Menú
PARTIDOS POLÍTICOS

¿Qué primarias?

Son varios los partidos europeos que se han decantado por las primarias para elegir a su líder. Ahora bien, el sistema empleado por el Partido Socialista Francés, el PSOE e IU, por citar sólo tres casos, nada tiene que ver con el modelo de referencia, el norteamericano.

Son varios los partidos europeos que se han decantado por las primarias para elegir a su líder. Ahora bien, el sistema empleado por el Partido Socialista Francés, el PSOE e IU, por citar sólo tres casos, nada tiene que ver con el modelo de referencia, el norteamericano.
Atendamos a las primarias del PSOE. Los procesos –y el censo, y la financiación de las campañas de los candidatos– estuvieron controlados en todo momento por la dirección del partido. Además, en una ocasión se tumbó al candidato más votado: hablamos, por supuesto, de José Borrell. En otra salió el candidato que suscitaba menos rechazo; se aceptó entonces el resultado como si se tratara de una victoria absoluta de, sí, Zapatero, pero conviene recordar que sólo obtuvo nueve votos más que José Bono (414-405). Las consecuencias de esta forma de entender la democracia interna están hoy a la vista.
 
En aquellas primarias del año 2000, Zapatero obtuvo el apoyo del 41,69% de los compromisarios, lo cual le convertía en un líder con muchísimo menos respaldo que el que cosecharon Almunia (73%) y González (siempre obtuvo entre un 85 y un 100%). Para solucionar esta carencia, Zapatero se inventó una nueva forma de consenso, consistente en la fabricación de mayorías artificiales sustentadas en un hipotético "consenso mayoritario y plural" en la Comisión Ejecutiva. El consenso era aparente, inexistente: nueve de las trece personas que ocuparon las secretarías eran de la facción zapaterina. ¿Se trataba, pues, de una Ejecutiva verdaderamente integradora? Parece que la respuesta es negativa, aunque cuantitativamente estemos ante una mayoría minoritaria.
 
Zapatero.Estas mayorías minoritarias son legítimas cuando surgen del consenso y la lealtad constitucional, dos elementos que han brillado por su ausencia en estos últimos años. Cuando no es ése el caso, dejan de ser legítimas.
 
El modelo de gobernar que se implantó en marzo de 2004 excluía cualquier consenso con el principal partido de la oposición, que representaba la mitad del electorado; lo mismo se había hecho antes en el seno del propio PSOE: la referida mayoría de minorías habría sido un reflejo del "modelo de consenso" que dejó en la estacada a una parte importante del partido.
 
Ventajas y desventajas de las primarias
 
Esta forma de entender la democracia interna en un partido es, salta a la vista, falsa y contraproducente. Y es que no estamos sino ante un sucedáneo del auténtico sistema de primarias, el norteamericano, que tiene, por supuesto, sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las ventajas podemos contar las siguientes:
– La democracia y la representación comienzan a funcionar antes de las elecciones, por lo que no se puede decir que aquélla no sea otra cosa que votar cada cuatro años.
 
– Como se consulta a los potenciales votantes en vez de al aparato, ayudan al partido en cuestión a seleccionar un candidato real.
 
– Como la decisión no recae sólo en los líderes del partido, el elegido disfruta de un plus de legitimidad democrática.
 
– Refuerzan la implicación de los militantes en la estrategia y las decisiones del partido.
 
– Dan más visibilidad y, por tanto, popularidad a los candidatos.
Turno ahora para los inconvenientes:
– El vencedor no tiene por qué ser el que más posibilidades tenga en unos comicios interpartidarios, ya que en las primarias es frecuente que sólo voten los militantes (y simpatizantes) más activistas.
 
– Son unos procesos muy costosos, material y económicamente hablando.
 
– Al prestar más atención a las personas que a los programas, debilitan las estructuras partidarias.
 
– Los consensos, compromisos y equilibros internos desempeñan un papel muy importante.
 
– Es frecuente que los más preparados queden relegados.
Por otro lado, las primarias exigen que se decida sobre una serie de cuestiones que pueden influir lo suyo en el resultado final del proceso, como éstas:
– ¿Quiénes pueden presentarse? Hay que fijar la edad mínima de los candidatos, los avales con que deben contar, etcétera.
 
