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SEMBLANZA DE UNA GRAN LIBERAL

Rose Friedman

El pasado 18 de agosto murió Rose Director Friedman, tres años después de que lo hiciera su marido, el gran economista Milton Friedman. Como admirador de la persona y de la obra de Rose, quiero dejar constancia de su paso por la mansión del liberalismo clásico.

El pasado 18 de agosto murió Rose Director Friedman, tres años después de que lo hiciera su marido, el gran economista Milton Friedman. Como admirador de la persona y de la obra de Rose, quiero dejar constancia de su paso por la mansión del liberalismo clásico.
Precisamente en estos días echamos de menos la ayuda que los Friedman podrían habernos prestado en los debates motivados por la crisis: habrían sabido señalar que la profundidad del crack que hemos sufrido no se debe a los excesos del capitalismo a la americana, que ahora está de moda denunciar, sino a un cúmulo de errores cometidos por las autoridades monetarias y políticas del mundo desarrollado.

Guy Sorman nos ha recordado la broma que George W. Bush, al entregar la Medalla de la Libertad a Milton Friedman, gastó a la pareja: dijo que Rose era la única persona en este mundo que había salido victoriosa de una polémica con Milton. He oído en Madrid recientemente a su hijo David describir la atmósfera de continuo intercambio de ideas en el hogar de los Friedman, en el que nadie recurría al argumento de autoridad. Las diferencias iniciales nacían a menudo de que Rose era la más radical en su confianza en la libertad económica. Tras detallados intercambios de opinión, solían llegar a un acuerdo, pero a menudo la postura final estaba más cerca de la inicial de Rose.

Sabemos que los Friedman sólo en una cuestión mantuvieron la discrepancia sin ceder ninguno: la Segunda Guerra de Irak, a la que Milton se oponía y que Rose apoyaba.

Su matrimonio duró 68 años y fue felicísimo. Aún tengo en la memoria la imagen de Milton y Rose bailando un foxtrot en la reunión del cincuentenario de la fundación de la Sociedad Mont Pèlerin: de diminuta estatura, ingrávidos y armoniosos, su compenetración era la expresión ideal del amor conyugal.

"Los dos somos economistas, pero no somos competidores", dijo Rose en alguna ocasión. Su fuerte personalidad no le impidió seguir fielmente la vida profesional de su marido. Cada vez que Milton tuvo que marcharse a otra ciudad por motivos de trabajo, ella dejó el suyo. "Yo era lo suficientemente inteligente para saber que él era el más inteligente de los dos". Con una reflexión típica de alguien que entendía el principio de la división del trabajo en la familia, añadió: "Él era el principal generador de  ingresos en nuestro hogar. Su profesión era la importante. Pero nunca me sentí dejada de lado; creo que gran parte de su éxito me es atribuible". ¡Bienes complementarios!

Rose contribuyó sobre todo a la parte más práctica de la obra por la que su marido fue galardonado con el premio Nobel en 1976. Cierto es que, recién casados, colaboró en el acopio de datos estadísticos para lo que luego sería el libro quizá más científico de Friedman, el de la función del consumo (1957). Sin embargo, las obras que firmaron juntos fueron de carácter aplicado o biográfico.

La primera publicación conjunta fue Capitalismo y libertad (1962), donde Milton señala que lo escribió "con la colaboración de Rose Friedman". Relanzaban una línea de argumentación que ahora parece evidente pero que casi había desaparecido en la primera mitad del siglo XX: el capitalismo no sólo fomenta la prosperidad, sino que sobre todo es la base necesaria de la libertad personal en todos los órdenes. Muchos años más adelante, en 1980, Rose fue coautora de Libertad de elegir (1980), el libro que recogió y amplió los diez episodios de la serie del mismo nombre para la televisión. Conseguí que se proyectara traducida al español en TVE2 en 1981.

El escándalo que produjo en España fue mayúsculo, incluso entre las filas de UCD, el partido entonces gobernante. Me impusieron que cada episodio fuera seguido de un debate en el que participaran también enemigos de la libertad de mercado. No crean que los representantes de la entonces naciente CEOE se mostraron entusiastas del capitalismo: los que hablaban en nombre de los empresarios no salían del "ni tanto ni tan calvo". No ha habido forma de emitir esta serie otra vez este año, cuando nos inundan otra vez con falacias keynesianas y socialistas. Lean por lo menos el libro en la reciente reedición de la editorial Gota a Gota.

Aún más oportuno para los tiempos que corren es La tiranía del statu quo (1984), también producto de la colaboración entre los esposos Friedman. Se enfrenta este libro con una paradoja del liberalismo clásico. El capitalismo ha sido extraordinariamente beneficioso para la humanidad, como lo demuestra el aumento de prosperidad y la reducción de las desigualdades en todas las partes del mundo en que no han fallado los Estados. Pero entonces, ¿por qué es tanta la resistencia a llevar a cabo las reformas liberadoras? En el más pesimista de sus textos, el matrimonio Friedman analizaba los trucos y mecanismos que usan quienes detentan el poder político, sindical y empresarial para mantener sus privilegios a costa del procomún.

En la última producción conjunta fue Rose la que llevó la voz cantante. Se trata de Dos personas con suerte (1998). Publicó Rose en Japón un libro de diez capítulos sobre Milton. Decidieron transformarlo en una encantadora autobiografía. La historia del progreso de estos descendientes de inmigrantes desde la más angustiosa pobreza hasta la prosperidad y la fama pertenece a otros tiempos, en que los pobres progresaban en EEUU por el esfuerzo y el estudio. El hermano mayor de Rose, el economista Aaron Director, le pagó los estudios y la inscribió en la Universidad de Chicago. Allí, la joven se encontró con Milton, su compañero de curso en la clase de Jacob Viner. Fue estudiante doctoral con Frank Knight y trabajó con Milton en Washington, en una agencia del New Deal, recogiendo estadísticas sobre el consumo. Floreció así una amistad que, tras un prolongado y respetuoso noviazgo, acabó en matrimonio seis años después, una unión a la que se comprometieron hasta que la muerte los separó. ¡Hermosa historia!


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