Menú

Con la ayuda del terror y la mentira

Durante los seis meses anteriores a la matanza en la localidad catalana de Vic y a la publicación de este artículo de Carod-Rovira que a continuación reproducimos de forma íntegra, ETA cometió doce atentados –todos ellos fuera de Cataluña– en los que fueron asesinadas doce personas. A eso le llama Carod Rovira «respetar una petición». Puesto que la petición era suya, habremos de creerlo.

Lo que no sabemos ya es si, trece años después, Carod Rovira volvió en Perpignan a pedir a ETA que matara fuera de Cataluña. Quizá esta vez el ya socio de Maragall en la Generalitat intentó convencer a ETA de lo mucho que tenían por ganar no sólo los independentistas catalanes sino también los vascos con una victoria de Zapatero. Como verán en este artículo, Carod-Rovira al igual que ETA considera que el vasco y el catalán son «pueblos oprimidos, ocupados, expoliados y descuartizados por el propio Estado».

Es un hecho que, después de esas nuevas y últimas negociaciones del dirigente independentista con ETA en Perpignan y el posterior comunicado de tregua exclusivamente para Cataluña, dos terroristas fueron detenidos cuando transportaban a Madrid 536 kilos de explosivo. A pesar de ello, y a pesar de que los etarras ya habían intentado volar la estación de Chamartín meses antes, no fue el terror nacionalista sino el islamista el que consiguió teñir de sangre la ciudad de Madrid.

También es un hecho que al odio de quien es capaz de derramar sangre contra una política de un gobierno legítimo no lo neutralizaron, como una piña, los partidos políticos y los medios de comunicación los días posteriores a la matanza. No. La «unidad de los demócratas» sólo duró esas horas en que todo apuntaba a que eran galgos –y no podencos– los autores de la matanza. Nada más tener conocimiento de los indicios que apuntaban a que podía ser el terrorismo islamista –y no el nacionalista– el autor de la matanza, los socialistas y sus medios de comunicación pasaron a acusar de mentir al partido que en ese momento ocupaba el gobierno legítimo de la nación.

Prisa y el PSOE atraparon la ira de los ciudadanos contra los autores de la masacre, y deliberadamente la desviaron contra el Gobierno acusándole falazmente de bloquear la información y de paso de la responsabilidad de lo ocurrido por nuestro postura en la guerra de Irak. Jamás la política de un gobierno había sido hasta entonces censurada por la ira que pudiera provocar en los terroristas. Claro que para algunos –como ahora verán– eso de que «todos los terrorismos son iguales» no es más que un «latiguillo electoral utilizado por los aznaristas».

Al odio de quien es capaz de una matanza se sumó en aquellos días de infamia, el odio de quien es capaz de llevar a cabo una manipulación tan infame como la que hizo la izquierda y sus medios de comunicación contra el Gobierno. Ese odio contra el PP queda bien condensado en el artículo que publicó Juan Luis Cebrián un día después de la elecciones. «De la mentira», lo titula el portavoz mediático de González, que acusa al Gobierno del PP de hacer lo que sólo ha sabido hacer el PSOE y Prisa de forma sistemática. Decir que Aznar sabía desde hacia tiempo que su partido iba a perder las elecciones es ya de por sí una mentira. Pero hablar de la «astucia de Aznar a la hora de retirarse y de no cosechar él personalmente derrota tan sonora como la que ayer sufrió su partido» es una bajeza de quien, como Cebrián, no sólo es capaz de mentir para que un partido pierda las elecciones sino también para ver a ese partido «políticamente» aniquilado. Pasen y lean: la catadura moral del frente-anti PP en estado puro.

Joseph Lluis Carod-Rovira: «ETA, Kataluñatik kampora!» [1]

Avui, Barcelona, 31 de mayo de 1991

Hacía meses que temía tener que redactar este artículo. Temía defender de nuevo las razones de los catalanes con nuestra arma más potente, la palabra. Temía contraponer los argumentos a las bombas. Pero vi el de Vic. Oí el de Vic. Sufrí el de Vic. Y no puedo callar. Debo alzar mi voz de independentista contra la de otros pretendidos independentistas. Debo hacerme oír con los que defienden el derecho de todos los pueblos del mundo a decidir su presente y su futuro sin ingerencias, frente a unos extranjeros que quieren hacer creer que hacen ondear el mismo estandarte, pero que lo hacen con violencia y en mi país. ¿En nombre de qué? ¿En nombre de quién? ¿Con qué derecho? ¿Quién los autoriza?

Cada maestrillo tiene su librillo (Cada terra fa sa guerra), ésta no es vuestra tierra, ni esta forma de luchar en la nuestra. Habéis vuelto a manchar con sangre inocente este país. Habéis vuelto a interferir nuestro lentísimo proceso hacia la liberación nacional, sin que os importara en absoluto nuestra situación como pueblo, el estado de nuestra conciencia colectiva, la complejidad enorme de nuestro contexto, las dificultades constantes en que debemos potenciar nuestro mensaje todos los que, desde siempre, contra toda adversidad, trabajamos para que la nación catalana figure con un color propio en el mapa de Europa. Habéis demostrado mofaros del concepto de internacionalismo y que la solidaridad entre los pueblos, incluso entre los pueblos oprimidos, ocupados, expoliados, descuartizados, por los propios estados, como es el caso vasco y catalán, os da exactamente igual.

