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ADELANTO DEL LIBRO DE PÍO MOA LOS NACIONALISMOS...

Prat de la Riba, el sistematizador

Pío Moa publicará próximamente un nuevo libro, titulado Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España, como adelanto editorial del cual, Libertad Digital ofrece esta semana la novena entrega. El libro aparecerá en Ediciones Encuentro, el mismo sello que publicó su trilogía sobre la segunda república y los orígenes de la guerra civil española.

Pío Moa publicará próximamente un nuevo libro, titulado Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España, como adelanto editorial del cual, Libertad Digital ofrece esta semana la novena entrega. El libro aparecerá en Ediciones Encuentro, el mismo sello que publicó su trilogía sobre la segunda república y los orígenes de la guerra civil española.
En 1918, finalizando la guerra europea, los nacionalistas catalanes difundieron en masa el folleto Nacionalisme como “libro de cabecera para todos los catalanes”. Era una selección de ideas de Prat de la Riba, fallecido el año anterior: “Para la educación catalana de nuestras generaciones, nada mejor que los textos de Prat de la Riba”.
 
En su prólogo, el joven político e intelectual Antoni Rovira i Virgili explicaba que Prat “Merece el nombre de re-creador de nuestra Nación”, pues, “Es él, propiamente, el primer nacionalista catalán”, el “arquitecto y obrero de la gran obra de reconstrucción catalana”, en cuya persona “se había revelado el alma nacional de Cataluña”, y cuyo espíritu constituía una “concentración de catalanidad. Hombres como él prueban por sí solos la existencia de una nación, incluso estando ésta medio sepultada bajo las ruinas de los siglos”, y por eso “él hizo el milagro de la resurrección de la patria”. Más aún, él “es el espíritu mismo de Cataluña”. Esa catalanidad relucía incluso en su estilo literario, un “estilo nacionalista” manifestado en sus “frases rotundas, en sus palabras francas”. “Cuando afirma la sustantividad nacional de Cataluña, la voz de Prat es más clara, más firme y más segura que nunca.”
 
Todo ello tanto más digno de atención cuanto que, antes de él, los catalanes habían adobado con servilismo su miseria: “¡Qué actitud inconsciente de criado hay en los catalanes de los siglos de decadencia, e incluso en los de los primeros tiempos de la Renaixença!”. Se habían acostumbrado en esa negra edad a “dar excusas, hacer acatamientos y genuflexiones, bajar la cabeza y mirar al suelo”. En cambio “Él es el catalán enderezado, orgulloso, corajudo” “Es el primer catalán renacionalizado después de siglos opacos de decadencia de Cataluña. Estaba libre de las deformaciones que en el alma de los catalanes, incluso de muchos catalanistas, había producido la acción desnacionalizadora de la influencia castellana”.
 
Por su claridad espiritual, “Prat fue el primer catalán contemporáneo que (…) demostró que España no es  una unidad nacional”. Por tanto “Cataluña no es parte de la nación española –que no existe o es la nación castellana–, sino un todo nacional”. Quedaba superado el regionalismo: “Cuando la diferencia entre regionalismo y nacionalismo es sólo una cuestión de nomenclatura y de oportunidad política –como ha sucedido en el caso de la Lliga Regionalista–, la cosa tiene importancia muy secundaria. Pero (…) no hay cosa más opuesta al nacionalismo que el regionalismo”. Los largos y penosos siglos anteriores perdían valor: “Los restos del periodo decadente, lejos de ser sustancia propia, son simples postizos”. Comenzaba una nueva era.
 
Prat no sólo había definido el nacionalismo, sino que había cosechado un impresionante éxito político: “La conquista más trascendental de Prat de la Riba fue la conquista de la juventud (…) sobre todo la entregada a tareas intelectuales”. Hasta podía decirse que prácticamente “La generación catalana de hoy es la primera nacionalizada tras el tiempo lóbrego de la decadencia”, gracias a sus prédicas, caracterizadas por un “radicalismo sereno y constante (…), filosófico. Prat de la Riba ha sido el filósofo del nacionalismo catalán”. Aprecia Rovira la “vastedad, diríamos eterna, de la obra de Prat de la Riba”.
 
