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LIBREPENSAMIENTOS

Reconciliación nacional

No creo que España esté necesitada ahora de una segunda transición política, al menos en los términos sediciosos empleados por quienes nos buscan la ruina. Pero sí estoy cada día más convencido de que la sociedad española debe empezar a preparar una nueva fase de reconciliación nacional, en el horizonte próximo del postsocialismo republicano, que supere el actual escenario de "guerra civil fría" impuesto por la facción gobernante y todavía activa.

No creo que España esté necesitada ahora de una segunda transición política, al menos en los términos sediciosos empleados por quienes nos buscan la ruina. Pero sí estoy cada día más convencido de que la sociedad española debe empezar a preparar una nueva fase de reconciliación nacional, en el horizonte próximo del postsocialismo republicano, que supere el actual escenario de "guerra civil fría" impuesto por la facción gobernante y todavía activa.
La Estatua de la Reconciliación, en Coventry (Brodick Photo World).
La penosa malaventura que está suponiendo el presente periodo de la vida pública española, traída por quienes pretenden conducirla a su fase terminal, sólo podrá ser evaluada, con todas las garantías de justo juicio y pleno discernimiento, cuando todo esto haya pasado. Mientras tanto, debemos aprestarnos en común a disponer la normalización democrática.
 
Ante la perspectiva, más pronto que tarde, de la caída del Muro de Ferraz, cuando sus comandantes estén en Carabanchel, en Argel o en sus domicilios; cuando sea posible, en fin, la vuelta a una situación política, social y moral de estabilidad en la que España salga triunfante de la amenaza que la acecha, es preciso garantizar la reconciliación nacional. A la vista de este escenario imperioso, urge pensar en el futuro de España.
 
No sabemos cuánto puede tardar el definitivo establecimiento de la normalidad democrática en nuestro país, pero es preciso habilitar el hospital de campaña, al objeto de curar las heridas infligidas a unas instituciones y a unos ciudadanos severamente lastimados y allí se recuperen, antes de que sea demasiado tarde para poder asegurar el orden, la integridad y la decencia en la Nación.
 
Cuando todo esto haya pasado muchos seguirán sin creerse lo que en España ha tenido lugar, otra vez. Y habrá negacionismo. Como lo hay hoy: incredulidad y negación de la realidad. Amplios sectores de las presentes jóvenes generaciones van a tener que padecer un déficit profundo en instrucción, cultura y enseñanza general básica, una grave merma en educación democrática y en moralidad, en autoestima y civilidad.
 
Las secuelas serán largas y molestas. Pero las nuevas generaciones no deben crecer marcadas por el odio, la miseria moral y la insania que hoy agrían nuestra nación, mandada (al carajo) por una facción delincuente y montaraz de guante blanco, con traje y corbata, los caballeros mandamases, con trapitos de portada de Vogue, las señoras y señoritas "mandamasas".
 
Gregorio Peces-Barba.Son agudas la ofensa y la humillación infligidas, son inmensos los destrozos causados a nuestro país. Es inquietante lo que todavía nos reservan los últimos coletazos rabiosos por venir. Hay que disponerse, con todo, para la reconciliación nacional, lo que significa, básicamente, hacer justicia y exigir a los culpables las reparaciones necesarias. A capitanes y a marineros. Porque aquí hay ya muchos implicados en la felonía, por acción y por omisión, actuando en primera línea o en el coro.
 
Se trata de que no se sumen más individuos a la fechoría colectiva. O bien, de que los que ya han cruzado la delgada línea roja que conduce a la infamia y a la degradación personal retrocedan. No merece encanallarse así por un puñado de euros, un poquito de poder y un demasiado resentimiento contra los tenidos por enemigos. O quienes los odiadores profesionales han señalado como enemigos, esto es, los otros en el nombre del Otro (Alain Finkielkraut), los "malos" en nombre de los "buenos" (Gregorio Peces-Barba).
 
Una guerra, un conflicto y hasta el más insignificante pleito entre individuos necesitan establecer unas estrategias de entendimiento para que el fin de las hostilidades sea posible algún día con el menor coste civil posible. En España (quién lo duda, a excepción de los políticamente correctos, los necios y los muy melindrosos) tiene lugar una peculiar "guerra civil fría", si se me permite la expresión, que larvada y exportada desde la región vasca, vía Cataluña, ha impregnado de división, animadversión y confrontación a la sociedad española entera. Unas veces cruenta, patentemente violenta (ETA sigue armada y al acecho; las alcantarillas de los poderes públicos no han sido desinfectadas del todo; la extorsión, la intimidación, la provocación no cesan; siguen los escoltas a miembros de la oposición y a ciudadanos privados señalados, etcétera); otras, incruenta y latente, encubierta y subrepticia, aunque siempre asfixiante, dominadora, aniquiladora.
 
El caso es que en España persiste una "guerra civil fría", peculiar y específica, irregular e informal, desequilibrada y enmascarada, desconcertante y sorpresiva, como son hoy en día las "nuevas guerras" (Mary Kaldor) y, más en concreto, los conflictos excitados por el atizador del terrorismo, las "nuevas guerras civiles": "La guerra civil no procede de fuera, no es un virus importado; se trata de un proceso endógeno. Siempre lo inicia una minoría; probablemente baste con que sólo uno lo quiera, para que resulte imposible cualquier convivencia civilizada" (Hans Magnus Enzensberger, Perspectivas de guerra civil).
 
