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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Reducción al absurdo

La política en España ha sufrido durante estos últimos años un aluvión de acontecimientos que se columpian desde la comedia al drama pasando por la tragedia, todo ello sin perder a menudo un tono de teatro del absurdo. Tal vez fuese ya hora de situar de una vez por todas a los maestros del enredo y de la burla en su propio escenario delirante, llevándoles así a la contradicción.

La política en España ha sufrido durante estos últimos años un aluvión de acontecimientos que se columpian desde la comedia al drama pasando por la tragedia, todo ello sin perder a menudo un tono de teatro del absurdo. Tal vez fuese ya hora de situar de una vez por todas a los maestros del enredo y de la burla en su propio escenario delirante, llevándoles así a la contradicción.
Alfredo Pérez Rubalcaba
Se trataría, en consecuencia, de poner las cosas en su sitio, lo que se traduce en no seguir jugando siempre en campo contrario y cumpliendo las reglas que impone el adversario para su propio beneficio. Si la izquierda porfía en reducir a la derecha a la nada, no haría mal la derecha defendiéndose sin achantarse, empezando para ello por reducir sistemáticamente al absurdo gran parte de los argumentos y de las gravísimas acusaciones que aquélla le lanza a la cara sin descanso. Pasma la naturalidad, la confianza y la impunidad con la que el PSOE y sus surtidos aliados arrojan sobre el anterior Gobierno toda clase de infamias (que si son unos mentirosos, unos asesinos, etcétera). Si bien los populares tienen a veces el prurito de responder, lo cual no está nada mal, semejante horizonte asegura a la izquierda un escenario de ventaja y superioridad moral concebido por el reparto de papeles que impone: unos que acusan y otros que se defienden. En este terreno se interpreta muy cómodamente el rol de bueno de la película, de guapo y simpático, que tantos réditos proporciona.
 
Con este guión tan ensayado, la derecha y el PP pasan invariablemente por malos y sospechosos. Sobre ellos pesa la carga de la prueba, de manera que sus movimientos revisten inexcusablemente un carácter incierto: si se justifican, malo (aparecen como culpables, sin remisión); si lo dejan correr, peor todavía (son tomados por responsables medrosos, sin perdón). El envite es, pues, muy serio, y su superación exige grandes dosis de ingenio y agudeza, asociadas al arte de la discreción (releer, por ejemplo, a Baltasar Gracián) y no poca ración de realismo político, de sutileza y, por qué no, de malicia (repasar, verbigracia, las lecciones de Nicolás Maquiavelo). Se trata de la política, después de todo.
 
Hace muy bien César Alonso de los Ríos (“Una víctima más del 11-M”, LAS PROVINCIAS, 31/7/2004) en denunciar la incoherencia y la desvergüenza exhibidas por el PSOE al proponer al PP un pacto contra el terrorismo islámico (aquellos siguen llamándolo “internacional” y cosas así), al margen de que éste supondría, de entrada, remedar y desnaturalizar el actual Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Ciertamente, mucho hay de oscuro y furtivo en esta jugada, por lo demás nada ajena a las últimas actitudes de la izquierda, disimuladoras y minimizadoras de la amenaza terrorista etarra, y nada extraña a los impúdicos acercamientos del Partido Socialista vasco y el PNV, a los cuales, para mayor desorden, se muestran muy receptivos, IU, ERC, Labordeta y no sé si también Almodóvar. Pero, lo verdaderamente inaudito en este caso es que los socialistas se atrevan a presentar a la consideración del PP un proyecto de acción política común después de meses, y aun años, de labor de injuria y demonización, exclusión y deshumanización, de negarles el derecho a la existencia, el pan y la sal y el agua del Ebro, como si aquí no hubiese pasado nada.
 
Pero, aquí han ocurrido muchas cosas y muy graves. Y no se puede pasar tan fácilmente la página de la infamia ni correr un tupido velo con el que tapar las vergüenzas, fingiendo una irreal normalidad. En España, se nos ha metido un Gobierno legítimo por la gatera, a trompicones y con violencia, y nos ha llenado el país de pelos, sangre, sudor y lágrimas; en el ambiente, una respiración entrecortada y agitada nos sofoca. Que la viceministra primera y Pepiño Blanco aseguren, haciendo balance de los cien primeros días de Gobierno, que en España ahora, oh, ángel de amor, se respira mejor, centellea el diálogo y desapareció la crispación, es una prueba concluyente de la verdad del aserto: ellos siempre afirman lo inexistente y niegan lo existente. Ocurre, entonces, que en España reina el mundo al revés y dirigen la escena unos gobernantes con la lógica del absurdo.
 
Todo esto ha pasado, lo hemos visto: en la Comisión del 11-M, sin ir más lejos. También en el Pacto por la Justicia. Y en el Pacto Antiterrorista. Los socialistas no cumplen promesas ni acuerdos, y, mientras tanto, a sus enemigos políticos les dicen de todo. Obviamente, en esas condiciones no es posible el entendimiento ni el encuentro. Aznar lo comprendió, y su recelo fue declarado conducta intratable y arrogante. He aquí la trampa del “diálogo” versión Ibarreche: si recibes al adversario, te insulta públicamente y califica la iniciativa de debilidad; si no lo haces, eres reluctante y refractario a la comunicación. O versión Rubalcaba: si no acudes a la Comisión, es porque el anterior Gobierno retenía información y mentía; si lo hace porque sobreinformaba y… mentía. ¿No está claro? Es hora, por tanto, de revisar las estrategias, de recusar la infamia y de llevar a sus productores al absurdo: si en verdad el Partido Popular resultara ser lo que dicen los socialistas y la izquierda variopinta que es— hagan memoria, y recuerden todo lo que se ha dicho y dice del PP—, entonces el centenario y buenista PSOE no puede cabalmente ofrecerles ahora un plan, o plan de planes, porque ello no es lógico, amén de violar las leyes del buen sentido y aun de la decencia.
 
O el actual Gobierno y sus sostenes cambian de discurso (pero, en la práctica, no de boquilla) y juegan limpio, o así no jugamos. Ni apoyo a un nuevo Pacto Antiterrorista ni al envío de tropas a Afganistán y Haití ni nada de nada. ¿Cómo puede pretenderse de quienes no son más que unos mentirosos y unos asesinos? ¿Para qué buscar la sombra del maligno? Tal vez el proceder del fiscal Fungairiño en la Comisión del 11-M no fuese un dechado de buenos modales y corrección política, pero, como ningún otro compareciente, puso a sus interrogadores frente a sus propios desatinos, preservando en todo momento su dignidad y resultando finalmente muy esclarecedor. Bueno, Acebes tampoco estuvo mal. Aunque, desgraciadamente, no ha contenido los ataques del Gobierno buenista.
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