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Emilio Castelar

"Debo decir que si vuestra Monarquía es hoy una Monarquía liberal, vuestra Monarquía será mañana una Monarquía democrática en cuanto se haya establecido el Jurado popular y el sufragio universal. Y así como le dije a los míos, y no me oyeron, en cierta noche célebre: 'nuestra República será mañana la fórmula de esta generación, si acertáis a hacerla conservadora', os digo ahora a vosotros: vuestra Monarquía será la fórmula de esta generación si acertáis a hacerla democrática." De esta manera se despidió Emilio Castelar de la vida política activa en febrero de 1888. La democracia y la libertad fueron las dos referencias que guiaron su intensa actividad política. Durante más de tres décadas se dedicó a predicar una República abierta a todos los liberales, conciliadora y progresiva. Castelar fue un hijo de su tiempo, un liberal inmerso en el romanticismo europeo, un español apegado a la idea de nación como sujeto de la libertad.

Nació en Cádiz el 7 de septiembre de 1832, y no por casualidad. La represión de los liberales que llevó a cabo el régimen absolutista de Fernando VII condujo a muchos de éstos fuera de España. Manuel Castelar, padre de Emilio, era un conocido liberal de Alicante. El miedo le empujó a marchar con su mujer a Cádiz buscando el refugio que le podía dar la proximidad de Gibraltar. Tras la muerte del rey Fernando VII y la alianza de la regente María Cristina con los liberales en 1833, pudo volver a Alicante.

Completó Emilio Castelar sus estudios de bachillerato y marchó a Madrid. Mediante oposición logró una plaza de alumno en la Escuela Normal de Filosofía y se matriculó en la Facultad de Derecho. Conoció allí a dos amigos que le acompañaron toda la vida, Antonio Cánovas del Castillo y Cristino Martos.

Eran los primeros años de la década de 1850, y los liberales españoles estaban alterados por las maniobras anticonstitucionales de Bravo Murillo y la falta de respeto a la ley del conde de San Luis. Al mando del general O'Donnell, los moderados puritanos, entre los que estaba Cánovas, iniciaron un alzamiento para restablecer la normalidad constitucional. La Revolución de 1854 facilitó que Castelar comenzara su vida política. El partido demócrata organizó un mitin en el Teatro Real. Después de que hablaran los próceres de la democracia, los concurrentes improvisaron discursos hablando del futuro régimen que iban a instaurar las Constituyentes de ese año. Miguel Morayta, amigo universitario de Castelar, le animó a hablar. Venció su timidez, subió a petición del público el volumen de su voz, y con unas oraciones floridas se llevó el aplauso del auditorio. La fama que le dio aquel acto llegó hasta la Corte de Isabel II. La joven reina quiso conocer al orador y fue llamado a Palacio. Los ministros puritanos le ofrecieron una beca para ir estudiar a Alemania, pero la rechazó.

Los demócratas encontraron en Castelar el propagandista que necesitaban. Entró así en la actividad periodística en los diarios El Tribuno, La Soberanía Nacional y, más tarde, en La Discusión, el importante órgano de la democracia dirigido por Nicolás María Rivero.

El Ateneo de Madrid era entonces el centro intelectual más importante de España. Impartieron allí sus lecciones pensadores y políticos de la talla de Juan Donoso Cortés, Joaquín Francisco Pacheco y Antonio Alcalá Galiano. Desde 1857 a 1861 Castelar pronunció en el Ateneo sus famosas lecciones sobre la Historia de la civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo. En 1858 consiguió por oposición la cátedra de Historia de España en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central de Madrid. Aquel mismo año publicó La fórmula del progreso, sin duda la obra de pensamiento demócrata más influyente en su tiempo.

El partido progresista, alejado del poder desde 1856, declaró el retraimiento electoral en 1863. Este intento de deslegitimar las instituciones era la antesala de una nueva Revolución. A finales de ese año fundó Castelar el diario La Democracia con el objetivo de aliarse con los progresistas para levantar un nuevo régimen que aunara la libertad y los principios democráticos. Comenzó así un debate con Pi y Margall para expulsar a los socialistas del partido demócrata. Hasta entonces se había permitido su presencia en el partido porque su demagogia conseguía el favor de las capas populares. La alianza con los liberales progresistas exigía la salida de los socialistas, a los que Castelar denominaba el "eterno escollo de la democracia". Don Emilio razonaba desde su liberalismo individualista que el socialismo era el producto de la falta de libertad. Las tiranías impedían que la cuestión social se resolviera mediante el ejercicio de los derechos individuales, lo que llevaba a los trabajadores a pedir utopías. Castelar consideraba a los socialistas como causantes del fracaso de la República francesa de 1848, porque hicieron creer al pueblo que todo se le debía y que podían conseguirlo inmediatamente. De este modo, atemorizaron a las clases conservadoras y desprestigiaron la República ante las capas populares cuando sus promesas no se cumplieron.

La Revolución se acercaba y Castelar consiguió hacerse con la dirección del partido demócrata. La alianza con los progresistas de Salustiano de Olózaga no se hizo esperar. No obstante, su artículo "El rasgo" criticando a Isabel II por la cesión de su patrimonio al Estado, en la que se reservaba un tanto por ciento de la venta, le costó la separación de la cátedra. A raíz de su cese se produjo el 10 de abril de 1865 un enfrentamiento entre los estudiantes y las fuerzas del orden que se conoce como la "Noche de San Daniel". La Revolución estaba ya en marcha, y el desprecio de Castelar por los métodos violentos le dejó fuera de la dirección del partido, que pasó de nuevo a Rivero.

