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Retos políticos

Decía Toynbee que una sociedad se desarrolla o perece según sea capaz de percibir y afrontar los desafíos que la historia le plantea. Por lo que se refiere a España, sería bueno estudiar esos desafíos para percibir claramente su alcance, examinar su importancia y urgencia relativas y proponer remedios racionales. Ello requiere un trabajo arduo y de equipos, del que aquí solo puedo trazar un leve apunte según mi entender. Hace algunos meses escribí un artículo[1] sobre los problemas que deben ser resueltos políticamente en España, y que ahora amplío:

El país sufre una crisis política, económica, moral e intelectual por la incapacidad aparente para resolver una serie de problemas de gran alcance, entre los que cabe citar:

  1. Degradación de la democracia. La transición legó una democracia defectuosa, sin verdadera división de poderes, con una ley electoral cuestionable, partidos de tradición antidemocrática y actitudes erróneas hacia el terrorismo y hacia el propio origen de nuestras libertades. Tales defectos pudieron corregirse, y algunos lo fueron en el período de Aznar, pero posteriormente han conducido a una generalizada involución política.
  2. En relación con este problema está un sistema económico con un peso excesivo del estado, que permite a los políticos, sobre todo a los más mesiánicos de izquierda y separatistas, utilizarlo para imponer sus ideologías, tradicionalmente horras, en España, de cualquier pensamiento serio.
  3. Degradación de la unidad nacional, debido al poder adquirido por partidos desleales a la nación y a la democracia. Ese poder nació por una parte del terrorismo (se creyó a esos partidos, erróneamente, barreras frente a la violencia, cuando han procurado rentabilizarla políticamente), por otra de la complicidad de una izquierda de tradición antiespañola y de la pasividad de la derecha.
  4. Degradación de la salud social: no estamos a la cola de Europa en casi todo, como dicen muchos. En drogas, alcoholismo, fracaso familiar, matrimonial y escolar, abortos, población penal, violencia doméstica y otros índices de salud social, España goza de un puesto relevante, en algún caso entre los primeros del continente. Esos logros proceden de actitudes impulsadas por unos políticos, intelectuales y periodistas entre quienes es alto, a su vez, el índice de corrupción (intelectual, económica y sexual).
  5. El problema islámico y Gibraltar. España tiene hoy, en el exterior, un solo frente político susceptible de tornarse militar: el del Estrecho, cuyos puntos clave son Ceuta, Melilla y Gibraltar. Problema ligado al del islamismo radical y la inestabilidad del Magreb. En esa zona, neurálgica para nosotros, padecemos la colonia-colonizadora de Gibraltar, perfecto revelado del papel de aliado-lacayo que nos reservan la UE y la OTAN. Nuestra posición política, moral y militar al respecto no ha cesado de deteriorarse en los últimos años.
  6. Nuestra posición en Europa: el ingreso de España en la CEE, probablemente tan innecesario como el ingreso en el euro, ha traído fuertes pérdidas de soberanía, merma en las tasas de crecimiento y mayor dependencia económica, sin que nos haya evitado crisis más fuertes que antes. Habría que valorar tales hechos.

Los problemas mal resueltos tienden a empeorar. Las sociedades progresan, se estancan o naufragan según respondan a los retos que les plantea la evolución histórica. De nosotros depende el resultado, sin que debamos esperar ni desear salvamentos exteriores.

A todos estos habría que añadir un desafío casi nunca mencionado y que acaban de poner de relieve Alejando Macarrón (El suicidio demográfico de España, Homo Legens, Madrid, 2011) y Francisco José Contreras: el envejecimiento de nuestra sociedad, con los desequilibrios y malas consecuencias que ello entraña. Generalmente se centra la cuestión en el plano económico, que es importante pero no el único. Desde ese punto de vista implica un esfuerzo creciente por mantener a una masa creciente de población no productiva y que, por razones biológicas, ocasiona gastos especialmente elevados. Si la población va aumentando o se mantiene estable, el esfuerzo resulta llevadero, pero si, como viene ocurriendo, los fallecimientos superan a los nacimientos, la carga tiende a hacerse insoportable a plazo medio. Si no ha provocado ya una quiebra del llamado estado de bienestar, se debe a la inmigración masiva registrada en años recientes. Pero no debe olvidarse que esa inmigración plantea a su vez nuevos problemas, ya que una gran parte de ella no se integra, y menos en una sociedad como la nuestra, que ha perdido hasta tal punto la conciencia de la escala de valores. El interés de la mayoría de los inmigrantes es por lo común meramente económico, sin compartir ideales de cohesión social como el patriotismo, la adhesión a las libertades o a una identidad histórico-cultural, ideales a su vez en fuerte declive entre los propios españoles desde hace bastantes años.

Este problema enlaza con los demás, aunque no creo que el envejecimiento demográfico entrañe automáticamente un envejecimiento moral y anímico; pero, sin ser forzoso, ese doble envejecimiento se está produciendo. Difícilmente hará frente a sus retos un país de ancianos con una juventud reducida y educada en la negación del patriotismo, en la indiferencia hacia las libertades y la responsabilidad y en ideas falsas y despectivas sobre la propia identidad cultural, todo ello sustituido por la telebasura (que es mucho más que televisiva) y una amalgama de arbitrarias solidaridades, pacifismos y viejos derivados de la lucha de clases, la lucha de sexos y similares. Opino que una manifestación de ese envejecimiento psicológico y moral se manifiesta en el hecho de que no hayan surgido alternativas ni liderazgos capaces de arrostrar la involución política de los últimos siete años, en la que ha colaborado pasiva y a veces activamente el PP. No aparecen el necesario liderazgo y la alternativa ni siquiera cuando la crisis económica alarma y aprieta más, revelando a todo el mundo fallos estructurales y políticos de hondas raíces. Tal falta de iniciativa e incapacidad de estudio en profundidad de los problemas del país indica una sociedad envejecida también en espíritu, de escasa energía, que prefiere no enterarse demasiado de los peligros y dificultades que la amenazan.

