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DRAGONES Y MAZMORRAS

Poetas, profetas

El día 11 de marzo, como a tantos españoles, me vinieron a la cabeza muchos versos. Algunos fueron citados por decenas de comentaristas y editorialistas sin saber quién los había escrito, de esa manera implícita en que se transmiten las grandes verdades, los más sinceros logros de la expresión poética.

El día 11 de marzo, como a tantos españoles, me vinieron a la cabeza muchos versos. Algunos fueron citados por decenas de comentaristas y editorialistas sin saber quién los había escrito, de esa manera implícita en que se transmiten las grandes verdades, los más sinceros logros de la expresión poética.
Las más utilizada, la más eficaz también, fue la de “capital del dolor”, con la que tituló uno de sus libros más conocidos el poeta francés Paul Éluard, para calificar en lo que se había convertido Madrid en esos momentos. Al día siguiente, cuando millones de personas salimos a la calle —un solo grito— convirtiendo a Madrid en el “rompeolas de todas las provincias de España” (Antonio Machado) no sabíamos, excepto por el editorial de El País, que se preparaba “espontáneamente” el linchamiento político de un partido democrático, libremente elegido por una inmensa mayoría de ciudadanos ni  tampoco hasta qué punto nos habíamos convertido en rompeolas del mundo. No sabíamos de qué manera iba a ser España, una vez más, laboratorio de experimentos políticos a escala mundial y que el horror que se cocinaba iba a tener éxito.
 
Pronto el dolor se hizo también capital en otro sentido, en el de la rentabilidad política. Parece terrible, parece monstruoso, pero así fue. Utilizado indignamente por el soporte mediático de la izquierda, manipulando sentimientos libres, como son el miedo y el sentido del voto, sembraron la discordia en una sociedad que acababa de sufrir una prueba espantosa. Celebraron su última plataforma ciudadana sobre un montón de muertos, aprovecharon el silencioso respeto a su memoria, a su cuerpo presente para hacer una propaganda política muy similar a la que hacía el partido nacionalsocialista, es decir, los nazis. La infamia es ya conocida. España, puerta de Europa, la ha abierto al fundamentalismo islámico. Tantas mesas redondas jaleándolo, tanto “movimiento espontáneo ciudadano” apoyándolo, tantos editoriales de periódico(s) respaldándolo, eran palabras, eran nada, comparado con la eficacia de unas bombas estratégicamente colocadas en el momento preciso, en la ciudad precisa, en el país preciso. Tendremos que aprender a conocerlos, tendremos que aprender a vencerlos, sin equivocarnos de enemigo, sin caceroladas. Pero no hemos dado el mejor paso. Luis Pimentel, poeta de provincias, de Lugo, que escribió en momentos de desgarradora tristeza de la inmediata posguerra, terminó un poema sobre un episodio de dolor y de muertos con este verso que en Madrid, cobra ahora, todo su desgarrado sentido “¿Qué le ha pasado hoy a mi ciudad y al mundo?”
 
André Masson, poeta y pintor francés, surrealista, de quien se celebra estos días una exposición en el Reina Sofía, vivió en España, país al que amaba sobremanera. En una entrevista expresaba su admiración por el pueblo español “tanto en la paz como en la guerra” en estos términos: “Es un pueblo con talento, ¿sabe? Quiero decir que en otros sitios hay otra gente de talento que no pertenece al pueblo, pero allí es el pueblo quien tiene talento, es patente. Cada hombre, en España, tiene una personalidad, algo profundo (...) por ejemplo, nos ayudaba en la casa una joven andaluza que se había casado con un pescador de Tossa. Mi mujer le pregunta: “dígame, ¿por qué han sustituido al alcalde?”, y ella le responde con gran sencillez: “Era un hombre bueno y no se puede gobernar cuando se es bueno”. Le doy simplemente este ejemplo. Ella era analfabeta, pero sabía que si eres bueno no puedes gobernar; hay que ser un santo, un apóstol, pero no un político”.
 
Claro ejemplo de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Pero esto sucedía en 1936. ¿Qué le ha pasado a mi país y al mundo?
 
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