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EL LENGUAJE POLÍTICO

"¿Sabes lo que ha dicho...?"

La escena política española está alcanzando unos niveles de ordinariez, confrontación y aspereza tales que urge llamarla al orden y poner freno a sus salidas de tono. Empezando por el lenguaje.

La palabra no puede mantenerse indefinidamente en un estado de creciente deterioro y desmán, ya que corre el riesgo de corromperse, quebrando con ello el principal instrumento de entendimiento y cohesión entre las personas. De su modo de empleo en el campo de la política depende en gran medida la consideración que se le otorgue, sea como arte o ciencia, sea como teatro de varietés o feria con su tómbola, barracas de tiro al blanco y freaks. Porque, en efecto, hay partidos que han descubierto los grandes réditos que ofrece la política-basura, su fascinación en la gente sencilla, y en complacerla se esfuerzan los mabuse y caligari de Ferraz, los hechiceros de Zapatero, el Dr. No.

Sucede que la viabilidad de la política –otra cosa es que ésta nos guste o no, nos entusiasme individualmente más o menos– se sostiene sobre discursos y ordenanzas, casi con el mismo peso que descansa sobre la observancia y reconocimiento de su utillaje emblemático: los signos y su carga simbólica. Dos ejemplos. Una sociedad que polemiza sobre la conveniencia o la presunta provocación que supone homenajear la enseña nacional, el que se exhiba en lugar público o se reserve para el cuarto de banderas de un cuartel por su comandante tal vez olvidada, o bostece ante su ultraje intencionado de manos de un vulgar salteador de estatutos, con dificultad comprenderá el valor y la significación que tiene el asegurar la vertebración de la nación, por más que una legión de catedráticos progresistas le discursee sobre el patriotismo constitucional. Una comunidad que escucha sin pasmo y aun con morbo cómo se tilda impunemente de mentiroso, vil y asesino al jefe del Ejecutivo desde la bancada, sedes y medios de comunicación de la oposición, queda reducida a la condición de mera audiencia excitada ante la inminencia de la última barbaridad o banalidad transmitida en directo.

Fresco nacional: político insultando y farfullando. El líder de la oposición califica a Aznar de “cobarde” nada menos que diez veces en una reciente rueda de prensa (21/8/2003). Y todavía hay quienes se sorprenden del tono destemplado de un cabecilla, blando por dentro y duro por fuera, quien con impostada dicción presume de solidez, cuando no es más que simple reproducción de la voz de su amo. Un dirigente político intrépido que rehúsa unirse con el PP contra el Plan Ibarreche arguyendo que él quiere ver a solas al lendakari de todas las ciudadanas y ciudadanos vascas y vascos para decirle las cosas en la cara, y, si es necesario, en la calle. “Ya, pero, ¿te has enterado de la última de Arzallus, de González, de Simancas, de Maragall...?”

Las conferencias de prensa de los políticos bocazas ya no superan la condición de mitin devastador, ni siquiera cuando, elevando su listón y caché, dictan una “conferencia de verdad” en el Club Siglo XXI, que es como pretender de una banda de hard-rock que dé un “concierto” en el Palau. Las comparecencias en las Cámaras se conciben como duelos, desafíos y emboscadas, y así no sorprende que la oposición guste de exigir la presencia de ministros e, invariablemente, del jefe del Gobierno, no para someterlos a una sesión de control parlamentario, sino para golpearles el hígado. Y si su señoría disputada sortea la celada, entonces es un cobarde.

“¡No te vas a creer las declaraciones de Caldera sobre la presencia de la tropas españolas en Irak...!” ¿Qué no? Pues escucha la respuesta de Aznar: “Hay gente que lo único que espera es que tengamos la desgracia, y no se han ocultado de decirlo, de ver a nuestros soldados que vuelvan en féretro”. He aquí, en efecto, una declaración fenomenal y hasta cruel, una acusación realizada por un alto dirigente de una nación moderna, cuya motivación, en su enormidad, sólo puede entenderse en el contexto de delirio colectivo e hybris generalizada que impera en la arena política española. El mismo escenario que ha convertido a Aznar en el centro de la diana nacional, en el dirigente democrático acosado con la mayor saña que puede verse en Europa (sólo comparable a la que soporta Berlusconi; y ahí deberían cesar las comparaciones). También es verdad que se despide de la escena pública, que está escaldado y al quite, que personalmente no tiene nada que perder y sí mucho que proteger a su partido y sucesores, bastante gallardones y medrosos ellos, por cierto, como se vio antes, durante y después de la guerra de Irak. En fin, la oposición provoca y echa trampas, en la que a veces se cae.

El Presidente del Gobierno no es la persona más adecuada para hacer pública una secreta impresión que muchos tenían y tienen, pero ello no hace a la imputación menos necesaria y justa. El mismo día que Aznar ponía en su sitio a la oposición irresponsable, ABC publicaba un articulo de César Alonso de los Ríos con el título “Irak puede llegar a votar”. Allí exponía con toda crudeza la encrucijada actual en la que se ha metido el PSOE, él solito: chapoteando en la inmoralidad y el entreguismo del Estado, fracturado internamente y sin alternativas, se preguntaba el periodista, qué otra esperanza tiene para seguir adelante que no sea una desgracia militar española en Irak. Los antecedentes y las declaraciones previas de Caldera justificaban la presunción: “Si somos sinceros deberemos convenir que éste es el comentario que recorre los mentideros políticos”.

Ahora bien, mientras un intelectual debe ser valiente y sincero, de un político se esperan otras cualidades, las cuales, como ya advirtió Ortega, tienen que apoyarse menos en las palabras, las ideas o la ética que en la acción política. Ni la mentira cuesta nada al político ni la veracidad al intelectual de verdad; una y otra manan naturalmente de su distinta condición (Mirabeau o el político). ¿Qué pensar de un político que acusa a otro de mentiroso? Repasar la paradoja de Epiménides o El Cretense acaso facilitase la respuesta.

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