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ENIGMAS DE LA HISTORIA

¿Qué pasó en Mayerling?

La mañana del miércoles 30 de enero de 1889, en el caserón de Mayerling fueron encontrados los cadáveres de Rodolfo de Habsburgo, el heredero del trono austrohúngaro, y de María Vetsera, una oscura baronesa húngara. ¿Quién y qué ocasionó esa tragedia que alteró el inestable equilibrio de un imperio esencial para la estabilidad de la Europa central y oriental?

A las siete y media de la mañana del 30 de enero de 1889, Loschek, primer criado del archiduque Rodolfo de Habsburgo, se dirigió hacia el dormitorio de su amo para avisarle de que era la hora de salir de caza. Tras llamar a la puerta, Loschek no recibió respuesta alguna. Sabedor de que Rodolfo había pasado la noche con una mujer no se atrevió a franquear el umbral pero tampoco deseaba acarrearse la cólera de su amo si éste se perdía el día de caza. Finalmente, optó por acudir al dormitorio del conde de Hoyos, amigo y confidente del príncipe, y avisarle de lo sucedido. Hoyos no lo dudó un instante. Había que derribar la puerta y para conseguirlo se valió de un hacha.

Al penetrar en la estancia, encontraron dos cadáveres atravesados en el lecho. El de Rodolfo aún estaba caliente e hizo pensar que no había perdido la vida hacía más de media hora; María, ya yerta, había fallecido al menos sesenta minutos antes. ¿Cuáles habían sido los motivos de esta tragedia?

Nacido el 21 de agosto de 1858, Rodolfo había tenido una vida no pocas veces triste. Nada más ver la primera luz, le fue arrebatado a su madre, la célebre Sissi, a la que se consideraba incapaz de educarlo correctamente, y puesto en manos de nodrizas. Apenas cumplidos los siete años, Rodolfo fue entregado al general conde de Gondrecourt, que decidió endurecer su carácter despertándolo por la noche mediante el recurso de disparar un revolver cerca de sus oídos o sometiéndolo a repetidas duchas heladas. A los cuatro meses de semejante régimen, el niño había perdido tanto peso, tanto color y tanto ánimo que Sissi logró que se le cambiara de preceptor. Sin embargo, eso no evitaría que Rodolfo continuara sufriendo crisis de llanto y periodos de depresión.

La llegada de la adolescencia produciría un cambio radical en Rodolfo. Dotado ahora de la capacidad de viajar, recorrió Baviera, Grecia, Egipto, Gran Bretaña y comenzó a formarse una idea de la monarquía muy diferente de la sustentada por su padre, el emperador Francisco José. Éste, inquieto por lo que consideraba diletantismo de su hijo, decidió casarlo con la princesa Estefanía de Bélgica. De esa manera, pretendía estrechar lazos con la casa de Coburgo y obligar a Rodolfo a sentar la cabeza. El remedio pensado por Francisco José se reveló pronto de escaso valor.

Tras el nacimiento de su hija Isabel y enterado de la noticia de que Estefanía no podría darle más hijos, Rodolfo decidió entregarse a una vida de placeres entretejida de conspiraciones. Mientras convertía en su amante a la bailarina húngara Mizzi Kaspar, Rodolfo entró en relaciones con los nacionalistas húngaros.

En mayo de 1888 apareció en escena un tercer factor. María Vetsera, una baronesa perteneciente a la nueva nobleza rural húngara, vio a Rodolfo en el hipódromo de Viena y decidió convertirse en su amante. A inicios del otoño del mismo año, María se puso en contacto epistolar con Rodolfo solicitándole de manera anónima una cita. Hasta finales de octubre, sus contactos no pasaron de paseos que, como mucho, concluyeron con algunos abrazos furtivos en los jardines del Prater. Rodolfo sabía que era seguido por la policía de su padre y no deseaba correr riesgos. Por lo que se refería a su esposa, se había enterado de aquellas citas pero consideraba que no pasaban de ser un capricho pasajero que desaparecería antes o después.

En paralelo, Rodolfo maduraba su proyecto político. En su opinión, la corona debía controlar un territorio que fuera del lago Constanza al Bósforo, absorbiendo Rumania y protegiendo a Serbia, Bosnia-Herzegovina y Albania. El broche de ese plan sería la firma de tratados militares con Grecia y Bulgaria. Semejante proyecto habría sido susceptible de crear una considerable tensión con Rusia y, por lo tanto, resultaba implanteable para el emperador Francisco José. Sin embargo, Rodolfo veía las cosas de manera muy diferente. Al igual que pensaría el kaiser alemán en 1913, Rodolfo creía que la guerra con Rusia iba a ser inevitable y que lo más prudente sería afrontarla a la cabeza de una gran federación controlada por Austria.