– ¿Quiénes pueden votar? ¿Sólo los militantes, o también los simpatizantes? ¿O acaso, quizá, sólo quienes se incriban en un registro creado para tal efecto?
 
– ¿Quién ha de hacerse cargo del registro de los electores y de la elección en sí?
 
– La financiación de las campañas de los distintos candidatos, ¿queda a cargo del partido, de los electores, de las arcas públicas o de los propios candidatos?
 
– ¿Cómo garantizar la limpieza del proceso? Los interventores, ¿los pone el partido, cada candidato o la Administración?
La democracia se basa en la idea de representación ciudadana y en la necesidad de producir Gobiernos coherentes. La primera da prioridad a la independencia de los legisladores, como ocurre en EEUU, y la segunda la limita en beneficio de la disciplina de partido, la cohesión y la lealtad al líder, que es lo que se estila en Europa. Este estado de cosas genera frustraciones en la ciudadanía y provoca que se pidan continuamente reformas. De ahí que sea normal que haya votantes dispuestos a castigar a todo partido que muestre la menor división interna y quienes saluden que haya debate en el seno de las formaciones políticas.
 
¿Qué se podría hacer en España?
 
Para empezar, es necesario recordar que la opinión pública mantiene una visión crítica y negativa de los partidos políticos: "son todos iguales", "no representan a la gente como yo"... Además, la mitad de los españoles rechaza sistemáticamente las divisiones, las facciones y los conflictos intrapartidistas, y en consecuencia está a favor del mantenimiento de la disciplina interna.
 
¿Qué opciones tiene hoy el PP? Podría, por ejemplo, abrir el proceso de elección de su líder a todos los ciudadanos que se registren como votantes. Para evitar injerencias indeseables de sus rivales, habría de alcanzar un acuerdo con ellos para que adoptaran el mismo sistema.
 
¿Pasaría algo similar a lo que pasó con las propuestas de reforma electoral y de las listas? Una de las formas de estudiar el grado de libertad con que los ciudadanos ejercen su derecho al voto consiste en comparar los sufragios obtenidos por los senadores y los diputados de una misma circunscripción. Aunque esta cuestión está poco estudiada, conviene abordarla si se quiere saber cuánta gente utiliza las listas abiertas, y qué alcance e influencia tienen en la elección de los senadores.
 
En los últimos años se vienen sucediendo las demandas en favor de sustituir las listas cerradas y bloqueadas por otras que permitan el voto de preferencia. En este punto conviene recordar que el sistema electoral del Senado reconoce ese derecho y esa posibilidad.
 
Cabe pensar que quienes realizan esas peticiones desconocen los inconvenientes del voto de preferencia. En Italia, y en el período comprendido entre 1945 y 1990, fue cosa, sobre todo, de simpatizantes de la Democracia Cristiana que habitaban en el sur del país. Este voto estuvo en muchas ocasiones vinculado a prácticas clientelares. En los países que reconocen las listas abiertas (Suiza, Dinamarca, etc.) sólo una minoría de los electores ejerce a fondo este tipo de sufragio: la mayoría vota la lista propuesta por su partido. En países como Bélgica, donde se ha introducido una reforma que permite el voto de preferencia, apenas lo utiliza el 15% del electorado.
 
Volviendo a España: si realmente existe esa demanda ciudadana, cabe proponer que, en lugar de modificar el sistema que rige para el Congreso, se fomente la modalidad que se emplea en el Senado: listas abiertas y voto limitado. Se trataría, simplemente, de que los partidos alentaran las campañas personalizadas y los ciudadanos, si lo estimaran oportuno, utilizasen su libertad de voto, que siempre han tenido reconocida.
 
Obviamente, entre las consecuencias negativas habría que citar las tensiones intrapartidarias y las imágenes de división interna que transmitirían las formaciones políticas, lo cual produce rechazo en una ciudadanía que, al tiempo, pide más democracia a los partidos. He aquí una muestra más de cómo, muchas veces, la gente demanda cosas contradictorias; de ahí la necesidad de que se haga pedagogía política.
 
 
© GEES
0
comentarios