Como vemos, Prat supuso para sus seguidores algo muy parecido a lo que Arana para los suyos. Las cualidades de este hombre excepcional son glosadas con palabras de otro nacionalista, Josep Carner: “su sentimiento patrimonial romano, su fortaleza y elegancia cristiana, su idealismo y positivismo (…) pasión profunda, seny, calma, tenacidad, pericia psicológica, ponderación, acción lenta y continua”. Rovira destaca su  “ardentísimo fuego interno”, “Oteaba a Iberia, a Europa, al amplio mundo”, pero él “siempre estaba en su centro, y el centro era Cataluña”. También Francesc Cambó, discípulo de Prat y uno de los políticos españoles más inteligentes de su época, observa de su maestro: “no tenía entonces, ni tuvo nunca después mientras vivió, otra pasión, otra debilidad que Cataluña, al servicio de la cual consagró toda su vida y todo su esfuerzo. Era tan absoluto ese apasionamiento de Prat que sin la menor dificultad perdonaba agravios o reanudaba amistades (…) si lo creía conveniente para Cataluña. De la misma forma los habría sacrificado sin vacilaciones si los hubiera considerado un estorbo para aquella finalidad”.
 
Físicamente, Prat era “bajo, regordete, con  cara sonrosada y  aspecto sacerdotal”. De familia campesina acomodada, y padre vagamente liberal y muy religioso, conservó siempre una intensa devoción por la Virgen de Montserrat. Era cinco años más joven que Arana, pues nació en 1870, en el pueblo de Castellterçol. Muy estudioso, se sintió “patriota catalán” desde muy joven, al parecer desde niño. A los 17 años, en 1887, ingresó en el Centro Escolar Catalanista, donde mostró su capacidad de iniciativa y de organización: a los 20 ya era presidente de dicho Centro, afirmando que Cataluña “grande o pequeña, es nuestra única patria”. El Centro se convirtió en “La cuna de la nueva doctrina (…). Allí (…) vino a crear y tomar cuerpo la nueva idea”.
 
Debió de ser el futuro obispo de Vic, Torras i Bages, quien más influyó en su paso del catalanismo al nacionalismo Torras escribió en 1892 su La tradició catalana, defensa apasionada del idioma catalán y de un regionalismo conservador. Describía un espíritu catalán práctico, moderado, tenaz y poco fantasioso, muy ligado a la tradición católica, y en trance de corromperse por influencias como el folclore flamenco, que por entonces se hacía muy popular en toda España, y por las costumbres y vicios traídos consigo por la inmigración. Pues, en efecto, aunque la industrialización catalana venía de atrás, a partir de mediados de los 70 había conocido una fuerte expansión, llamada “la fiebre del oro”, en especial en Barcelona y su entorno,  atractora de una gran masa de inmigrantes, como ocurría Vizcaya.
 
Como dando la razón a Torras, el mismo año de publicación de  La tradició catalana se abrió en Cataluña el período de los atentados anarquistas, cada vez más sangrientos. El anarquismo prendía entre los obreros, lo mismo inmigrados que indígenas, tanto como el socialismo en Vizcaya. Y favorecido indirectamente, también en el caso catalán, por una tendencia creciente del clero, bien visible en el antecesor de Torras en la diócesis de Vic, el obispo Morgades, a desentenderse de los molestos y descontentos obreros foráneos, bautizados despectivamente como charnegos o murcianos, que, junto con los catalanes, tantas huelgas y protestas habían emprendido en las décadas pasadas. Acrecentaban esa repulsa varias décadas de un catalanismo repleto de nostalgia por un pasado idealizado, proclive a ver en “Castilla”, pese al declive de ésta en el conjunto nacional, el enemigo a denostar como culpable de todos los males. Nombres como los de Almirall, Guimerá, o el sacerdote Jacinto Verdaguer, marcan esa tendencia.
 
