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ENIGMAS DE LA HISTORIA

¿Por qué fracasó la Armada invencible? (II)

A finales de julio de 1588 mientras las naves de Medina Sidonia bordeaban la costa de Cornualles, pasaban Falmouth y se encaminaban hacia Fowey, los faros ingleses daban la voz de alarma. Para la flota inglesa, la llegada de los españoles significó una desagradable sorpresa.

Habían especulado con la idea de atacar la Armada mientras se hallaba fondeada en La Coruña —una idea defendida por el propio Drake— y ahora los navíos de Medina Sidonia estaban a la vista de la costa cuando distaban mucho de poder considerarse acabados los preparativos de defensa. Ahora, lo quisieran o no, los navíos ingleses no tenían otro remedio que enfrentarse con los españoles e intentar abortar el desembarco. El domingo 31 de julio, hacia las nueve de la mañana, mientras la Armada avanzaba por el canal de la Mancha en formación de combate, un barco inglés llamado Disdain navegó hasta su altura y realizó un único disparo. En el lenguaje de la época aquel gesto equivalía al lanzamiento de un guante previo al inicio del combate. Aquel día, la flota española —la vencedora de Lepanto— iba a descubrir que en tan sólo unos años su táctica se había quedado atrasada.

La Armada española se desplazaba en forma de V invertida. Ese tipo de formación no sólo permitía enfrentarse con ataques lanzados desde ambos flancos sino que además, situando los galeones en las alas, facilitaba entablar combate con las naves enemigas que, finalmente, eran abordadas por los infantes españoles, a la sazón los mejores de Europa. Esa forma de combate naval había dado magníficos resultados en el pasado y de manera muy especial en Lepanto, pero durante los años siguientes los españoles no habían reparado en los avances de la guerra naval. Sus cañones tenían un calibre inferior al de los ingleses, sus proyectiles eran de peor calidad, sus naves —aunque impresionantes— eran más lentas en la maniobra y, sobre todo, su formación implicaba un tipo de maniobra que, en realidad, repetía en el mar la disposición de las fuerzas de tierra. Para sorpresa suya, los barcos ingleses se acercaban en una formación nunca vista, es decir, en una sola fila, lo que llevó a pensar que debía existir otra fila que podía aparecer en cualquier momento. Para colmo, a diferencia de los turcos de Lepanto, los ingleses no se acercaban hasta los barcos enemigos buscando el combate casco contra casco sino que disparaban y, a continuación, se retiraban evitando precisamente que se produjera el abordaje. El enfrentamiento resultó desconcertante pero no puede decir que fuera adverso para los españoles. De hecho, cuando concluyó, la Armada estaba intacta y prácticamente no había recibido ningún daño de importancia. Al final de la jornada, dos navíos españoles se verían fuera de combate pero la razón fue una colisión entre ellos.

Al amanecer del día siguiente, la flota española había llegado hasta Berry Head, el extremo suroriental de la bahía de Tor. A esas alturas, Lord Howard, el almirante inglés, contaba con refuerzos considerables y hubiera podido atacar a la Armada pero sir Francis Drake, al que se había conferido el honor de llevar la luz que indicaba a los otros barcos la ruta que debían seguir, se lo impidió. Drake, corsario más que otra cosa, había previsto la posibilidad de capturar una presa y se había apartado de la flota inglesa sin encender una luz que habría puesto sobre aviso a su potencial captura. El resultado fue que el resto de la flota se mantuvo inmóvil y tan sólo el buque insignia de Lord Howard y un par de barcos más persiguieron a los españoles. Drake, efectivamente, capturó el barco español pero la flota inglesa no se reagrupó antes del mediodía y ni siquiera entonces llegó a hacerlo correctamente. Esa circunstancia fue captada por la flota española y Medina Sidonia decidió junto con la mayoría de sus mandos aprovecharla para asestar un golpe de consideración a los ingleses. Para llevar a cabo el ataque, resultaba esencial la participación de las galeazas que estaban al mando de Hugo de Moncada, el hijo del virrey de Cataluña. Sin embargo, Moncada no estaba dispuesto a colaborar. Tan sólo unas horas antes, Medina Sidonia le había negado permiso para atacar a unos barcos ingleses y ahora Moncada decidió que respondería a lo que consideraba una ofensa con la pasividad. Ni siquiera el ofrecimiento de Medina Sidonia de entregarle una posesión que le produciría 3.000 ducados al año le hizo cambiar de opinión. Se trató, no puede dudarse, de un acto de desobediencia deliberada y de no haber muerto Moncada unos días después seguramente hubiera sido juzgado pero, en cualquier caso, el mal ya estaba hecho. Cuando, finalmente, se produjo la batalla, los ingleses se habían recuperado.