Para conseguir ese objetivo, Rodolfo pensó en la articulación de un imperio federal en el que las nacionalidades tuvieran una amplia autonomía. Semejante visión no tardó en despertar el interés de los nacionalistas húngaros que, precisamente, gozaban de una enorme autonomía —en realidad, incomparable— en el seno de un imperio que se denominaba precisamente austro-húngaro. Como sucedería décadas después con los nacionalistas catalanes, los húngaros no dejaban de quejarse de las limitaciones que pesaban sobre su lengua a la vez que tomaban todo tipo de medidas para impedir el uso de otras lenguas en el territorio de Hungría y apoyaban cualquier intento de debilitamiento del imperio que tan generosamente se comportaba con ellos.

En 1888, Rodolfo había llegado a un acuerdo con los nacionalistas húngaros para dar un golpe de estado que le llevara al poder aún a costa de desmembrar el imperio. Si el intento salía adelante, Rodolfo se convertiría en rey de Hungría y de las provincias orientales y Austria quedaría reducida a una potencia de segundo orden. Estuviera o no al corriente de los planes de su hijo, Francisco José decidió que Rodolfo debía cuidar su salud y en los primeros días de 1889 lo envió a pasar unas semanas en la isla de Lacrona, en el Adriático, con la intención de que se tranquilizara. El recurso fracasó. Rodolfo no sólo no se serenó sino que incluso regresó el 11 de enero a Viena con una doble intención, la de convertir a María Vetsera en su amante y la de llevar adelante el golpe contra su padre.

El 13 de enero, Rodolfo y María se convirtieron en amantes. El heredero al trono regaló a la baronesa un anillo en el que figuraban las siglas ILVBIDT, es decir, In Liebe Vereint Bis In Dem Tode…: Unidos por el amor hasta en la muerte. Aquel mismo día, tras entregarse por primera vez a Rodolfo, María fue al estudio de su fotógrafo y luego redactó su testamento. El 14, Rodolfo escribió al papa solicitándole que anulara su matrimonio con Estefanía. Mientras tanto esperaba que en Budapest estallara la rebelión que lo sentara en el trono. Ciertamente la tensión creció en Hungría hasta el punto de que Francisco José consideró la posibilidad de una intervención militar. Sin embargo, antes de que concluyera el mes todo estaba bajo control.

El 28 de enero, a las nueve de la mañana, Rodolfo compareció ante su padre. No se conoce el contenido de aquella entrevista a solas pero una hora después Rodolfo abandonó la estancia. Quince minutos más tarde, el general Margutti, ayudante de campo del emperador, encontró a Francisco José desplomado sobre la alfombra sin sentido. Para ese entonces, Rodolfo ya había decidido suicidarse y escribió algunas cartas despidiéndose. Finalmente, a primera hora de la tarde salió hacia Mayerling supuestamente con la intención de cazar. María Vetsera le acompañaba y quizá entonces fue puesta al corriente de los propósitos suicidas de un príncipe que se sabía deshonrado por la derrota de su golpe de estado. María dejaría escrito en un cenicero de ónice unas palabras en tinta violeta: “El revólver es mejor que el veneno, más seguro”.

Por su parte, Rodolfo redactó dos cartas. En la primera, dirigida a su criado Loschek, pidió que se le enterrara al lado de María en el cementerio de un monasterio; en la segunda, para Szügenyi, un amigo húngaro, exponía los motivos que le impulsaban a quitarse la vida y que, sustancialmente, se reducían a que no tenía otra salida.

A las seis y media, Rodolfo disparó casi a quemarropa sobre la sien izquierda de María Vetsera. Luego la tapó con un cobertor y se dirigió al cuarto de su criado para decirle que le despertara a las siete y media y le llevara el desayuno. Loschek le oyó regresar a su cuarto con paso lento y tarareando. Media hora más tarde, Rodolfo apuró un vaso de coñac y colocó un espejo sobre su mesilla de noche. Posiblemente deseaba verse para evitar que el tiro errara. Luego se acercó el revólver a la sien y disparó.

La noticia llegó de manera casi inmediata a Viena. La versión oficial sería que Rodolfo se había suicidado en un momento de enajenación y, por supuesto, ni se citó la muerte de la Vetsera. Como es fácil comprender, en ningún momento debía hacerse mención a los motivos reales que podían servir para sublevar aún más los caldeados ánimos de los nacionalistas húngaros. La verdad, sin embargo, iba a ser difícil de ocultar. Mayerling no había sido una locura sino el acto premeditado de un príncipe que no podía aceptar la idea de vivir con el deshonor derivado de haber fracasado en la conspiración contra su padre. En esa decisión le acompañaría una mujer a la que conocía desde hacía tan sólo unos meses pero que había decidido acompañarle en el último viaje.


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