En la década de los 90, los 20 en la vida de Prat, éste desplegó gran actividad política y proselitista. En 1892, con 22 años, era elegido secretario de la Junta Permanente de la Unión Catalanista, otra organización regionalista a la que él inspiró enseguida un tono radical, y participó en la redacción de las “Bases de Manresa”, un proyecto de autonomía corporativista, que aspiraba a establecer en Cataluña unas Cortes de tipo casi estamental, y exigían el catalán como idioma oficial único, incluso en sus relaciones con el poder central, la recaudación de impuestos o la acuñación de moneda.
 
Dos años más tarde Prat viajó por primera vez a Madrid, para hacer el doctorado en Derecho. Nacionalista ya, y con la intransigencia propia de la juventud, vio a Madrid con resuelta antipatía y sin reparar mucho en detalles: con el prejuicio que llegó, se volvió. Aunque la ciudad, situada en la proximidad de la bella sierra de Guadarrama, se estaba dotando por entonces de nuevos y modernos barrios, él la ve en medio de “inmensas y áridas llanuras que recuerdan los desiertos y las estepas asiáticas”, los cuales él sólo conocía de referencia, claro está; y la percibe como campamento, más que ciudad, de vagos, parásitos, logreros  y funcionarios, en nada contribuyente al bienestar de las tierras bajo su gobierno aunque, entre otras cosas, garantizaba un amplio mercado protegido para la industria catalana; o había impuesto al ayuntamiento de Barcelona, empeñado en proyectos urbanísticos mediocres, el plan del Ensanche, ideado por el comandante del ejército e ingeniero de caminos Ildefonso Cerdá y Sunyer. El Ensanche se había convertido en uno de los mayores orgullos de la dinámica ciudad. Seguramente no le habría sido difícil encontrar otros casos en que la denostada  Madrid había beneficiado sustancialmente a Cataluña.
 
En 1896 Prat fue nombrado secretario del Ateneu Barcelonés, influyente institución cultural creada en la onda del célebre Ateneo de Madrid, y escribió un Compendi de la Historia de Catalunya para escolares, a quienes quería convertir desde el principio a las nuevas ideas. Su habilidad agitadora brilló nuevamente en 1897 con su “Mensaje al rey de los helenos”, donde sugiere una similitud entre la situación de Creta, sometida a los turcos, y la de Cataluña, sometida, a su parecer, a los castellanos. La entrega del mensaje al cónsul de Grecia convocó a unos cientos de manifestantes, y “acabó en discursos y aclamaciones, alguna de ellas de tono subversivo y que nada tenían que ver ni con Grecia ni con Creta”, resume Cambó. Se produjo una carga policial, considerada la “primera represión contra el nacionalismo”.
 
Sin embargo, como en el caso de Arana, sería el año 1898 el que marcaría el verdadero despegue del nacionalismo catalán. En esta y en otras cosas coincidían ambos próceres, si bien había entre ellos diferencias de interés. Arana puede considerarse como fundador, prácticamente inventor casi en solitario del nacionalismo vasco, del cual prácticamente no había antecedentes, fuera de ideas no desarrolladas del jesuita Larramendi, del siglo XVIII, o del francés Chaho, vascómano romántico y ocultista. Prat, en cambio, actuaba en un clima regionalista bastante denso, con algunas manifestaciones, sobre todo en Almirall, muy próximas ya al nacionalismo. En ese sentido, Prat viene a ser un sistematizador. Menos innovador que el vasco, Prat no creó una nueva corriente en brusca ruptura con el medio, pero aportó sustancia teórica y política a unas corrientes previas, reencauzándolas en la dirección a su juicio oportuna. En otro plano, las cualidades de Prat o de Arana como pensadores o filósofos no son fácilmente apreciables, salvo para sus enfervorizados seguidores. Ninguno de los cuales, por otra parte, ha destacado mucho en los terrenos del pensamiento. La excepción, D'Ors, terminaría en el nacionalismo español de Falange.
 