Poco después del amanecer del 2 de agosto de 1588, Lord Howard dirigió su flota hacia la costa de Pórtland Bill en un intento de desbordar el flanco español que daba sobre tierra, pero Medina Sidonia lo captó impidiéndolo. Durante las doce horas que duró la lucha, los españoles hicieron esfuerzos denodados por abordar a los barcos enemigos y en alguna ocasión estuvieron a punto de conseguirlo. No lo lograron pero tampoco pudo la flota inglesa, a pesar de los intentos de Drake, causar daños a la española. Cuando concluyó la batalla, la Armada se reagrupaba con relativa facilidad, no había perdido un solo barco y continuaba su rumbo para encontrarse con el duque de Parma y, ulteriormente, desembarcar en Inglaterra. A decir verdad, esta última parte de la operación era la que seguía mostrándose angustiosamente insegura. La noche antes de la batalla de Pórtland Bill, el duque de Medina Sidonia había despachado otro mensajero hasta el duque de Parma y para cuando se produjo el combate ya eran dos los correos españoles que se habían entrevistado con él. Las noticias no eran, desde luego, alentadoras porque el duque de Parma no tenía a su disposición ni las embarcaciones ni las tropas necesarias.

Sin embargo, los ingleses carecían de esta información y para colmo de males al hecho de no haber causado daño alguno a la Armada se sumaba el agotamiento de sus reservas de pólvora y proyectiles y el pesimismo acerca de la táctica utilizada hasta entonces. Mientras sus navíos se rearmaban, Lord Howard convocó un consejo de guerra para decidir la manera en que proseguiría la lucha contra la Armada. Finalmente, se decidió dividir las fuerzas inglesas en cuatro escuadrones —mandados por Lord Howard, Drake, Hawkins y Frobisher— que atacarían a las fuerzas españolas para romper su formación y así impedir su avance hacia el este. La nueva batalla duró cinco horas —desde el amanecer hasta las diez de la mañana— y los ataques ingleses tuvieron el efecto de empujar a la flota española con un rumbo norte-este —un hecho que muchos han interpretado como una hábil maniobra, ya que hubiera significado empujar a la flota enemiga contra una de las zonas más peligrosas de la costa— pero Medina Sidonia captó rápidamente el peligro y evitó el desastre. Ciertamente, la Armada no había sufrido daños pero se vio desplazada al este del punto donde Medina Sidonia deseaba esperar noticias del duque de Parma y, finalmente, el mando español decidió seguir hacia el este hasta encontrarlo. Ya eran cinco los días que ambas flotas llevaban combatiendo y con sólo un par de barcos españoles fuera de combate y ninguno hundido, la moral de los ingleses estaba comenzando a desmoronarse.

Medina Sidonia se dirigió entonces hacia Calais con la idea de encontrarse posteriormente con el duque de Parma a siete leguas, en Dunkerque y desde allí atacar Inglaterra. Sin embargo, Medina Sidonia seguía abrigando dudas y volvió a enviar un mensajero al duque de Parma con la misión de informarle de que si no podía acudir con tropas, por lo menos enviara las lanchas de desembarco.

El descanso en Calais significó un verdadero respiro para la flota española. Francia, a pesar de ser una potencia católica, mantuvo en relación con la expedición de la Armada una actitud relativamente similar a la adoptada con ocasión de Lepanto. No obstante, en este caso la población tenía muy presente los siglos de lucha contra Inglaterra y simpatizaba con los españoles. El gobernador de Calais —antigua plaza inglesa en suelo francés— no tuvo ningún reparo en permitir que la flota española fondeara y se surtiera de lo necesario. El domingo 7 de agosto, llegó a Calais uno de los mensajeros enviados por Medina Sidonia al encuentro del duque de Parma. Las noticias no por malas resultaban inesperadas. El duque de Parma no estaba en Dunkerque, donde además brillaban por su ausencia los barcos, las municiones y las tropas esperadas. La situación era preocupante y Medina Sidonia decidió enviar en busca del anhelado duque a don Jorge Manrique, inspector general de la Armada.

Advertido por el sobrino del gobernador de Calais de que la Armada se hallaba anclada en una zona de corrientes peligrosas y de que sería conveniente que buscara un abrigo más adecuado, Medina Sidonia volvió a poner en movimiento la flota. La decisión la tomó precisamente cuando la flota inglesa, ya dotada de refuerzos y aprovisionamientos, llegaba a las cercanías de Calais con un plan especialmente concebido para dañar a la hasta entonces invulnerable Armada. Iba a dar comienzo la denominada batalla de Gravelinas, la más importante de toda la campaña.


La próxima semana César Vidal seguirá desvelando el ENIGMA de la Armada invencible.


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