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CATALUÑA

Por el arco de triunfo

He subrayado en dos artículos (éste y éste) la tozudez con que las autoridades políticas de Cataluña destiñen, borran y trasponen la línea roja que separa lo legal de lo ilegal. Ahora no me queda otro recurso retórico que el de destacar la obstinación con que dichas autoridades se pasan las sentencias judiciales por el arco de triunfo.


	He subrayado en dos artículos (éste y éste) la tozudez con que las autoridades políticas de Cataluña destiñen, borran y trasponen la línea roja que separa lo legal de lo ilegal. Ahora no me queda otro recurso retórico que el de destacar la obstinación con que dichas autoridades se pasan las sentencias judiciales por el arco de triunfo.

El presidente de la Generalitat lanzó, en vísperas de la Diada, una advertencia que, aunque tenía por destinatarios a los indignados, parecía dirigida contra él mismo y sus acólitos: "No siempre el que más grita tiene más razón". Lo dijo precisamente cuando arreciaba el guirigay por la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña a favor de la enseñanza bilingüe.

El somatén mediático

Antonio Robles lo dejó claro en su artículo "¡Mienten!", donde desmenuzaba implacablemente la trama de embustes, 13 en total, sobre la que descansa la escandalera de los nacionalistas:

Mienten cuando publican que el auto del TSJC que da un plazo de dos meses para habilitar al castellano como lengua vehicular en el sistema escolar catalán, tal como ha sentenciado el TS y ha fallado en sentencia el TC, creará dos escuelas separadas por idioma. Mienten, porque la conjunción lingüística consagra la impartición de las materias en los dos idiomas, pero no en clases separadas.

(...)

Mienten cuando alarman a la sociedad con la quiebra de la cohesión social si se permitiese estudiar también en castellano. A finales de los setenta, en plena democracia, y principios de los ochenta, así se hacía y nunca como entonces hubo tanta libertad y paz social.

¡Si incluso se pasan por el arco de triunfo la obligación legal de dictar tres horas de clase en castellano!

Los secesionistas denuncian que los maltrata algo que ellos llaman la Brunete Mediática. Es revelador comprobar cómo jalea estos actos de insumisión lo que podríamos llamar el Somatén Mediático nacionalista, encarnado en la información tendenciosa de La Vanguardia (que leo en su versión en castellano para metecos, o sea, ciudadanos de segunda categoría) y en las rabietas de sus colaboradores privilegiados.

El cronista militante

Informa, por ejemplo, LV (12/9/2011) de que, cuando exhibió su ingenio lanzando la consigna capicúa Català a l'atac!, su colaborador Marius Serra "conectó con el sentimiento más extendido y muy mayoritariamente expresado en todos los actos de conmemoración o protesta que se celebraron ayer". Lo que no aclara el cronista militante Jordi Barbeta es que, según los cálculos más optimistas del Somatén, hubo 5.000 personas en la conmemoración, y 10.000 revoltosos en las protestas, donde se quemaron banderas españolas y retratos del Rey en presencia de un emisario de Bildu. El diario también nos endilga un titular catastrofista (7/9): "El Supremo, epicentro de la ofensiva contra el catalán". Aunque debe aclarar, más abajo, volviendo a la realidad:

Lo que persiguen sus resoluciones es que el castellano tenga mayor presencia en el sistema educativo y que no se quede en una asignatura de la que se imparten dos horas semanales, sino que, en tanto que lengua vehicular, se use como idioma en el que se imparten enseñanzas.

Una verdad como un pino, que no debería dejar espacio para las provocaciones rupturistas. Porque, como explicó el profesor Joaquim Arnau, en medio de la ofensiva monolingüista de la Generalitat (LV, 11/9),

una enseñanza en dos lenguas consigue mejores resultados académicos que las de los países monolingües.

Más veraces son, en cambio, las transcripciones de los exabruptos que desgranan los dirigentes secesionistas, convencidos de que para ellos no rige aquello de "No tiene más razón el que más grita". El pasado día 7 Artur Mas avisó a Mariano Rajoy de que "la lengua no se toca", y añadió que para la Generalitat el catalán es "una línea roja infranqueable". El día 13 Mas anunció, en castellano y en la Residencia de Estudiantes de Madrid, "la ruptura del consenso de1978" y sentenció:

Tres puntos serán innegociables para la Generalitat, pase lo que pase el día 20 de noviembre: la identidad catalana (la tradición cultural y el idioma), el autogobierno y la reclamación de una mayor equidad en el reparto de las cargas solidarias.