Pondré un ejemplo, señalado en el apartado sexto: nuestro ingreso en la CEE, luego UE, es mirado casi universalmente como un éxito, a pesar de la pérdida de soberanía y de democracia, y de las consecuencias que estamos sufriendo. Prácticamente nadie se plantea, no ya la posibilidad de salir de ella y recuperar nuestra soberanía, sino ni siquiera de hacer un balance realista de las ventajas y perjuicios traídos por estos años de "entrada en Europa" (donde siempre estuvimos). De igual modo, ha sido imposible analizar en treinta años las ventajas y perjuicios del estado de las autonomías diseñado en la transición, y solo ahora asistimos a reacciones contra él basadas en las presiones de la crisis económica, pero nuevamente hueras de un análisis sensato y a fondo. Debajo de estas incapacidades se encuentra el prejuicio de que somos un pueblo menor de edad precisado de la tutela de otros considerados –harto arbitrariamente– más serios. Y quienes sostienen eso –muchísimos– son desde luego menores de edad, por decirlo así, pero ¿tendrán razón y lo será también la gran mayoría, a la que pretenden imponer sus pobres ideas?

Por otra parte, ¿cuál es la posición real en la UE y en la OTAN de una nación que soporta una agresiva colonia extranjera en su propio territorio, colonia perteneciente, para más inri, a un país considerado amigo y aliado? ¿O nuestra amistad incondicional con otro país, aliado preferente de aquel que más directamente nos amenaza? Estas graves distorsiones de nuestra posición y política internacional parecen no existir siquiera, todo el mundo prefiere desviar la mirada. Obsérvese que no sostengo que debamos salir de la UE o de la OTAN, sino la más elemental necesidad de analizar y hacer balance de lo que han supuesto para nosotros y adoptar una postura racional al respecto, sea la salida, la permanencia como hasta ahora o la modificación de las condiciones de nuestra integración. Esta silenciosa negativa a enfocar problemas clave se llama estupidez y decadencia política y moral.

O consideremos el carácter de frontera de nuestro país con un mundo islámico en proceso de radicalización, donde van fracasando operaciones políticas o bélicas como las de Líbano, Somalia, Afganistán o Irak, o están siendo derribados regímenes prooccidentales –precisamente en el norte de África, donde más nos afecta– con el suicida apoyo de la UE y la OTAN. La parte islámica de la inmigración suele mirar a España como a su perdido Al Ándalus, y la decadencia demográfica, moral y cultural que percibe en nuestro país como un motivo de esperanza para la vuelta de los antiguos buenos tiempos. Esperanza alentada al constatarse la presencia en España de numerosos donjulianes, baste recordar al muy influyente Juan Luis Cebrián, entre tantísimos otros. Ello empeora la cuestión del expansionismo de Marruecos, el estado más agresivo del Magreb desde su independencia, en proceso de islamización y crisis a medio plazo de su monarquía y fuertemente apoyado por algunos de nuestros aliados. Problema complejo y añadido que, si no se afronta como es debido, puede incidir (lo está haciendo ya) en el peligro de disgregación nacional.

He señalado que, con la llegada de Zapatero al poder, la corrección en marcha, bajo Aznar, de algunas deformidades de la transición se convirtió en su contrario: en una involución basada ideológicamente en las ideas rupturistas alimentadas por los partidos marxistas y separatistas después de la muerte de Franco. No es casual, por tanto, que los siete años zapateriles hayan concluido en una cuádruple crisis, no solo económica sino moral, nacional y democrática. Las tres últimas han ido profundizándose gracias en alta medida a la inanidad intelectual e ideológica del PP, que no ha ejercido realmente de oposición. De no ser por la urgencia de la crisis económica, probablemente el PSOE habría continuado en el poder y agravando la situación de España. Por suerte, los socialistas han perdido las elecciones y ahora debemos preguntarnos qué cabe esperar del PP.

No cabe duda de que el problema más acuciante ahora mismo es el económico, y no se aprecia ante él una postura clara del PP. No podemos saber, a día de hoy, si este partido va a aplicar una política económica adecuada. Sus promesas electorales suenan vanas y contradictorias, aunque quizá se trate solo de los habituales trucos electorales de los políticos mediocres. Como sea, no ha ofrecido ninguna idea original, y probablemente su política se limitará a obedecer las indicaciones de Alemania y Francia, como ya lo iba haciendo el anterior gobierno. Lo que sí sabemos, y ello es lo más alarmante, es que Rajoy y los suyos creen que "la economía lo es todo" y obran en consecuencia. Desde la oposición han sido incapaces de frenar la involución zapateril, y da la impresión de que ni siquiera consideran los gravísimos problemas de otro orden, a la larga mucho peores. Pero el PP prefiere cerrar los ojos ante ellos, lo que, desde luego, no los hará desaparecer; al contrario, empeorará su peligrosidad.

Lo cierto es que España ha llegado al final del ciclo menor abierto por la transición, dentro del ciclo amplio comenzado por la victoria de los nacionales en la guerra civil; y que los desafíos se acumulan. Hoy, al mismo tiempo que la económica, es también muy acuciante la regeneración democrática y nacional frente a las brutales tensiones disgregadoras que sufre el país. Una mala respuesta o una falta de ella pueden resultar catastróficas en un mundo más complicado que nunca.



[1] Pío Moa, "Seis retos políticos para España", Libertad Digital, 19-V-2011.

 

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