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NAVARRA, EN LA ENCRUCIJADA

¿Qué pasa en Pamplona?

Como forma de ganar apoyos a su lucha criminal, a finales de los setenta ETA puso en marcha una estrategia de infiltración en las fiestas y actos públicos del País Vasco y Navarra que pudieran servirle de caja de resonancia nacional e internacional.

Como forma de ganar apoyos a su lucha criminal, a finales de los setenta ETA puso en marcha una estrategia de infiltración en las fiestas y actos públicos del País Vasco y Navarra que pudieran servirle de caja de resonancia nacional e internacional.
La estrategia etarra contemplaba el sabotaje violento –caso de la Salve donostiarra o del Riau-riau pamplonés– o bien, simplemente,la propaganda masiva, basada en el miedo y la coacción, por medio de carteles, pancartas, banderas y demás parafernalia. El objetivo, siempre, era –y es– convertir determinados actos en escaparates independentistas y de apología de ETA.

En Navarra, esta estrategia ha tenido gran relevancia. Los terroristas consideran fundamental construir un contrapoder que pugne con las instituciones. Desde asociaciones de vecinos hasta grupos culturales, deportivos o sociales, ETA ha venido emprendiendo una infiltración masiva y una manipulación brutal de la sociedad civil. A diferencia de lo que ha ocurrido hasta este mismo en el País Vasco, donde había un pulso entre el Gobierno del PNV y ETA, en la Comunidad Foral todo el nacionalismo ha marchado unido contra su bestia negra, la derecha navarra. El brazo político de ETA cuenta desde hace unos años con el concurso de Nafarroa Bai, fuerza anexionista que basa su éxito en dos pilares: el padrinazgo económico benefactor del PNV y el sustrato ideológico nacionalsocialista de Aralar, que no ha renunciado al legado ideológico de Herri Batasuna ni a la forma revolucionaria y antisistema de hacer política.

Si a partir de 1996 Aznar fue laminando todo el entramado que rodea a ETA, esta tupida red de activistas, militantes y simpatizantes se mantuvo intacta, en parte porque estaba mezclada con el resto del nacionalismo y en parte porque no formaba parte de las actividades ilegales de ETA.

Cada verano, con la avalancha de fiestas patronales, vuelve a ponerse en marcha toda la maquinaria, con el objeto de convertir los festejos en un escaparate político contra la legalidad democrática; en el caso de Navarra, contra las propias instituciones del Viejo Reyno.

Yolanda Barcina.¿Por qué contamos esto? Porque éste es el marco en que se produce –apenas unas horas después del último crimen de ETA– el apoyo del PSOE a las mociones de ANV en Pamplona. La presencia de esta formación en el ayuntamiento de la capital navarra es fruto de los pactos de Rodríguez Zapatero con ETA: la no ilegalización de la lista de ANV en Pamplona tuvo el milagroso efecto para el PSOE de impedir –según la matemática electoral y la Ley D'Hont– que Yolanda Barcina lograra la mayoría absoluta de los votos. En 2007, la Fiscalía y el Ministerio del Interior evitaron, sí, la mayoría absoluta de UPN a costa de meter a ANV en las instituciones.

Tras las elecciones, Barcina hubo de vérselas con un Consistorio endemoniado: eran la minoría mayoritaria, mientras los socialistas deseaban pactar con NaBai y ANV aspiraba ser el árbitro macabro de la situación; un árbitro dispuesto a dar sus votos a PSOE y NaBai para que la diputada Uxue Barkos, colaboradora de la cadena SER y debilidad política de Rodríguez Zapatero, se hiciese con el cetro municipal. El acceso de Barcina a la Alcaldía quedaba a expensas de un oscuro pacto de Miguel Sanz con José Blanco y Rodríguez Zapatero.

Peor, imposible. ¿Seguro? Asustada por el aluvión nacionalista, aterrorizada ante la posibilidad de que el anexionismo ocupara el Gobierno de Navarra, parte de UPN, con Miguel Sanz al frente, decidió que, mejor que combatir cultural e ideológicamente al nacionalismo, lo que había que hacer era conservar el poder a cualquier precio, y mantener alejado de la Administración al frente anexionista. Para ello, había que romper con el PP, dejarlo a la derecha y quedar en una posición centrista –otra vez este concepto, origen de todos los males–, para pactar, ora con el PSOE, ora con el PP, pero dejando siempre fuera a NaBai.

Miguel Sanz.Como todo plan, funcionaba perfectamente... sobre el papel. Porque partía de una premisa sin demostrar: el carácter constitucional y nacional del PSOE en Navarra. Durante meses a partir de 2007, y aún hoy, UPN trata de convencerse a sí mismo del carácter leal de los socialistas navarros hacia la Constitución y el Amejoramiento. Eso significa seleccionar como referente histórico casi mítico el PSN de Víctor Manuel Arbeloa, pero olvidar el también histórico de Julián Balduz (alcalde de Pamplona en 1979 con el apoyo de HB, y en 1983 con el de EA), o el de Javier Otano (presidente foral con el de EA y el nunca de fiar CDN en 1995). Y, sobre todo, olvidar que tanto el PSOE como el PSN y toda la izquierda nacional –con Prisa a la cabeza– defendieron en 2006, y aún hoy lo hacen, la necesidad de un "cambio progresista" en Navarra, que sólo ha quedado aparcado por consideraciones temporales. Y es que la verdad, insoportable para UPN, es que entre los de Sanz y los nacionalistas vascos, el PSOE se queda con estos últimos.

