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LIBREPENSAMIENTOS

Riqueza para vivir mejor

Desde antiguo, el propósito de enriquecimiento personal ha sido interpretado en términos contrarios a la moral, como si se tratase de una indignidad, un pecado o un vicio. Tal representación de la riqueza y del bienestar individual descansa sobre una visión antigua y tradicional del asunto que frena el crecimiento de las sociedades modernas.

Desde antiguo, el propósito de enriquecimiento personal ha sido interpretado en términos contrarios a la moral, como si se tratase de una indignidad, un pecado o un vicio. Tal representación de la riqueza y del bienestar individual descansa sobre una visión antigua y tradicional del asunto que frena el crecimiento de las sociedades modernas.
Bertrand de Jouvenel.
El socialismo, con más o menos cinismo, entre otras doctrinas e ideologías retardatarias, se esfuerza por mantener vivo este credo contrario a la libertad. Sin embargo, no faltan autores que han procurado mostrar la compatibilidad entre la riqueza y el buen vivir, entre los fines de la economía y la ética. Bertrand de Jouvenel (1903-1987) es uno de ellos. Hijo de Henry de Jouvenel, casado a su vez en segundas nupcias con la afamada escritora Colette, tuvo entonces como señor padre a un senador, embajador francés y miembro del Partido Radical de lo más influyente, y de madrastra o madre política (suena mejor la expresión en francés: belle-mère) nada menos que a la sensual, vitalista y muy "liberal" autora de Querido (1936) y Gigi (1945), entre otras novelas conocidas.
 
La relevancia de la contribución de Jouvenel al pensamiento económico, sociológico y político queda patente con sólo echar un vistazo a su bibliografía. Allí están registrados textos capitales como El Poder. Historia natural de su crecimiento (1945), Ética de la redistribución (1953), Sobre la soberanía (1955) y La teoría pura de la política (1963). En ellos lleva adelante un liberalismo aristocrático ("melancólico", al decir de Brian C. Anderson), opuesto tanto a la fatal arrogancia del socialismo como a la triste debilidad de las democracias, y siempre contrario a toda expresión de poder político, el temible "Minotauro".
 
Esta disposición poliédrica de la visión del mundo puede explicar, empero, la ocasional –o mejor dicho: accidental– simpatía que Jouvenel sintió por el relumbre de la economía alemana bajo el mandato de Hitler, así como su adscripción al muy poco liberal Partido Popular francés dirigido por el oscuro Doriot, comunista galo que durante la ocupación cultivó el colaboracionismo con gran pasión, pulsión por la que fue juzgado y fusilado. Para mayor desgracia, el diario Paris Midi publica el 26 de febrero de 1936 una ligera entrevista de Jouvenel con el dictador alemán. La sombra de la duda no deja de perseguir desde entonces al polítólogo francés, lo que hace de él, si no en un pensador peligroso, sí al menos un pensador temerario (Mark Lilla), como lo pudiese ser, asimismo, el teórico alemán Carl Schmitt.
 
El historiador israelí Seev Sterhell tildó, sin tantos reparos, a Jouvenel de pensador totalitario en el libro La ideología fascista, una acusación que acabó en un proceso por difamación, visto por un tribunal de París en 1983. Una de las personas que testifica a favor de Jouvenel es Raymond Aron, quien alega: "Es verdad que nosotros, los hombres de esta generación, nos sentíamos desesperados ante la debilidad de las democracias. Sentíamos que la guerra se aproximaba. Algunos soñaron con otra cosa, algo que acabara con esa debilidad".
 
Raymond Aron.Ciertamente, muchos notables escritores y pensadores de aquella generación se perdieron por los desfiladeros del totalitarismo, embriagados y, según los casos, por vanidad, la autocomplacencia o la simpathia malevolens; el opio de los intelectuales, en fin.
 
Decir que Aron defendió a Jouvenel hasta la muerte no es frase retórica. Convaleciente de una afección cardiaca, y contra la opinión de los médicos, Aron, siempre caballeroso y elegante, se desplaza ante el tribunal parisiense para estar con su amigo y abogar por él. Aron, genio y figura hasta la sepultura, fallece nada más volver al automóvil que le había transportado hasta su último acto público. Por su parte, Jean-François Revel dejó escrito en sus memorias, El ladrón en la casa vacía, que la reputación de colaboracionista y pronazi que pesaba sobre Jouvenel era "inmerecida".
 
