, gran parte del mundo desarrollado parece haber interiorizado ya esa explicación: el populacho musulmán perpetra disturbios, saqueos, quema embajadas y mata gente en todo el mundo, y la furia de las élites occidentales se reserva para los indefensos dibujantes daneses, por ser tan "insensibles".
 
También Nick Griffin, líder del sumamente no multicultural Partido Nacional Británico, está siendo juzgado, "acusado de utilizar palabras o comportamientos para, probablemente, despertar el odio racial". Pero, al contrario que el señor Hamza, no puede valerse del recurso defensivo del pero-es-que-lo-saqué-directamente-del-Corán.
 
Se recordó severamente al jurado inglés que su papel no era considerar la verosimilitud de las citas del señor Griffin: la criminalidad de las mismas no queda mitigada por la precisión factual. Veamos una de ellas, proferida un año antes de los atentados del 7 de Julio durante un mitin en Leeds:
 
"Todos sabemos que tarde o temprano habrá terroristas islámicos detonando bombas en ciudades importantes; y quizá no sea en Londres, podría igualmente ser en el White Rose Centre [de Leeds]".
 
El señor Griffin aventuró que los terroristas podrían ser solicitantes de asilo o paquistaníes de segunda generación "residentes en algún lugar como Bradford".
 
Casi, casi. En todo caso, más cerca de lo que estuvo el MI5. En realidad, los terroristas del 7 de Julio eran paquistaníes de segunda generación procedentes de Leeds, a un simple tiro de piedra o estallido de bomba de donde estuvo hablando el señor Griffin.
 
Tony Blair lleva años prediciendo que lloverá una devastación terrorista sobre Gran Bretaña, pero normalmente escurre el bulto a la hora de vaticinar la posible identidad de los autores materiales; por eso a él no se le lleva a juicio y al señor Griffin sí.
 
Retrocedamos cuatro años en el tiempo. El 11 de Septiembre, la Administración Bush tuvo que decidir entre clasificar los sucesos de aquella mañana como un asunto para las fuerzas del orden o como un acto de guerra. A la una de la tarde, con el Pentágono todavía en llamas y después de haber ayudado a sacar los heridos de los escombros, Donald Rumsfeld dijo al presidente: "Esto no es una acción criminal. Esto es la guerra".
 
John Kerry.Esa es la distinción que aún importa. Parte de la razón por la que John Kerry perdió en 2004, y por la que los demócratas perderán de nuevo el próximo noviembre, es que ven este asunto como algo propio de las fuerzas del orden, todo garantías y procesos como es debido. Y, como vemos en casi todos los casos, luchar contra la yihad en el juzgado significa que vas a perder.
 
Imagínese que, durante los bombardeos de Londres, alemanes con pasaporte británico hubieran dado discursos en defensa de la incorporación del Reino Unido al Tercer Reich y exigido que la esvástica ondease sobre el Palacio de Buckingham, y que hubiera de procesárseles individualmente, y que la mayor parte de los nazis fueran absueltos por tecnicismos, y que sólo unos pocos fueran condenados a penas de entre 18 meses y dos años.
 
Ciertamente, se puede argumentar (como hacen muchos británicos y americanos) que la yihad no supone el mismo tipo de amenaza existencial, pero ¿en qué punto traza uno la línea? ¿Trescientos muertos en una explosión en el metro? ¿Miles, en un atentado contra un rascacielos? ¿Por qué no son ya suficientes los muertos del 11 de Septiembre y el 7 de Julio?
 
En estos casos legales hay factores locales en juego, y los abogados defensores los conocen muy bien.
 
Bajo las onerosas restricciones que pesan sobre la información en el Reino Unido, ni siquiera pude escribir acerca del caso Hamza en un periódico de Fleet Street, para no interferir negativamente en el proceso. En los casos de, digamos, Sami al Arian o Zac Moussaoui, eres libre de hablar sobre ellos, pero la naturaleza del sistema judicial norteamericano equivale a que entre el arresto y la expectativa de justicia pasen años y años. Así, el efecto neto en ambas jurisdicciones es limitar o atontar la conciencia pública acerca de las actividades de estos hombres.
 
Un tribunal no está pensado para ser un campo de batalla, por lo que el enemigo no debería ser elevado al rango de acusado. La cuestión no es "¿por qué nos odian?", sino "¿por qué nos desprecian?".
 
Sentar a Abú Hamza en el banquillo de los acusados de Old Bailey es un buen ejemplo de por qué.
 
 
© Mark Steyn, 2006
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