No obedecéis más lógica que la vuestra ni otros intereses que los vuestros. Pero, ¿sobre qué podéis basar una lógica que desprecia, con toda impunidad, con toda la fanfarronería típicamente española, la lógica de los otros en su propia casa? ¿Cuáles pueden ser estos intereses que van, objetivamente, contra los intereses de otro pueblo, tan oprimido como pueda estarlo el vuestro, en su propio territorio? A ver si de una puñetera vez, al margen de la dialéctica, por cierto tan española, de los puños y las pistolas, sois capaces de entenderlo: los vascos no sois españoles. De acuerdo. Pero los catalanes, tampoco. Y con acciones como ésta no hacéis más que españolizar Catalunya. Convertís los Països Catalans en tierra enemiga y a sus habitantes, en gente hostil. Y no lo somos. Deberíais saberlo.

Cada bomba vuestra en nuestro país es una bomba contra el pueblo catalán, un torpedo contra la línea de flotación del independentismo catalán. Los avances políticos que vamos logrando, la victoria progresiva que vamos obteniendo en las conciencias de los ciudadanos, día tras día, se hunden gracias a vosotros. Quien sale perdiendo con ello somos nosotros. Es la Catalunya nacional, y las personas concretas, quienes sufren los estragos, y no España y todo su aparato. Aunque esto no parece importaros. Qué más da que, por lo visto, con la estulticia de vuestras acciones nos perjudiquéis a nosotros y hagáis añicos nuestro tradicional sentimiento de simpatía hacia el pueblo vasco. Con vuestra torpeza nos lo ponéis imposible. Si os pagaran para hacerlo peor, seguro que no conseguirían que os superarais en vuestra impericia. Y habéis ido hasta Osona, allá donde precisamente el nivel de conciencia nacional es más elevado, allí donde el independentismo político obtiene unos mejores resultados electorales y donde las fuerzas de disciplina española están más debilitadas.

Sabemos en qué situación se encuentra Euskadi. Sufrimos con el pueblo vasco el drama de un pueblo condenado al aniquilamiento de su condición nacional. Sufrimos junto a él el sombrío horizonte de una lengua minorizada, de una cultura asfixiada, de una nación troceada. Conocemos su dolor, porque también es nuestro, pero no vamos a Euskadi a interferir en su proceso. Es su país, no el nuestro. Luchando por nosotros, en nuestra casa, a nuestra manera, somos solidarios con su causa y con la de todos los pueblos del mundo que quieren ser libres. Y, del mismo modo que no pretendemos imponer nuestra lógica en casa de otros, no podemos admitir que otros lo hagan en la nuestra.

Entendemos, sí, que debe forzarse una negociación política. Que es insostenible la angustia de medio millar de presos y la ansiedad de dos mil exiliados. Pero, ¿de verdad creéis que vais a facilitar el acceso a una salida pactada poniendo en contra vuestra incluso a quienes, compartiendo los objetivos, se oponen a los procedimientos?

Por temperamento personal, por convencimiento ideológico y por eficacia política, soy contrario a la violencia. A toda violencia. Especialmente a la violencia institucionalizada, barnizada, de los estados. Pero también a la de los oprimidos. Sobre todo cuando, como en vuestro caso, los oprimidos han perdido el sentido de la orientación y matan indiscriminadamente, incluyendo a niños.

Nada de lo que os voy a decir es nuevo para vosotros. Os lo dije ya, hace medio año, en algún lugar de Euskadi, cuando en nombre de mi partido os pedí, formalmente, que no actuaseis más en mi país. Habéis respetado la petición durante seis meses. Ahora, sólo me atrevo a pediros que, cuando queráis atentar contra España, os situéis, previamente, en el mapa. Los catalanes estamos más que hartos de constatar, a lo largo de la historia, como hay quién se ve legitimado para decidir en nuestro nombre. Y nuestro futuro, y nuestro presente, en paz y libertad, sólo nos corresponde a nosotros. No cedemos la decisión a los españoles. Pero tampoco os la cedemos a vosotros. Sólo los catalanes podemos hablar, y decidir, en nuestro propio nombre. Esto, y no otra cosa, es el derecho a la autodeterminación nacional. Un derecho por el que, en Euskadi, mucha gente ha dado la vida y ha luchado con todas sus fuerzas. En los Països Catalans, también. Porque nadie tiene derecho a suplantar nuestra propia voz. Vosotros, tampoco.