La "guerra civil fría" de la que hablo remite a la "caliente" de los años 30, y es alentada por quienes contra Franco vivían y luchaban mejor. Este proceso endógeno se reactiva en España en el momento en que una "minoría", odiadora y resentida, decide tomarse el desquite por el triunfo electoral de la derecha en los años 90 y, sobre todo, por el éxito social y económico, de alcance internacional, de las políticas de gobierno entonces practicadas. Gracias a ellas se abría una vía de revitalización en España, que aceleraba la neutralización definitiva del particularismo, el provincianismo, el nacionalismo, el terrorismo etarra y el pensamiento único políticamente correcto.
 
El riesgo, vislumbrado por los procuradores de estas taras, de pasar a la Historia o, cuando menos, de conformarse a permanecer en su condición de marginalidad y excentricidad fue demasiado grave, y se encendieron todas las alarmas. Había que ir a por todas y, en particular, a por aquellos que precipitaban el fin de sus días de vino y rosas, sus privilegios y mayorazgos.
 
Los sucesos acontecidos a la sazón son de sobra conocidos, al menos para quien no sea ciego o vil. Culminó con la llegada al poder del tripartito del rencor, el odio y la malasombra. Un advenimiento sentenciado a su manera por las urnas, cierto, "pese a que la toma y el fortalecimiento del poder fueran acompañados de engaño, traición e intrigas" (Sebastian Haffner, Alemania: Jeckyll y Hyde. 1939, el nazismo visto desde dentro. ¿Para cuándo el terminante y revelador libro sobre el Jeckyll y Hyde en ZP y el socialnacionalismo en España?).
 
En España, en estos últimos tiempos, no sólo se han atacado desvergonzadamente las más elementales reglas de juego democrático, los usos dispuestos y las buenas costumbres sociales establecidas durante siglos, los valores religiosos de la gran mayoría de españoles. Además se ha violado impunemente, a cara descubierta y con recochineo, lo más sagrado: la vida, la libertad, la dignidad, la compasión para con las víctimas y aun la memoria de los muertos. Todo ello organizado y consentido desde las más altas esferas del poder.
 
Mas no hay cabecillas sin secuaces. Como muestra la historia de la infamia, sin la participación voluntaria y mezquina de una parte considerable, sensible y "especializada" de la población, la mano del tirano aprieta pero no ahoga.
 
Francisco de Goya: DUELO A GARROTAZOS.Sólo cuando jueces y fiscales, catedráticos y maestrillos, doctores y licenciados, sastrecillos cobardes y carniceros eficientes, técnicos y peritos de guardia, zapateros prodigiosos y amas de casa despeinadas, asociaciones de actividades diversas y sindicatos del ramo, concejales de pueblo y diputados culiparlantes, periodistas y practicantes del libelo, compañeros de viaje y afiliados con lealtad al Partido a prueba de bomba; sólo, en fin, cuando secciones del pueblo llano y vano se ponen la camisa del color que lo sitúa al lado del poderoso para así resolver sus rencillas públicas y privadas con el vecino, y beneficiarse sin otro mérito que la obediencia de alguna prebenda, sólo entonces la guerra civil, caliente o fría, levanta el vuelo del dragón.
 
Hay que preparar, pues, la reconciliación nacional, para que sea efectiva lo antes posible. Otra vez. Antes, al final del franquismo. Ahora, en la antesala de la etapa postsocialista, segunda parte. Hay que disponerse a hacer justicia y, si cabe, al perdón de los delincuentes, sean gobernantes, simples vecinos o acompañantes.
 
Pero, atención, perdonar no significa cancelar ni olvidar. Convocar la virtud que perdona, sí, "pero no suprimiendo la falta o la ofensa, ya que no se puede, sino dejando de estar resentido con quien nos ha ofendido o perjudicado" (André Comte-Sponville, Pequeño tratado de grandes virtudes). Perdonar supone, ¡sencillamente!, dejar de odiar, renunciar a la venganza.
 
Perdonar implica, asimismo, no olvidar el crimen y la infamia ni las exigencias del derecho y la moral vulnerados. Significa no ofender todavía más a las víctimas. Y, principalmente, hacerse perdonar. Ténganlo presente quienes todavía no han llegado demasiado lejos.... o no han fijado aún el límite de sus prejuicios, lealtades villanas y acciones. Porque la Nación debe seguir unida.
 
Si sólo los justos están legitimados para perdonar, ¿con qué derecho un Gobierno soez pretende perdonar a los criminales, contra el parecer de los directamente implicados y afectados (las víctimas) y, lo que todavía es más grave, sin pedir perdón por sus propios "pecados", tanto el "pecado original" (la insólita toma del poder el 13 y 14 de mayo de 2004) como los derivados de él (el fortalecimiento en el poder a costa de lo más sagrado) y los que a él le condujeron (la violencia ilegítima organizada contra los Gobiernos de Aznar)?
 
"El perdón no está destinado a las buenas conciencias satisfechas, ni a los culpables no arrepentidos […] El perdón no está hecho para los cerdos ni para las cerdas" (V. Jankélévitch, Le Pardon).
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