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DRAGONES Y MAZMORRAS

¿Qué es el arte?

Hace unos años una noticia museística tenía el mismo sexy informativo que el rosario en familia, y sin embargo vean ahora qué revuelo ha provocado el rumor —porque hasta ahora ninguna autoridad competente se ha responsabilizado de nada— de que  Miquel Barceló va a entrar en el Museo del Prado. Corrijo: su obra, porque supongo que él habrá entrado muchas veces en el sagrado recinto sin reparos.

La prueba de que no es una noticia para enterados la tiene el trato de favor que le han dado las radios, vox populi de nuestros días. La mayor parte de la gente de la calle no sabe quién es Barceló, pero todos opinan al respecto poniendo, incluso sin saberlo, el dedo en la vieja llaga: ¿Qué es el arte?¿Quién, como se preguntaba el escritor francés Pierre Michon refiriéndose a Van Gogh, decide que un pintor es digno de permanecer colgado en las paredes del museo? ¿Qué es, en definitiva, un museo? Porque lo que se pone en cuestión es la ya vieja querella, jamás dirimida, entre lo antiguo y lo moderno, que es la que mueve el mundo de las artes y las letras desde que se planteó.
 
Todavía recuerdo la explicación de George Steiner, en aquella mítica conferencia que pronunció en Madrid, hace ya cuatro años, de que las vanguardias en pintura tienen su origen en una broma por parte de un gran artista, concretamente de Cézanne; una especie de ejercicio virtuosismo, de hartazgo, de distorsión de la realidad por exceso de conocimiento de las técnicas pictóricas que después, otros menos dotados, se tomaron literalmente en serio, en el turbio momento de entreguerras, abandonando toda disciplina, toda norma y haciendo que bajara peligrosamente el listón hasta llegar a los extremos a los que se ha llegado Como dice Clara de Luna, un niño puede pintar por casualidad un Tapies, un Saura, si me apuran un Picasso, pero nunca pintará por casualidad un Velázquez, ni siquiera un Manet. Se me ocurre que esta sería una hermosa norma de selección para un museo de arte clásico, como es el Museo del Prado, al menos hasta ahora: no entrará en él ningún pintor que pueda ser imitado por un niño.
 
¿Y lo puede ser Miquel Barceló? Mi modesta y libérrima opinión, pues ni soy directora de ningún museo ni ostento cargo oficial alguno, es que sí, siempre que sea lo suficientemente alto. Claro que también puede subirse a una escalera o una silla... Otro de los criterios, ya apuntados por algunos de los expertos, sería la compatibilidad del artista con la vida. Como dijo Alfonso Pérez Sánchez (aquel excelente director del Prado cesado, como era por otra parte su obligación, por Jorge Semprún a raíz del famoso manifiesto de los directores generales contra la Guerra del Golfo I) "el Prado es depositario del pasado y no tiene sentido una exposición de un artista vivo que está en evolución". Pérez Sánchez está, sin embargo, en el Patronato del Prado y ni él ni ninguno de los otros patronos se han dado por enterados. Tampoco dijo estarlo la ministra del ramo, ni por supuesto el gran perjudicado en todo esto, que sería Juan Manuel Bonet, mejor dicho, el Centro Nacional de Arte Reina Sofía. Me pregunto quién toma decisiones en este país y a quién hay que demandar por tal despropósito. Bien mirado, sólo quedan Serra y Zugaza, presidente del Patronato y director del Museo respectivamente que, al parecer, pueden hacer lo que les de la gana. De hecho, Miguel Zugaza ha expuesto una serie de argumentos al corresponsal de ABC que dan realmente que pensar. El que más me ha gustado es aquel en el que explica que la inclusión de Barceló en el Prado es normal, pues "no es la primera vez que tiene contactos con museos históricos. La serie que le hizo famoso en los años 80 fue la de las grandes galerías del Louvre, estas visiones tan personales". Como ven, un razonamiento irrefutable por el cual deberían estar en el Prado, por lo menos, y además de Barceló, el resto de los pintores que también participaron en 1991 en la exposición "El Prado visto por doce artistas contemporáneos", como Ramón Gaya, Luis Gordillo, Antonio Saura, Eduardo Arroyo... No vale.
 
La noticia me ha pillado en Roma, donde he coincidido con muchas de las autoridades implicadas, directa o indirectamente, en este espinoso asunto y que no han querido decir ni pamplona. Ha sido en la Academia española, adonde yo venía por asuntos propios y ellos a inaugurar en la Scuderie del Quirinale la exposición "Cortes del Barroco. De Bernini y Velázquez a Luca Giordano", evento al que no he tenido el honor de asistir, primero porque no me habían invitado y segundo porque ya la había visto en Madrid, en el Palacio Real. Como digo, a pesar de mi insistencia, o tal vez precisamente por ella, nadie soltó prenda, ni siquiera el fantasma de la Academia, puesto que, según dice, se disputan un fraile franciscano sepultado en el jardín y una tal Beatrice Cenci, enterrada en la iglesia de San Pietro in Montorio, anexa a la Academia, y figura emblemática del feminismo italiano por haber matado a su padre, que había abusado de ella Esto ocurrió precisamente en pleno barroco y el papa de turno la condenó a muerte por ahorcamiento, dejando libre a su hermano, cómplice de su justa venganza. Digno de cualquier juez español actual.
 
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