Revel, antiguo militante comunista, y Aron, proveniente, por su parte, de las filas socialistas, sabían de la importancia de contextualizar y "comprender" el pasado en las biografías políticas (y a veces, también, en las personales), o, al menos, de conceder a los hombres una segunda oportunidad. Sea como fuere, lo cierto es que otros autores liberales de la generación de Jouvenel resistieron mejor la tentación totalitaria. Aunque también es verdad que no siempre escribieron textos tan excelentes como los que Jouvenel compuso.
 
Justamente un texto soberbio de Jouvenel deseo traer a este espacio de librepensamientos (no siempre reservado en exclusiva a librepensadores), pues no es ahora mi intención el debatir sobre los –vamos a llamarlos así– pasos en falso en la historia del liberalismo, que también los ha habido, como sucede hasta en las mejores familias. Será para otra ocasión. Más arriba he referido algunos de los grandes textos de Jouvenel. Propongo ahora fijar la atención en uno breve aunque enjundioso, empezando por el mismo título: Vivir mejor en la sociedad rica (1961), incluido en el libro Arcadia. Ensayos para vivir mejor (1968).
 
En unas pocas páginas encontramos allí una espléndida exposición sobre la virtud –y bondad– del enriquecimiento. Todo un elogio, en suma, de la crematística, ciencia de la riqueza, o del saber por qué es mejor vivir en una sociedad rica que en una miserable. En este punto, el liberalismo "melancólico" de Jouvenel se pone contento.
 
"La riqueza es el gran problema de las sociedades modernas". Con estas palabras principia el ensayo. La disposición a la riqueza no es propia del mundo antiguo. Ciertamente, había entonces grandes patrimonios y hombres ricos, pero ambos hechos eran reprobados por la mayor parte de las filosofías y religiones. La búsqueda individual del enriquecimiento, incluso el fomento del estado de riqueza general, eran tenidas por fuerzas corruptoras del hombre, inyectadas de inmoralidad.
 
Aristóteles.Aristóteles, patriarca de la filosofía antigua, distingue con severidad entre "crematística" y "economía": en la primera noción, afirma, hay desmedida y excesiva liberalidad; en la segunda, contención y moderación. Por tanto, para el filósofo griego el sentido de la vida buena reside en la frugalidad (mantenerse de los frutos que uno mismo produce: paradigma agrícola) y la satisfacción de las necesidades básicas. No se trata, entonces, de aumentar la producción indefinidamente, sino de limitar los deseos del hombre. Esta visión del mundo y la vida se traslada al Medioevo, pero experimenta una profunda alteración en la Era Moderna.
 
El cambio de perspectiva que tiene lugartedosrecel, señala Jouvenel, consiste en colocar la riqueza en el puesto de honor de los valores, en lugar de otros como el honor, la tierra, la ascendencia o el sacrificio. No bastaba con que el desarrollo científico y tecnológico favoreciese el paso del campo a la ciudad, o que la revolución industrial y la mayor productividad modificasen el estado de cosas. Era preciso al mismo tiempo que la percepción de los valores y el sentido de la moralidad estuviesen a la altura de los tiempos. Para poder considerar el enriquecimiento como algo honesto y respetable era necesario aceptar que no tenía por qué producirse necesariamente a costa de otros, como ocurre en la esclavitud. Esta revisión del valor, advierte Jouvenel, está ligada a la ascensión de las clases medias:
 
La idea moderna es que todos los miembros de una sociedad puedan enriquecerse colectiva e individualmente por medio de progresos sucesivos en la organización del trabajo, en sus procedimientos y en sus instrumentos; y que este enriquecimiento proporcione por sí mismo los medios para su desarrollo ulterior y que este desarrollo pueda ser rápido e indefinido.
 
Un ejemplo notable de esta ocurrencia la revela la historia de los Estados Unidos de América. Allí el producto por habitante se septuplicó de 1839 a 1959, y hoy sigue siendo arquetipo de sociedad rica y poderosa. Por eso genera tanto odio y resentimiento. Ocurre que el modelo de vida americano ha triunfado porque ha sabido aplicar eficazmente los tres requisitos que, según Jouvenel, son exigibles para que enriquecerse suponga al mismo tiempo vivir mejor: la movilidad geográfica del trabajo, el reajuste profesional y la amenidad. ¿Se le ocurre a alguien algo mejor?
 
Crematis, voz griega, significa "negocio". En español, "crematística" es palabra que, junto a su sentido estricto, denota una acepción humorística. Muchos entre nosotros prefieren la versión latina: neg-otium. Sin embargo, vale la pena tomarse en serio el valor de lo crematístico y la máxima ética de ocuparse uno de sus propios asuntos (his own business). En vez de que lo haga la política y el Estado, los minotauros y los ogros filantrópicos.
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