No obstante, Prat (con Cambó, como veremos) marca un antes y un después. Una tendencia reciente en la historiografía nacionalista catalana niega la frontera, calificada de “un juego de palabras o un sofisma”, entre nacionalismo y regionalismo. Pero hay una diferencia decisiva entre unas especulaciones de grupos marginales o de tertulias y un movimiento sistemático, como la hay entre unas ideas mejor o peor hilvanadas que no aspiraban a disgregar España y unas doctrinas que implicaban tal aspiración, aunque pudiesen derivar en una pragmática resignación a la unidad estatal. Ambas cosas, movimiento sistemático y nacionalismo consciente, sólo aparecieron con Prat de la Riba y Cambó, y así lo percibió todo el mundo. De hecho, especulaciones y hasta movimientos regionalistas los hubo en otros lugares, sin llegar a cuajar en nacionalismos.
 
El método de ambos líderes también difiere. Arana no dudó en enfrentarse de manera franca y ruda a un ambiente hostil, mientras que Prat obró en todo momento de forma “oportunista”, en sus propia palabras: “Pusimos toda la nueva doctrina, omitiendo sólo la terminología propia, sustituida por la terminología más generalizada entonces: bajo los nombres viejos hicimos pasar la mercancía nueva, y pasó”. “Evitábamos todavía usar abiertamente la nomenclatura propia, pero íbamos destruyendo las preocupaciones, los prejuicios, y con calculado oportunismo insinuábamos, en sueltos y artículos, las nuevas doctrinas”.
 
De los dos próceres, Arana era poco dado a leer y mucho  a reflexionar y a construir sus opiniones, a menudo sobre bases muy precarias, insistiendo en ellas enérgicamente más que teorizándolas. Prat, en cambio, era un estudioso siempre rodeado de libros, y en sus escritos busca precedentes o apoyos en pensadores europeos, y trata de teorizar a su vez sus propias posiciones. No obstante, aunque ensalzado como filósofo por sus seguidores, escribió poco, apenas algunos folletos divulgativos. Como pensador era menos original que Arana, en la medida en que ambos pudieran llamarse pensadores. Impulsó también el periódico La Renaixença”.
 
Pese a sus esfuerzos, y a escándalos como el suscitado por su folleto agitativo El catecismo catalanista, del que, en un gran esfuerzo propagandístico, se repartieron cien mil ejemplares, o por su Mensaje al rey de los helenos, el nacionalismo arrastraba una vida precaria hasta el desastre del 98. Prat de la Riba supo aprovechar el impacto de esta derrota para dar un nuevo impulso a su movimiento, apoyándose en Cambó, otro joven político extraordinariamente hábil, que despuntaba por aquellos años.
 
Desde entonces los éxitos iban a sucederse, oscurecidos sin embargo por el auge del anarquismo y de un nuevo movimiento, el republicano de Lerroux. En 1901, teniendo 31 años, Prat fundó, junto con Cambó y otros, la Lliga Regionalista de Catalunya, de la que fue elegido secretario. Siguiendo su tendencia “oportunista”, el nuevo partido evitó llamarse nacionalista, para no asustar a los catalanes conservadores a quienes aspiraba a atraerse, y para disimular ante el poder central. También se hizo diaria la revista La Veu de Catalunya, que él pasó a dirigir. Al año siguiente, por un artículo juzgado subversivo y contra la paz pública, Prat fue detenido durante cinco días, y poco después debió abandonar la vida pública durante casi dos años, a causa de una enfermedad de tiroides (enfermedad de Basedow) o de tuberculosis en otras versiones.
 
Vuelto con renovados bríos, en 1905 se casó con Josefina Dachs –a la misma edad, 35 años, que Arana con Nicolasa Achicallende–, con quien tendría cuatro hijos, y salió elegido diputado provincial por Barcelona. Y al año siguiente publicaba su folleto más influyente, fundamentación definitiva de la nueva doctrina: La nacionalitat catalana.
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