Flojos en matemáticas

El mismo día, en Barcelona, el consejero de Economía de la Generalitat, Andreu Mas-Colell, hablaba de la viabilidad económica de una Cataluña independiente. Y también ese martes, 13, el Congreso de España aprobó que el catalán sea "el centro de gravedad en la escuela catalana, sin exclusión del castellano". El PSOE votó a favor de ese galimatías, y el PP en contra. La diputada del PP Dolors Montserrat expuso el modelo por el que apuesta su partido:

Para pacificar esta cuestión sería razonable que algunas asignaturas se impartan en castellano y en inglés.

El portavoz del gobierno de la Generalitat ya había proclamado (LV, 7/9), apenas conocida la sentencia del TSJC, que para el Ejecutivo catalán la inmersión lingüística es una "línea roja" infranqueable, por lo que defenderá ese modelo "caiga quien caiga". Homs afirmó que se siente avalado en su postura por "la mayoría de los catalanes".

Confieso que al leer el "caiga quien caiga" se me puso la piel de gallina, porque esta era la frase favorita de Juan Domingo Perón, quien la esgrimía antes de cometer alguno de sus muchos desafueros. Y en cuanto al aval de la mayoría de los catalanes, es archisabido que los secesionistas son muy flojos en matemáticas: consideran que el 36,5% del censo que aprobó el tan trajinado Estatut representa a la mayoría, y que el 18% que se dice que apoyó, sin control fiable alguno, el referéndum independentista representa al pueblo catalán.

La ministra insumisa

En medio de este rifirrafe, también el Gobierno de España y el PSOE se pasan la legalidad por el arco de triunfo. Ya hemos visto cómo los diputados oficialistas votaron a favor del galimatías de apoyo a la inmersión lingüística. El ministro de Educación, Ángel Gabilondo, practicó esa fricción tantas veces que ya tiene el arco gastado, lo mismo que el ministro de Justicia, Francisco Caamaño. Y el candidato Rubalcaba promete más de lo mismo (LV, 19/9). Pero hay otro caso más aberrante. Informa LV (12/9):

La ministra de Defensa, Carme Chacón, destacó la importancia de que los alumnos de lengua materna castellana aprendan catalán para luego tener igualdad de oportunidades en el mercado laboral.

Decir esto cuando la movilidad laboral –uno de los salvavidas en tiempos de crisis– puede llevar al trabajador de Lérida a Zaragoza, o de Barcelona a Madrid, o de Gerona a Málaga, es un insulto no sólo a la razón, sino, peor aún, a la dramática encrucijada de ese trabajador. Un insulto, además, lanzado desde la privilegiada poltrona del poder. Y por si esto fuera poco la señora Chacón tiene bajo su mando a numerosos jóvenes latinoamericanos que, sin necesidad de aprender catalán, van a combatir, y muchas veces a morir, en defensa de nuestra civilización, dentro de la cual, mientras no triunfen los secesionistas, se encuentra la totalidad de España. "No hay precedentes –clamó el parlamentario autonómico Albert Rivera– de una ministra que llame a la insumisión".

El Somatén no se limita, por supuesto, a filtrar, manipular y tergiversar la información, sino que cuenta con un equipo de columnistas que, con muy pocas y meritorias excepciones, contribuye a caldear el ambiente. En este trance, el pasado día 4 se les sumó un colaborador estrella, nada menos que Jordi Pujol, quien después de reiterar su viejo sueño balcanizador de que Cataluña emule a países tan ejemplares como Estonia, Eslovaquia y Eslovenia, y de afirmar que "ahora ya tiene sentido pensar que la independencia sería la solución lógica", amenazó:

Es muy posible que se produzca otra situación crítica en el tema lingüístico. En el del catalán en la Administración y sobre todo, especialmente grave, en la escuela. Y eso sería un casus belli.