El estallido de la insurrección en Madrid, el 22 de junio de 1866, le llevó a buscar refugio en la embajada estadounidense. Castelar huyó a Francia ayudado por la poetisa Carolina Coronado, mientras el Gobierno de O'Donnell hacía la vista gorda. En el exilio escribió para periódicos hispanoamericanos, fortaleciendo así una relación que no abandonó nunca. Fue a partir de entonces un acérrimo defensor de la mejora de las relaciones españoles con las repúblicas hispanoamericanas, de la abolición de la esclavitud y de la aplicación de reformas políticas y sociales en Cuba y Puerto Rico. Los revolucionarios exiliados no cesaban de conspirar. Sin embargo, Castelar se mantuvo alejado de la coalición de progresistas, demócratas y unionistas.

El éxito de la Revolución de septiembre de 1868 le permitió volver a España. En las Cortes constituyentes de 1869 intervino a favor de la proclamación de la República como forma política que podía conseguir con éxito la combinación de la libertad y de la democracia. La oratoria de Castelar deslumbró en aquellas Cortes donde se dieron cita oradores como Salustiano de Olózaga, Antonio Ríos Rosas o Cánovas. Finalmente, los revolucionarios aprobaron la Monarquía democrática como la fórmula adecuada para conciliar los intereses conservadores con los progresistas, y mantener el orden sin perder la libertad.

Los federales se levantaron en armas en septiembre 1869 para imponer a los liberales la República, y fracasaron. Castelar intentó acabar con el federalismo socialista de Pi y Margall, y convertir el partido en una opción de gobierno con la que extender la opinión favorable a la forma republicana. Pero erró, porque evitó el enfrentamiento directo con los federales y prefirió la falsa unidad del partido a la separación de los violentos y antiliberales.

La libertad y la democracia podían conseguirse partiendo de la Constitución de 1869, la más liberal de Europa en su momento. Castelar estaba obcecado en la incompatibilidad de la Monarquía con la libertad y la democracia. Elegido Amadeo de Saboya rey de España, ideó la táctica de la "benevolencia" para acabar "constitucionalmente" con su reinado y proclamar la República. La estrategia consistía en apoyar al partido radical de Ruiz Zorrilla en detrimento del conservador de Sagasta y el general Serrano. La ausencia en las cámaras de los conservadores impediría el turno con los radicales, con lo que cuando surgiera un enfrentamiento entre el Rey y las Cortes o el Gobierno, el conflicto se resolvería con la "destitución legal de don Amadeo". Los republicanos llegaron a la contradicción de buscar la libertad y, al tiempo, aliarse electoral y parlamentariamente, y en ocasiones incluso compartir barricada, con los carlistas. El republicanismo repitió dos de los males de la izquierda española decimonónica. El primero fue considerar que las coaliciones eran buenas para destruir, pero malas para construir. A esto unieron otro de sus complejos tradicionales: el creerse que sólo ellos representaban la libertad, y no la coexistencia legítima de opiniones distintas.

La República de 1873 llegó ayudada por la "benevolencia" de los castelarianos, pero la anarquía y el exclusivismo que la caracterizó estaban muy lejos del régimen liberal y conciliador que esperaban. Claro que Castelar y los suyos habían ayudado a generar ese republicanismo violento con su silencio y su ineficacia. Tras el fracaso de las Presidencias de Figueras, Pi y Margall y Salmerón, Castelar ocupó el cargo en septiembre de 1873. En cuatro meses, con las Cortes cerradas, redujo el cantonalismo a la ciudad de Cartagena. Sin embargo, el desorden era enorme en una España con tres guerras civiles: la carlista, la cantonal y la cubana. El 2 de enero de 1874 los diputados federales tenían preparada la derrota parlamentaria de Castelar y su sustitución por un Ministerio de cantonalistas. En el caso de que esto fallara, los federales habían planeado un golpe de Estado con la milicia nacional republicana. Los hombres de la coalición de septiembre, marginados del poder, sólo vieron una solución para sostener la Constitución de 1869: la dictadura. El golpe de Estado de los revolucionarios de Septiembre fue dado por el general Pavía el 3 de enero de 1874.

La Restauración de la Monarquía legítima con Alfonso XII no dejó fuera de las Cortes a Castelar, pues fue diputado en todas las legislaturas desde 1876. Castelar se separó entonces del resto de republicanos. Rechazaba la intransigencia revolucionaria de Ruiz Zorrilla, las "mamarrachadas del héroe pasiego" decía, cuya política es una "violinada continua. Su socialismo, la música del porvenir tocada por una murga de Lavapiés". Tampoco aceptaba la virtud hueca de Nicolás Salmerón, basada en un sistema filosófico "que hay que calificarlo por adivinaciones más que por estudio". El enfrentamiento más claro lo tuvo con Pi y Margall, quizá por la evidente distancia entre el liberalismo democrático y pragmático de Castelar y el federalismo socialista e intrínsecamente insurreccional del catalán.

Castelar formó su propio partido, el "republicano histórico", más conocido como "posibilista", y fundó el periódico El Globo. A las libertades de cátedra, religiosa, imprenta, asociación y reunión, el Gobierno liberal de Sagasta añadió los proyectos legislativos sobre el sufragio universal y el jurado. Esto convenció a Castelar de que la Monarquía de la Constitución de 1876 cerraba el ciclo de revoluciones y reacciones del siglo XIX. La fórmula decimonónica del progreso se cumplió para Castelar con la aceptación de los principios democráticos por las instituciones liberales del régimen. Así, en febrero de 1888, declaró finalizado el largo proceso para la consolidación del Estado constitucional en España, y anunció su retirada de la vida política. En consecuencia, en 1893 aconsejó a sus seguidores que entraran en el partido liberal de Sagasta. Murió el 25 de mayo de 1899 en San Pedro del Pinatar, Murcia.

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