Cuando Sanz rompió con el PP, no sólo rompió el pacto entre su partido y el de Rajoy, rompió también UPN, porque los votantes de uno y otro partido entendían que la defensa de Navarra pasaba por el compromiso cívico con la democracia liberal y con la unidad nacional. El votante de UPN se quedó anonadado, estupefacto, paralizado. Nadie, fuera del despacho y del coche oficial, entendió una ruptura pensada fríamente y consumada entre engaños, traiciones y demás lindezas. Una ruptura basada en numerología y porcentajes, que olvidaba que UPN nació –y que Miguel Sanz fue elegido– para salvaguardar las instituciones navarras de sus enemigos, que son los nacionalistas y sus aliados. La ruptura de la derecha –la única que siempre ha apostado por la defensa institucional de Navarra– sacó del campo al PP y sumió a UPN en la debilidad suicida de echarse en manos del PSOE, con una actitud, además, miserable hacia sus antiguos socios.

El PSOE respondió al gesto de Sanz como se preveía, porque Roma no paga traidores: desde que Sanz buscó su compañía, acosa a Barcina en Pamplona hasta el límite, mientras al propio Sanz le pasa la mano por el hombro, susurrándole tranquilidad. La elección de Barcina como presidenta de UPN y su probable candidatura a la presidencia del Gobierno foral han agudizado el acoso de nacionalistas y socialistas. ¿Por qué? Porque, para los primeros, la alcaldesa es su gran bestia negra; y porque, para los segundos, Barcina es muy capaz de hacerse con la mayoría absoluta, y no quieren pasarse otros cuatro años en la oposición.

Así las cosas, quizá se comprenda mejor que la campaña de acoso y derribo contra la derecha haya cobrado especial intensidad en el Ayuntamiento de Pamplona, donde la estabilidad institucional es más delicada y está en manos de ETA, cuyas pistolas acaban de volver a actuar. Y lo ha hecho, además, en el tema más delicado, el de la marginación social del entorno proetarra: con la triste moción aprobada y apoyada por los socialistas y ANV contra el jefe de la Policía Municipal, dedicado desde hace años a un proceso de modernización y profesionalización del cuerpo que incluye la persecución de los delitos cometidos por la tupida red de propaganda nacionalista y proetarra, habituada a situarse al margen de la legalidad; y con las barracas políticas: ubicadas en el centro de la ciudad, en un lugar privilegiado, la izquierda abertzale las explotaba sin permiso alguno cada mes de julio.

Durante años, las barracas servían a ETA de dos maneras: recaudando fondos para el entramado de de la banda, según descubrió la Audiencia Nacional, y como medio de agitación y propaganda, pues en ellas se preparaban los disturbios que después tenían lugar en plenas fiestas de San Fermín. Ilegales, tenebrosas, amenazantes, fueron eliminadas por una Barcina amparada por la ley: ningún alcalde se había atrevido jamás a ello. Barcina propinó así un duro golpe a ETA... que no le perdona el mundo nacionalista en general.

Debilitada y cada vez más aislada en Pamplona, la izquierda abertzale se ha reorganizado a través del entramado social que aún parasita –y que comprende las famosas peñas–; y planea volver a introducirse en las fiestas de San Fermín a golpe de desestabilización social. Pero en su camino tiene dos obstáculos: Yolanda Barcina y la Policía Municipal. Le es necesario quitarse ambos de en medio, y cuanto antes. Y para ello cuenta el entusiasta y habitual apoyo del partido de Uxue Barkos y Patxi Zabaleta.

Esto es lo grave. No es que el PSOE coincida con ANV y todo el nacionalismo vasco –antiliberal, antidemocrático, antiforal y antiespañol– en una votación: es que pone sus votos al servicio de la estrategia de la izquierda abertzale de reintroducir a ETA en las fiestas de Pamplona a través de su red de agitación y propaganda. Cuando costó años expulsarla de ellas. Cuando el apoyo socialista a Barcina cerraría aún más el paso al anexionismo y al mundo proetarra en la capital navarra. El PSOE, además, hace lo que hace sin fisuras aparentes.

Entre tanto, los dirigentes de esta UPN debilitada por Sanz siguen repitiendo y repitiéndose que el PSOE es un apoyo leal y fiable en la tarea de aportar estabilidad a las instituciones de Navarra. Ya no se trata de que ese mismo PSOE acose sin piedad a su estrella política y recién elegida presidenta –a la que son incapaces de defender con, al menos, la mitad de energía que gastan sus acosadores–, sino de denunciar que, en su estrategia de agitación veraniega, las terminales de ETA y el movimiento nacionalista van de la mano del partido de Zapatero. 
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