Un casus belli: me pareció oír el repicar de campanas convocando al somatén, la milicia paramilitar catalana, o a los curas trabucaires carlistas, para repeler la invasión de los afrancesados y los heterodoxos modernistas. En verdad, la mayoría de las diatribas que los secesionistas lanzan contra la implantación del bilingüismo en las escuelas tiene este aire de oscurantismo carpetovetónico.

Costumbres atrabiliarias

Pilar Rahola, que si no es la estrella del Somatén Mediático sí es, por lo menos, el asteroide, se desgañita (LV, 13/9) propalando la falacia de que "la reacción a favor del idioma ha sido unitaria y ha recorrido la espina dorsal del país" [¿como el 18% que apoyó el referéndum?], en razón de lo cual "la línea roja, pues, no se puede pisar". En ese mismo artículo acusa a Alicia Sánchez Camacho de émula de Lerroux, y a García Albiol de hooligan porque no se ciñe al ritual de la Diada. En otro artículo (LV, 8/9) intenta desalentar a Sánchez Camacho fraguando una imagen execrable de su partido: banderas ultramontanas, derroteros radicales, partido marginal, vocación de trinchera, micrófonos mesetarios, planteamientos abiertamente fascistas, facherío incluido. Y a Mariano Rajoy le reprocha (LV, 15/7) que Luisa Fernanda Rudi quiera derogar la ley que protege el chapurriau que se habla en la franja oriental de Aragón. Es, alega la tradicionalista contumaz, "el idioma que hace 900 años que hablan [sic] sus antepasados (...) un patrimonio cultural milenario". Esos antepasados que hablaban, y no hablan, un dialecto que no sirve para comunicarse fuera de la tribu, forman parte del pasado mítico que Rahola idealiza sin detenerse a pensar que ella, precisamente, no soportaría sus costumbres atrabiliarias, una de las cuales era el maltrato y el desprecio a las mujeres, y otra era la afición fanática a los pogromos.

De regreso en el sigo XXI, Pilar Rahola elogia al PSC y a la UGT, "dos organizaciones que han sido fundamentales en el consenso histórico del catalán", que es "la herramienta más eficaz en la construcción de un solo pueblo". La frase me suena. ¿Una, Grande y Libre, como enseñaban en la Formación del Espíritu Nacional? La UGT, por cierto, cedió su local de Barcelona (que todos subvencionamos) a los organizadores del fallido referéndum independentista.

El airbag reventado

A diferencia de Rahola, Antoni Puigvert intenta atrvesar el espacio trasnochado del nacionalismo por la cuerda floja de la moderación y la racionalidad. Si bien escribe que a veces a los catalanistas moderados "no les queda más remedio que entrar en liza" (LV, 5/9), por otro lado acepta la realidad tal como es (LV, 12/9):

En las aulas el catalán tiene preeminencia, en los patios sucede al revés. La escuela no puede revertir las corrientes sociales: el castellano avanza con revitalizada fuerza en las calles catalanas.

Y, en lugar de regocijarse por la sumisión del PSC, advierte (LV, 9/9):

CiU reacciona con un discurso esencialista, romántico. La lengua, nervio de la patria (...) Ahora bien, ¿es suficiente relato para dirigir un país en el que el 70% no la tiene como primera? (...) O CiU propone un relato para ambas comunidades y penetra en la Catalunya [sic] metropolitana o, con el airbag del PSC reventado, el PP lo tendrá fácil para lograr sus objetivos estratégicos.

Visto lo visto, ¿acaso es el amor atávico por su lengua lo que mueve a estos secesionistas a convertirla en un casus belli, caiga quien caiga, si alguien cruza la línea roja de la enseñanza monolingüe, que es la que el TSJC impugna? Categóricamente, no. Los secesionistas sólo explotan las lenguas y las culturas como fermentos de agitación para conquistar el poder. Su amor va por otros derroteros, como explicó sintéticamente Pedro J. Ramírez (El Mundo, 11/9):

Había que hacer el menor ruido posible en una sociedad acomodaticia y enemiga de aventuras, pero había que ir creando las condiciones para que el único proyecto colectivo imaginable terminara siendo la independencia. Ése ha sido durante tres décadas el papel de la política lingüística.

Más claro, imposible.

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