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ENIGMAS DE LA HISTORIA

¿Por qué y cómo atacó Escipión Cartagena?

Era el año 209 a. de C. y Roma se enfrentaba al décimo año de guerra contra Cartago. La coalición levantada por Anibal había logrado privarla de buena parte de sus aliados y, de esa manera, amenazaba no sólo con derrotar a Roma sino incluso con borrarla del mapa. Fue en ese momento cuando un joven llamado Publio Cornelio Escipión decidió atacar una ciudad llamada Cartago Nova o Cartagena situada en la lejana Hispania. ¿Por qué y cómo llevó a cabo Escipión esa empresa?

Era el año 209 a. de C. y Roma se enfrentaba al décimo año de guerra contra Cartago. La coalición levantada por Anibal había logrado privarla de buena parte de sus aliados y, de esa manera, amenazaba no sólo con derrotar a Roma sino incluso con borrarla del mapa. Fue en ese momento cuando un joven llamado Publio Cornelio Escipión decidió atacar una ciudad llamada Cartago Nova o Cartagena situada en la lejana Hispania. ¿Por qué y cómo llevó a cabo Escipión esa empresa?
Busto de Publio Cornelio Escipión
El enfrentamiento entre Cartago y Roma a lo largo del siglo III a. de C. era inevitable. Mientras que Roma había logrado no con escaso esfuerzo imponerse a las otras potencias políticas de la Península italiana, Cartago ambicionaba sustituir a los fenicios en todo el Mediterráneo y había conseguido incluso vencer a sus rivales griegos.
 
La primera guerra entre ambas potencias –denominada púnica por los romanos al referirse a la lucha contra Cartago– se libró de manera casi exclusiva en torno a Sicilia y debe reconocerse que los romanos demostraron una capacidad extraordinaria para superar sus deficiencias. Buena prueba de ello es que acabaron imponiéndose en el mar –ellos que no eran marinos– a unos magníficos navegantes como eran los cartagineses. La derrota en aquel primer enfrentamiento colocó en una difícil situación a Cartago pero azuzó aún más si cabía su deseo de expansión y de venganza. No pudo llevarla a cabo Amílcar Barca, el magnífico general que había mandado sus tropas durante la primera guerra, pero de ello se encargó su hijo Aníbal.
 
En el 219 a. de C., Aníbal atacó a la ciudad de Sagunto, una villa hispana aliada de Roma, en una acción que, se mire como se mire, sólo podía ser considerada una provocación. Naturalmente, Roma respondió con la protesta diplomática y Cartago entonces aceptó un conflicto que, a decir verdad, ansiaba y para el que Aníbal llevaba años preparándose. En el 218, Aníbal cruzó los Alpes con un ejército en el que no sólo había elefantes africanos sino en el que además se habían integrado distintos enemigos de Roma, y así penetró en Italia. Durante los dos años siguientes, el general cartaginés derrotó a las fuerzas romanas en Tesino, Trebia, Trasimeno y, sobre todo, en Cannas, un enfrentamiento que suele estudiarse en los manuales de historia militar como ejemplo de las batallas de aniquilación.
 
En 215, dando muestra de una extraordinaria sagacidad, forjó una alianza con Filipo que le aseguraba que Roma sólo podría encontrar enemigos en el Mediterráneo oriental. La suma de triunfos militares con la adhesión de nuevos aliados, entre ellos ciudades itálicas que nunca habían terminado de aceptar el poder de Roma sobre ellas, le permitió en 211 marchar sobre la capital enemiga. No la tomó, pero el grito de Hannibal ad portas causaría espanto durante siglos a generación tras generación de romanos y, ciertamente, en el año 209 nada permitía pensar que la amenaza había desaparecido o que el final de la guerra se encontrara cerca. Fue precisamente entonces cuando un joven de veinticuatro años llamado Publio Cornelio Escipión concibió un audaz plan para enfrentarse con los cartagineses no en Italia sino en Hispania.
 
La tesis sostenida por Escipión sería denominada actualmente como "acercamiento indirecto" y ha sido mantenida a lo largo de la Historia por ejércitos que no pueden enfrentarse directamente con su rival y deben optar por buscar otros teatros de operaciones en los que ir minando poco a poco su fuerza. Este enfrentamiento indirecto fue el auspiciado por Patton en 1942 al insistir en que la lucha contra el III Reich debía llevarse a cabo partiendo de un desembarco en el norte de África y también por Franco, aunque de manera no tan expresa, cuando en 1937 desplazó el principal teatro de operaciones de Madrid al norte de la Península ibérica.
 
Escipión partía de la base – nada errónea – de que Aníbal podía seguir combatiendo en suelo itálico indefinidamente y, por lo tanto, de que una nueva victoria como Cannas le abriría el camino de Roma esta vez de forma definitiva. Si tal eventualidad llegaba a producirse, Roma no sólo sería derrotada sino que incluso podría desaparecer como entidad política. En su opinión, por lo tanto, era urgente obligar a Aníbal a abandonar Italia pero semejante meta sólo podía alcanzarse golpeando a los cartagineses, primero, en Hispania, y luego en África. Ése fue, por lo tanto, el plan que puso en funcionamiento.
 
A pesar de su juventud, Escipión distaba mucho de ser un novato en cuestiones militares. Años atrás había salvado a su padre en la batalla de Tesino en un acto rebosante de heroísmo y además mantenía hondas vinculaciones con Hispania ya que en sus tierras habían muerto dos de sus familiares a manos de los cartagineses. Con todo, lo que más llama la atención en su personalidad es el desarrollo de una estrategia ciertamente brillante – mucho más que la de Aníbal, dicho sea de paso – y, sobre todo, la magistral elección de Cartago Nova como su primer objetivo.
 
Las circunstancias, desde luego, no puede decirse que le fueran favorables. En Hispania operaban a la sazón tres ejércitos cartagineses que, unidos en todo o en parte, hubieran podido aplastar con relativa facilidad al audaz romano. Por si fuera poco, el puerto de Cartagena – que aseguraba a los cartagineses y a Aníbal la recepción de refuerzos y la continuación de un importante tráfico comercial – estaba diseñado de tal manera por los cartagineses que resultaba inexpugnable. Sin duda, el avance sobre la ciudad cartaginesa exigía unas cualidades militares sobresalientes. Pero, por desgracia para Cartago, Escipión no carecía de ellas.
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