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ECONOMÍA

¿Qué austeridad es la que ha fallado?

Este lunes, el ínclito Paul Krugman volvía a la carga contra la desnortada política económica europea: "La austeridad no ha funcionado", clamaba.


	Este lunes, el ínclito Paul Krugman volvía a la carga contra la desnortada política económica europea: "La austeridad no ha funcionado", clamaba.
Krugman.

Según el de Princeton, transcurrido más de un año desde que los distintos países de la periferia europea, incluido el español, comenzaran a aplicar los planes de austeridad exigidos por Bruselas y por los mercados, de nada ha servido: el paro sigue aumentando, el crecimiento continúa deteriorándose y todo parece indicar que todas esas economías están abocadas a quiebra. ¿A qué venía entonces ajustar el presupuesto? ¿Dónde están los tan cacareados efectos benéficos de semejantes tijeretazos?

Bueno, en primer lugar convendría no inventarse las cosas. Ha habido tijeretazos, cierto, pero han tenido un carácter meramente cosmético en unas economías azotadas por un gasto público desbocado. Las turbolibertarias políticas de austeridad contra las que predica Krugman han conseguido, tachán tachán, que el déficit de Grecia pase del 15,3 al 9,5%, el de España del 11,1 al 9,2%, el de Portugal del 9,3 al 9,1% y el de Irlanda del 14,3 al 32% (ah, que aquí no se ha reducido). Sin duda, que estos países tengan un déficit equivalente a algo así como un tercio de su gasto público habitual es todo un logro de los partidarios de la austeridad: el santo temor al déficit hecho presupuesto.

En segundo lugar, convendría no hablar de promesas que jamás se han hecho. Quienes hemos defendido los programas de austeridad –pero los de verdad, no estas filfas– nunca pronosticamos que iban a tener efectos expansivos (en especial, si la rebaja del gasto no iba acompañada de una reducción de impuestos). Quizá algún propagandista a lo Krugman pero de signo contrario sí lo hiciera, aunque me cuesta creer que haya gente tan corta de miras. Lo que dijimos –y yo me ratifico en ello– es que el fin del déficit era una de las condiciones básicas para evitar la quiebra y comenzar con el lento proceso de reajuste, que ni mucho menos implica crecer a velocidad de crucero o volver a generar empleo en grandes cantidades de manera inmediata.

Sea como fuere, el argumento del Nobel me resulta ridículo. En su opinión, ¿qué deberíamos haber hecho los países de la periferia europea? Por lo visto, seguir gastando a menos llenas. ¿Con qué propósito? Ah, sí, para estimular nuestras economías. Pero ¿cómo? ¿Como las estimulamos en 2009, el año en que más cayó el PIB y más empleo se destruyó? ¿El año de los despilfarros que nos abocaron meses después a la bancarrota?

A veces me cuesta seguir el argumento krugmanita. Su propuesta para salir de la crisis de la deuda pasa por... ¡más deuda! Evitemos el impago endeudándonos mucho más. Bueno, no conozco empresa alguna que haya triunfado jamás con semejante estrategia, pero sí muchas que han entrado en concurso de acreedores.

En cualquier caso, como los países de la periferia no hemos hecho caso a Mr. Krugman, éste nos muestra el único camino que tenemos por delante: el de las quitas voluntarias. Es imposible que todos o varios de los PIGS consigan atender su deuda, de modo que han de comenzar a reestructurarla. Estoy de acuerdo, salvo por un pequeño matiz que se le escapa al Nobel: sus políticas nos hubiesen abocado mucho antes a esta situación, y con mucha mayor deuda a nuestras espaldas. ¿A qué viene sugerir que la bancarrota es el castigo que nos merecemos por haber sido austeros? La bancarrota es lo que irremediablemente le espera a todo aquel que gasta siempre más de lo que ingresa, y el plan de Krugman no hacía otra cosa que agravar nuestros penosos desequilibrios.

Empero, hay otro punto que me parece todavía más escandaloso en la argumentación del Nobel. ¿Cómo puede simultáneamente criticar que los países periféricos seamos austeros y aconsejarnos que procedamos a reestructurar nuestra deuda? Quiere que nos endeudemos más y al tiempo que impaguemos los pasivos que venimos arrastrando. ¿Tiene esto algún sentido? Sí, lo que pretende es que no paguemos a nuestros acreedores para que... podamos seguir endeudándonos descuadrando nuestras cuentas.

¿Se dan cuenta del absurdo? Una familia que ha vivido décadas por encima de sus posibilidades merced al crédito bancario se planta un día en su sucursal y proclama: "Hasta luego, Lucas, con tu pan te lo comas"... justo después de acudir a otro banco para que corra con su dispendioso modo de vida. ¡La cara de cemento armado, oiga!

Estos economistas del sota-caballo-rey keynesiano a veces hacen el ridículo más espantoso: como los pocos remedios contra la crisis que les ha dado papacito Keynes en La Teoría General y que resultan aplicables ahora mismo son más gasto público y menores tipos de interés, si no funcionan... habrá que perseverar en ellos: puede que hayamos incurrido en los mayores déficits de nuestra historia y que los tipos de interés se encuentren al nivel más bajo que podamos recordar: no importa. Nada de reajustar la economía, eso es para hombres sin carácter: la solución pasa por impulsar la demanda; y cuando se nos acaba el crédito... pues dejamos de pagar a nuestros acreedores y pedimos prestado en otro lado.

Al final resultará que el estallido de la crisis no se produjo cuando los deudores subprime dejaron de pagar sus hipotecas, sino cuando los avariciosos bancos, mientras iban acumulando agujeros en su balance, se negaron a extender nuevos créditos a quienes entraban en default para poder seguir gastando. Cómo no habremos caído antes...

 

JUAN RAMÓN RALLO, jefe de Opinión de LIBERTAD DIGITAL.

http://juanramonrallo.com/

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