Menú

Las maravillas del capitalismo

El capitalismo es maravilloso. Aunque Stéphane Hessel lo deteste, sólo las mejores características de este sistema pueden conseguir que un artículo de apenas una docena de folios, sin ningún planteamiento novedoso y que mezcla la colonización de Argelia con el fascismo, la crisis financiera y el hegelismo pueda colocarse en lo más alto de la lista de los libros más vendidos en prácticamente toda Europa.

El tipo al que se le ocurrió encuadernar el panfleto del nonagenario francés, cantar sus virtudes como texto renovador de la izquierda europea y venderlo a cinco euros el ejemplar es un auténtico genio del libre mercado. De hecho, lleva más de dos millones de ejemplares vendidos en Francia y cientos de miles en España, Italia y varios países más.

Ahora bien, al leer este libro (resulta raro llamarlo así) uno se pregunta qué ha podido ocurrir para que haya desatado el entusiasmo de los intervencionistas europeos. Tiene algunas cuestiones a favor, todas ellas formales. Desde el título (lo más acertado, sin duda, pues casi cualquiera puede sentirse identificado con él) hasta la edad del autor, esos 93 años que hacen muy complicada la crítica, todo ha ayudado a desatar el fenómeno.

Que un anciano, casi centenario, que fue miembro de la Resistencia frente a los nazis y participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos publique un libro anticapitalista, antisemita y proestatal era algo que los socialistas de todos los partidos no podían dejar pasar en balde. Si, además, el libro de marras es muy corto, inconcreto y genérico, todas las piezas encajan. Ni siquiera hace falta entenderlo para blandirlo como estandarte de una causa. Se queda uno con la palabra que le da título, se recuerda que la crisis es culpa del capitalismo y se sale a la calle a demostrar lo concienciado que se está.

Sería curioso preguntar a todos esos que se denominan indignados y que acampan en las plazas de toda España qué han entendido del panfleto de Hessel. Porque yo no he sacado nada en claro. El tipo enfrenta el fascismo con el capitalismo, en una de esas comparaciones que simplemente son absurdas, porque ningún otro sistema, a excepción del comunismo soviético, fue tan intervencionista como aquél. Luego añora los tiempos en que la energía, las minas, la banca, las compañías de seguros y el resto de grandes medios de producción eran públicos, como si no hubiera sido la ineficiencia estatal lo que empujó a la ruina a fábricas de coches, aerolíneas u operadoras que ahora obtienen cuantiosos beneficios en el mercado.

Evidentemente, no ofrece ninguna otra solución más que las nacionalizaciones y una genérica apelación a la ONU y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como claves de la regeneración de la política y la economía occidentales. Se le olvida a Hessel que esa organización ha defendido con ahínco a dictadores de toda laya, que por ella pasan y hablan, que en ella votan y presiden comités sin que nadie haga nada al respecto.

A lo anterior se une un ataque directo a Israel: "Mi mayor indignación tiene que ver con lo que pasa en Palestina"; Corea del Norte, Cuba, Siria o Sudán, por ejemplo, no son motivo de cabreo para el ex resistente. Unas citas de Hegel, Walter Benjamin o Sartre, algo de pacifismo (salvo para justificar los ataques de Hamás a Israel como fruto de la "desesperación"); unas pocas referencias a Martin Luther King y a Nelson Mandela; unas pinceladas de ecologismo y feminismo, la repetida mentira de que "la gran brecha entre los pobres y los ricos no deja de crecer" (como si no hubiera sido precisamente el capitalismo el que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas en las últimas dos décadas): con esta combinación tenemos la receta perfecta. Unos pocos folios sin sustancia pero con titulares. Con pocos argumentos, pero con eslóganes poderosos. Sin soluciones pero con muchos culpables.

Quien tuvo la idea de editar, promocionar y vender este amasijo de topicazos se merece cada céntimo que por ello reciba. Son las reglas del capitalismo. Por eso nos gusta tanto, porque cualquiera es capaz de ganar dinero si sabe dar felicidad a un semejante con un producto que el semejante en cuestión valore más que el dinero que está dispuesto a pagar por él. Hessel y los izquierdistas de toda Europa no lo saben, pero el éxito de este libro es la mejor prueba de su fracaso.

Stéphane Hessel, ¡Indignaos!, Destino, Barcelona, 2011, 64 páginas.

0
comentarios