Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Ramón y Cuba, Jacobo y el Che

La moto frena en seco, a un metro de donde me encuentro. En realidad, apenas es una moto: no es siquiera una Vespa, sino algo así como un patinete con motor. El submarinista que acaba de detenerse ante mí, calle La Fontaine, a diez metros de mi casa, me dice: "¡Hola, Carlos!"; después se quita el casco y las gafas... y aparece Ramón Chao.

La moto frena en seco, a un metro de donde me encuentro. En realidad, apenas es una moto: no es siquiera una Vespa, sino algo así como un patinete con motor. El submarinista que acaba de detenerse ante mí, calle La Fontaine, a diez metros de mi casa, me dice: "¡Hola, Carlos!"; después se quita el casco y las gafas... y aparece Ramón Chao.
Ignacio Ramonet (izqda.) y Ramón Chao.
Ocurría a principios de los años 70, cuando ciertos círculos cosmopolitas y la revista Libre se conmovían por el caso Padilla. "Tú, al menos, no has firmado ese reaccionario documento contra Castro que han firmado tantos intelectuales burgueses con el pretexto de Padilla". "¡Joder! –salté yo–. No he firmado esa mierda de súplica al tirano porque viene a decir: Comandante, tú, a quien tanto amamos, que tan generoso, revolucionario y humanista eres, no puedes portarte tan mal con el infeliz Padilla".
 
A iniciativa de Xavier Domingo, un puñado de españoles de París habíamos enviado a la prensa una carta abierta donde explicábamos por qué no habíamos firmado esa súplica progre al tirano y condenábamos rotundamente el castrismo, no sólo por el caso Padilla. Jamás fue publicada.
 
Años después, en casa, siempre calle La Fontaine (que tanto añoro), pregunté a José María Berzosa si su amigo Chao seguía siendo espía de la embajada cubana. "¡Qué bestia eres, Carlos! Ramón es un sincero admirador de la revolución cubana, y si algo puede hacer para ayudarla, lo hace". "En términos perfectamente hipócritas, confirmas que es un agente G2. ¿Cómo ayudaría, si no, a la revolución cubana? Que yo sepa, no es voluntario en Angola, Mozambique, el Congo o América Latina; se limita a ser confidente de la embajada".
 
Las últimas noticias que tuve de Ramón Chao, ese militante oscuro de la mafia internacional antiimperialista, con Castro, Chávez, Ramonet, Attac y Ahmadineyad, por no citar al Nobel de la Cursilería Noam Chomski, fue cuando me contaron una disputa olímpica entre él y mi amigo Juan Pedro Quiñonero en Ripostes, luego de que Chao tratara a Aznar nada menos que de asesino.
 
Pero no vale la pena seguir hablando de esa mosquita muerta, enchufada por Fraga, cuando era ministro franquista, en la radio estatal francesa (otro buen ejemplo de la lucha de clases internacional). Porque de lo que quería hablar es del aniversario de la bienvenida muerte del asesino Ernesto Guevara, y concretamente de la algarabía que se ha armado en Francia en torno al libro de Jacobo Machover La face cachée du Che, o sea, "la cara oculta del Che".
 
Ante todo, diré que me alegro por el éxito mediático que ha cosechado Jacobo. Creo que es la primera vez que le invitan tantas veces a la televisión, las radios, etcétera. Pero como los medios franchutes son mayoritariamente de izquierda, al mismo tiempo invitaban (salvo en TFI) a hinchas fanáticos del Che, rabiosos, furiosos y desesperados. "¡No nos quiten uno de los últimos iconos que nos quedan! Hemos tenido que enterrar a Stalin, a Mao, a Pol Pot; a Castro lo está enterrando su edad; y tú, miserable lacayo del imperialismo, quieres enterrar hasta las camisetas del Che, que tan bien se vendían en las sexshops!".
 
Por France Info, una cadena de radio estatal, y por lo tanto progre, escuché una violenta discusión entre Jacobo y un tal Kalfon que acaba de publicar un libro de homenaje al Che en Seuil. Además de agredir e insultar a Jacobo, que respondía con una calma olímpica, el tal Kalfon dijo que el mensaje subliminal del Che no residía tanto en sus victorias, errores o derrotas como en la exigencia de un hombre nuevo: el resto tenía menos importancia.
 
Yo lo siento, pero la idea de un hombre nuevo está en la base de todos los totalitarismos. Crear un hombre nuevo a imagen y semejanza del Poder, de lo que el Poder desea y define, fue y es la ambición fallida de todos los totalitarismos, nazi, comunista e islamista. (Dicho sea de paso: el franquismo jamás fue un totalitarismo).
 
Sin hablar de los sepelios oficiales en Cuba, Venezuela y Bolivia, algo parecido ocurre en España. Pero Machover está al margen, porque su libro, escrito en francés, aún no ha sido traducido. (Me imagino que lo será. Se lo preguntaré un día de estos). En este sentido, leí con infinito placer la carta de F. Fernández Buey al director de El País –aún no global– publicada el pasado jueves. "Es una manipulación incalificable identificar lo que hizo el internacionalista Guevara con movimientos terroristas, nacionalistas o yihadistas de ahora". Ni Al Qaeda, ni las Brigadas Rojas italianas, ni Ignacio Ramonet, pongamos, reniegan del internacionalismo. En cuanto al terrorismo, basta que sea comunista, o confusamente revolucionario, para que sea ejemplar, progresista y humanista. Pero cuando es "de derechas", inmediatamente es considerado un crimen contra la Humanidad.
 
Estamos hasta la coronilla de esos chantajes éticos con que se pretende justificar y hasta enaltecer los crímenes cuando Carrillo y Pradera los consideran "de izquierdas", mientras que los demás con condenados sin contemplaciones. Claro que, hoy, como casi todos los dioses han muerto, gracias a Dios, reina mucha más confusión que cuando dominaba el marxismo-leninismo. Aun así, por aquel entonces había sus disputas sobre si castrismo o guevarismo y cosas por el estilo, toda esa agitación a cuenta del verdadero comunismo.
 
En 1965 José Antonio Ubierna me llamó desde Argel para decirme, ebrio de emoción, que ya habíamos encontrado nuestro líder, nuestra Internacional, nuestro sendero luminoso. Ubierna acababa de asistir al célebre discurso tercermundista, insurreccional, prochino, del Che Guevara. A mí, desde luego, lo que pudiera decir, lo que pudiera entusiasmar al Sherpa, me importaba un bledo; sólo pensé en que esa conversación telefónica entre Argel y París era imprudente.
 
Para terminar, y sin que esto sea una reseña, diré que el libro de Jacobo Machover me ha gustado mucho: lo considero muy bien escrito y convincente (para quien lo necesite: yo ya estaba convenido); y si contribuye, como está visto, a alimentar polémicas y a destruir un poco más el mito del buen asesino comunista, loado sea. Hasta luego, Jacobo.
0
comentarios