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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

¡Que vivan los ricos!

El que esto escribe no ha sido nunca rico, incluso ha sido pobre en diferentes épocas de su vida. Nacido, eso sí, en el seno de una familia madrileña de la burguesía acomodada (prefiero esa fórmula al barbarismo tecnocrático de "clase media alta"), en seguida los vendavales de la Historia me (nos) hicieron conocer la penuria: durante la Segunda Guerra Mundial, en la Francia ocupada por los nazis. Luego, durante mi vida bohemia, pasé por diferentes periodos de pobreza.

El que esto escribe no ha sido nunca rico, incluso ha sido pobre en diferentes épocas de su vida. Nacido, eso sí, en el seno de una familia madrileña de la burguesía acomodada (prefiero esa fórmula al barbarismo tecnocrático de "clase media alta"), en seguida los vendavales de la Historia me (nos) hicieron conocer la penuria: durante la Segunda Guerra Mundial, en la Francia ocupada por los nazis. Luego, durante mi vida bohemia, pasé por diferentes periodos de pobreza.
No sé si la ONU, la Unesco, la OMS, esos monstruos burocráticos, definirán en sus estadísticas como pobreza el hecho de comer, y poco, sólo dos veces a la semana, vivir en tugurios sin baño ni calefacción (y ya no hablemos de teléfono, nevera y demás lujos faraónicos), pero así lo considera el popular sentido común. Que mis amadísimas lectoras no se apiaden y lloren: estoy relativamente satisfecho por haberme enfrentado, con éxito, a esos obstáculos. Saber lo que es el hambre, el hambre de verdad, que te marea, te desvanece y te incapacita para el menor esfuerzo físico –salvo para el amor–, es una experiencia saludable, aunque inútil: no te da nada, salvo orgullo. Sea como fuere, no se la recomiendo a nadie.
 
Pero estoy hablando de algo que jamás conocí y que quiero reivindicar: la riqueza. Ya sé que desde los Evangelios, o la Biblia, según quién lo mire, los ricos están condenados; que les será más difícil entrar en el Paraíso que al camello cruzar el Rubicón de la aguja. También sé que desde entonces, o tal vez desde antes –mi analfabetismo no recuerda condenas a la riqueza pronunciadas siglos antes de Jesucristo–, la retahíla contra los ricos ha sido continua, y que marcha al compás de los esfuerzos de los hombres (y las mujeres) por... enriquecerse a toda costa, incluso mediante el robo y el crimen. Y que, sin ricos, el patrimonio cultural, científico y caritativo de las sociedades no sería el mismo; en muchos casos ni existiría.
 
¿Qué sería el Renacimiento italiano sin ricos? ¿Quién construyó las pirámides de Egipto, o los milenarios templos indios? Doy ejemplos de manual escolar; pasemos al día de hoy: ¿quién es, por lo visto, el hombre más rico del mundo? Bill Gates. Pues es un tipo cojonudo, "benefactor" de la Humanidad, infinitamente más útil a la sociedad que miles de mecánicos en miles de garajes. Esto no conlleva el menor desprecio por los garajistas, aun cuando no lleguen a hacerse ricos –ni yo–: es una simple referencia al hecho de que, según he leído, Bill Gates comenzó sus experiencias en un garaje.
 
Bill Gates.Bill Gates, el más millonario de entre los millonarios, derrocha dinero en la investigación médica, cosa que no podría hacer yo, of course, ni los mecánicos, ni nuestra tétrica vicepresidenta, ni Perico de los Palotes.
 
En los USA, personas como Ford, Rockfeller, Dupont de Nemours, etcétera, son consideradas glorias nacionales, tanto o más importantes que muchos presidentes. Pero es que en los USA la mayoría de los ciudadanos, empezando por los obreros, es partidaria del capitalismo; incluso las novelas y películas más izquierdosas se limitan a preferir el capitalismo industrial, el que produce, sobre el financiero, es decir, el que especula, lo cual constituye una separación algo ingenua, ya que ambos participan de la dinámica del desarrollo económico, cuando lo hay , como es el caso en los USA.
 
En Europa, en cambio, el peso de las tradiciones evangélica y marxista crea un sentimiento confuso (y a menudo hipócrita) pero fuerte de odio a los ricos y al capitalismo. Recientemente, en Francia, la prensa y hasta ciertos candidatos a la Presidencia se indignaron por que la petrolera Total, habiendo obtenido sabrosos beneficios debido a la exagerada subida de los precios del petróleo, repartió unos igualmente sabrosos dividendos entre sus accionistas.
 
No conocen, o fingen demagógicamente no conocer, las reglas de las sociedades participadas por accionistas: éstos invierten, éstos tienen, pues, derecho a percibir los beneficios que se hayan derivado de la actividad de la compañía en cuestión. Pues no, los demagogos no lo aceptan, y exigen a Total que reparta sus beneficios entre los pobres.
 
También ha provocado controversia la recompensa de 8,4 millones de euros que  recibió Noel Forgeard tras abandonar su cargo de codirector de EADS, a la que dejó al borde de la catástrofe. Esto es, evidentemente, absurdo: si un patrón logra que los beneficios de su empresa aumenten considerablemente, me parece lógico que reciba una remuneración acorde con sus logros; pero cuando fracasa, lo lógico es que no reciba, encima, una recompensa. De todas formas, son los consejos de administración y los accionistas quienes tienen que decidir al respecto.
 
Polanco.Echemos ahora un vistazo a lo que pasa en España. El multimillonario Polanco, cuya fortuna se debe, en parte, a que vende anticapitalismo en cantidades industriales desde sus periódicos y editoriales, nunca aparece públicamente como rico, aunque en privado sólo se hable de su fortuna. Pero como es, o finge ser, progre, no puede ser malo, y como no es malo, no puede ser rico; o, en todo caso, más vale no recordarlo.
 
Por otro lado, la ricofobia que domina nuestros medios, todos más o menos progres, es perfectamente incoherente. Cuando el señor Ortega, patrón de Zara, se encaramó a la lista de superricos del mundo, los mismos medios ricofóbicos lo ensalzaron como a un titán de los negocios. Simplemente porque es español.
 
Aparte de personajes como el avaro de Molière, ese señor Harpagon que gozaba de su oro escondido y fingía ser pobre, por lo general los ricos gustan de gastar. Y gastando, en fundaciones para el fomento de las artes, en investigación científica, en lo que sea, distribuyen sus fortunas y dan vida al consumo, lo que, según los economistas, incluso los serios, y no me refiero a Estefanía, es beneficioso para el conjunto de la sociedad. De eso se han dado cuenta hasta los suecos, que tenían, según la izquierda europea, un Estado de Bienestar modélico y de pronto se han puesto a suprimir impuestos, cayendo así en la ignominia del liberalismo, que teóricamente ha triunfado por doquier pero que muchos, contra viento y marea, se resisten a aceptar.
 
Frente al capitalismo y sus ricos estaban los sistemas de "justicia social", que fracasaron en todos los países comunistas. Si Lenin lanzó, por los años 20 del pasado siglo, la NEP, que era un retorno al capitalismo en la URSS, con su demagógica consigna: "¡Convertios en millonarios!", sus camaradas aplastaron la reforma, que funcionó muy bien, para imponer la planificación socialista de la economía, que sólo creó penuria y hambruna.
 
Claro que a nuestros anticapitalistas siempre les queda el luminoso ejemplo de Cuba, esa sociedad donde todos son pobres menos uno: Fidel Castro, el estadista más rico del mundo.
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