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CAMBIO CLIMÁTICO

¿Que viene el lobo?

La protección del medioambiente es hoy casi una religión, y la comunidad de los verdes un remedo de iglesia, con su acompañamiento de evangelios, beatificaciones y excomuniones.

La protección del medioambiente es hoy casi una religión, y la comunidad de los verdes un remedo de iglesia, con su acompañamiento de evangelios, beatificaciones y excomuniones.
Al Gore, profeta del ecoalarmismo.
En escuelas y colegios, la ecología es el nuevo dogma educativo. Políticos fracasados ven recompensadas sus prédicas con prestigiosos premios internacionales. Los partidos de izquierdas, huérfanos de doctrina desde que cayó el Muro de Berlín, blanden la bandera del clima para renovar sus ataques contra la ciudadela del libre mercado. Una muchedumbre de novelistas, cineastas y actores reescriben la historia de David y Goliat para que bellas periodistas derriben a brutales corporaciones contaminadoras. Las empresas pulen su imagen con adhesiones al crecimiento sostenible. La opinión pública, siempre sensible a las buenas causas, acepta con creciente resignación la necesidad de cambiar de modo de vida para salvar el planeta.
 
Tanto ruido parece poco acorde con la serenidad que exige el diagnóstico y solución de un problema que quizá no sea tan grave y urgente como se dice.
 
Desde el punto de vista científico y técnico, son tres las cuestiones que plantea el crecimiento de la población y su consumo cada vez más intenso de energías fósiles: 1) si es cierto que la atmósfera terrestre viene recalentándose, 2) si tal recalentamiento es catastrófico y 3) si hay remedio a nuestro alcance.
 
La medición del recalentamiento, si la hay, no es sencilla, pues estamos hablando de fracciones de grado centígrado por término medio y a lo largo de muchos años. La predicción es aún más complicada, porque se basa en extrapolaciones de modelos de la evolución histórica del clima. Los economistas sabemos lo poco fiable que es reducir miles y miles de datos pasados a ecuaciones, que los sintetizan, y luego suponer que las tendencias y relaciones causales se mantienen estables a lo largo del tiempo. Una agencia de la ONU, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, que en noviembre mantuvo una sonada reunión en Valencia, ha tenido que cambiar recientemente su cálculo del recalentamiento porque un experto informático recalculó la estadística sobre la temperatura mundial durante el siglo XX con más decimales: el resultado fue que las temperaturas más altas del siglo se habían producido en la década de 1930, y que las de lo que llevamos de siglo XXI son más bajas que las registradas en los años 90.
 
Hay muchas y muy diversas opiniones sobre qué vaya a pasar en la presente centuria, pues en la historia de la Humanidad ha habido alternancia de glaciaciones y recalentamientos no atribuibles a la casi imperceptible huella energética del hombre. Sin embargo, cada vez somos más los habitantes de la Tierra, pese a que el crecimiento demográfico está perdiendo velocidad. La reducción de la pobreza y el crecimiento económico en China y la India, incluso en América Latina y África, han dado lugar a un creciente consumo de energía. Parece lógico que ello dé lugar a que se incrementen las emisiones de los gases causantes de recalentamiento. La cuestión es cuánto y a qué velocidad.
 
El número de septiembre de 2007 del Journal of Economic Literature traía dos artículos que definen con mucha claridad el dilema científico que plantea el posible recalentamiento de la atmósfera. El primero es de William Nordhaus, catedrático de Silvicultura y Estudios Ambientales de la Universidad de Yale y coeditor del manual de Economía de Samuelson (a partir de la 12ª edición), y se trata de una reseña del informe encargado por el Gobierno británico a un equipo dirigido por el profesor Stern.
 
La crítica fundamental de Nordhaus se dirige a la base financiera de la propuesta del Informe Stern, cuya tesis es ésta: tomar medidas inmediatas para corregir la deriva hacia el recalentamiento sería mucho menos costoso que aplazar las decisiones hasta que su necesidad se haga del todo evidente.
 
El Informe Stern evalúa el monto del daño que padecerían las generaciones futuras como si fuera a tener lugar hoy. Dicho en términos más técnicos: la tasa de descuento utilizada por Stern es próxima a cero. Ello equivale a decir que un daño causado dentro de diez, veinte o cincuenta años equivale a uno sufrido en el momento presente. Es como considerar que el dinero de mañana vale lo mismo que el de hoy. Pero la tasa de interés, como bien saben los españoles que pagan su hipoteca, no es nula: todos preferimos aplazar nuestras deudas, para que la carga nos sea más llevadera y podamos asumirla cuando tengamos mejores ingresos.
 
Señala Nordhaus que si exageramos el coste presente del recalentamiento futuro nos inclinaremos a acometer ahora inversiones en energías alternativas mucho más cuantiosas de lo necesario, con lo que correríamos el peligro de reducir nuestro crecimiento económico. Al fin y a la postre, si crecemos menos o nada nuestra capacidad de enfrentarnos a las consecuencias del recalentamiento dentro de algunos decenios serán menores o directamente nulas.
 
El segundo artículo de la mencionada revista se plantea la posibilidad de que el recalentamiento no conlleve un lento deterioro, sino uno rápido y acumulativo. Lo escribe Martin Weitzman, catedrático de economía de la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. Weitzman defiende el punto de vista de que la toma de medidas onerosas en la actualidad debería verse como una prima de seguro contra la posibilidad, más que probabilidad, de que el empeoramiento del clima adquiera tintes catastróficos. ¿Sería posible una desertización repentina de la Tierra, como nos ha contado Jarred Diamond que pasó en la Isla de Pascua?
 
Mi conclusión es que el tamaño de la Tierra, los abundantes recursos naturales de que disponemos, la cuasi imperceptibilidad del recalentamiento y la capacidad tecnológica de la Humanidad inclinan el argumento del lado de Nordhaus. Habrá que tomar medidas, pero no tan drásticas las como piden los que gritan: "¡Que viene el lobo!". La exageración de los peligros puede llevar a la opinión pública a un escepticismo quizá más peligroso que una prudente corrección de rumbo.
 
 
© AIPE
 
Pinche aquí para ver la edición de CONTEMPORÁNEOS dedicada a PEDRO SCHWARTZ.
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