Juan Luis cebrián: «De la mentira»,

El País, Madrid, 15 de marzo de 2004

«Los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños» (F. Nietzsche)

Cualquiera sea la lectura que se haga de las elecciones de ayer en España, no cabe la menor duda de que uno de los motivos -y quién sabe si uno de los más poderosos- que han facilitado el vuelco electoral a favor del PSOE reside en la inevitable sensación de manipulación y engaño que por parte del Gobierno ha percibido el electorado. Manipulación, al atribuir de forma arbitraria y precipitada a ETA la responsabilidad del brutal atentado de Atocha, después de que asesores de Moncloa sugirieran que eso podría propiciar ventajas electorales. Pero no es quizá ese, con ser muy grave, el peor de los errores que acompaña en la despedida a José María Aznar, sino su machacona insistencia en convertir en dogmas de fe sus particulares obsesiones y discutibles ideas sobre España, los españoles y la manera en que estos deben ser gobernados. No entraré a comentar la hosquedad innecesaria hacia sus semejantes de un dirigente que, en el adiós, puede después de todo ofrecer un buen balance en política económica y una cierta astucia a la hora de retirarse y de no cosechar él personalmente derrota tan sonora como la que ayer sufrió su partido. Me preocupan más las corrientes de fondo que han presidido sus dos mandatos, y de manera muy especial el de su mayoría absoluta: su intransigencia, su visión unilateral de las cosas, su amor al pensamiento único, su facilidad para el insulto, la descalificación y la bronca. Porque, más allá de las características psicológicas del individuo, responden a una forma tradicional de ser y hacer por parte de la España profunda, a un entendimiento de nuestra convivencia que ha generado no pocos males a lo largo de la Historia y casa mal con los comportamientos democráticos. Contrasta, por lo demás, la elegancia con que ayer asumieron la derrota los representantes del Partido Popular y el portavoz del gobierno, y la formidable eficacia con que el ministerio del Interior ofreció los datos del escrutinio, con el espectáculo de división y desconcierto que la sociedad española viene protagonizando ya desde hace años, en gran medida por su culpa. Eso nos permite percibir que la unidad indisoluble del partido de la derecha está compuesta de muy diversos materiales y que, pese a los malos ejemplos que hemos visto, y al comportamiento incivil de algunos militantes que anoche demostraron su mal perder en la calle de Génova, podemos contar con una oposición conservadora digna del apellido democrático.

Contra los que piensan que los políticos son todos iguales, estos que llegan ahora a gobernarnos lo hacen con manera e intenciones muy diferentes a los que se van. Tienen ante sí una tarea no pequeña: han de recomponer el entendimiento de España desde una lectura no sectaria de la Constitución, desde un uso no partidista de la bandera, desde una comprensión diferente del valor de las lenguas del Estado; han de restaurar los mimbres tradicionales de nuestra política exterior, recuperando el espíritu de construcción europea, restaurando nuestras relaciones con Marruecos, y estableciendo una relación de confianza y amistad con los Estados Unidos, sin servilismos como el que nos ha arrastrado a la política aventurera en la guerra de Irak; y han de restablecer un entendimiento de la educación, la ciencia y la cultura que rescate los valores laicos propios de la democracia.

Pese a su brillante victoria, no lo va a tener fácil Rodríguez Zapatero. En primer lugar, accede a la primera magistratura del país en medio de una creciente inseguridad ciudadana, cuando apenas nos hemos repuesto del espantoso drama del jueves pasado, y crecen las amenazas contra la libertad y la vida de los españoles. Esperemos que sepa apearse de ese latiguillo electoral utilizado por los aznaristas, en el sentido de que todos los terrorismos son iguales, porque si todos son igualmente execrables y repugnantes, su naturaleza y etiología suelen ser bien distintas, por lo que su tratamiento y solución pasan también por decisiones diferentes. Por lo demás, el nuevo mapa electoral demanda alianzas complejas y asimétricas que permitan aprobar las leyes en el parlamento, en circunstancias especialmente difíciles para el país. El cumplimiento de algunas de sus promesas de campaña más anheladas por los electores, como la retirada de las tropas de Irak, exigirá el ejercicio de formidables habilidades diplomáticas. La recomposición del mapa autonómico, ante la crecida del nacionalismo en Cataluña y el debate sobre el plan Ibarretxe en Euskadi, pondrán igualmente a prueba, y en plazo muy corto, las dotes de diálogo del nuevo ejecutivo. Pero lo menos que hoy puede decirse es que Rodríguez Zapatero ha labrado él mismo su triunfo, instaurando un nuevo estilo de hacer política que huye de las arrogancias del poder y enlaza con los sentimientos del hombre de la calle. Felipe González me dijo un día de él que tenía la mirada limpia. Esa es la condición de los que no saben mentir.

Han sido la manipulación y la mentira, la burda utilización del argumento de la lucha contra el terrorismo como justificación de casi cualquier política, la abusiva ocupación de los medios de comunicación públicos y privados, el oportunismo descarado y la arrogancia pueril lo que les ha costado el poder a quienes ayer lo perdieron. A partir de hoy veremos a los turiferarios de turno destinar sus sahumerios a la nueva autoridad legítimamente constituida. El poder emergente tendrá ocasión de comprobar que el engaño no es del exclusivo acervo de los políticos. Para ir cambiando el paso de lo que nos sucede, ojalá los recién llegados aprecien más las críticas que las adulaciones.



[1] ¡ETA; fuera de Catalunya!

0
comentarios