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DRAGONES Y MAZMORRAS

Patafísica y Paralingüísta

De todos los mundos que hay en este, yo en principio me quedo con éste, pero no me niego a asomarme a los otros, cuando la oferta es tentadora, por supuesto. Por eso, la otra noche vencí mi natural aversión a los locales nocturnos, a los que dejé de ir cuando dejé de fumar, para dirigirme a la Fídula, uno de los pocos lugares de la noche madrileña donde se puede oír música clásica de fondo.

De todos los mundos que hay en este, yo en principio me quedo con éste, pero no me niego a asomarme a los otros, cuando la oferta es tentadora, por supuesto. Por eso, la otra noche vencí mi natural aversión a los locales nocturnos, a los que dejé de ir cuando dejé de fumar, para dirigirme a la Fídula, uno de los pocos lugares de la noche madrileña donde se puede oír música clásica de fondo.
Ahí, los primeros sábados de cada mes, los muchachos de Ediciones de la Discreta, ofrecen “Las noches del imaginauta”, una especie de cabaré literario y musical, conducido por Juan Reyes y Carlos Manuel Sánchez, autor este último de la imprescindible Guía de mundos habitables del imaginauta Lucas Carril (Ediciones de la Discreta) y autores ambos del prólogo al libro que se presentaba en esa ocasión, Catón de la Neopragmática o Pragmática Genética, edición de Guillermo Alonso del Real obra que, como se indica en el título, pretende ser el manual de base de una nueva ciencia interpretativa que la sociedad pedía a gritos.
 
Así como Alfred Jarry inventó la patafísica para buscar soluciones imaginarias a los problemas planteados por los objetos en su representación más palmaria (ríanse de ZP), la paralingüística surge ahora para resolver los enigmas más relevantes planteados por la semiótica postestructuralista, barthesiana y derridiana y abrir nuevos abismos de “coscabilidad” “comunicatura” y “locutancia”. Su máxima exponencia —como dirían sus seguidores— está representada por la figura de Diógenes Epulón Pollo-Sanguinetti, criatura de Alonso del Real de quien La Discreta, había publicado ya, con letra de este último y música de Jesús María Alfaya, otro título: El Cancionero de Pollo-Sanguinetti. Una indagación. Para que se sitúen en la realidad sociológica del autor les diré que la obra está dedicada “A todos los opositores a profe de Lengua Castellana y Literatura, ínclita raza ubérrima sin la cual esta pequeña obra nunca hubiera podido ser perpetrada”. Los capítulos de este Catón hablan también por sí solos: “Comunicatura y locutancia; Complicatura y obligancia; Desambiguadores y plastativos; Regulancia de lo expresable y áreas de extravagancia comunicancial. Microcosmos de interpretancia y unidades de conjetura”. Expliquemos también que, en paralingüística, la “Pragmática genética” no es otra que un modus vivendi o “pingües beneficios editoriales”, como se define en el apéndice que cierra el volumen.
 
Los presentadores, Reyes y Sánchez, por su parte, pertenecen a una generación —que frisa los cuarenta— de un mundo del que ellos son ya prácticamente los “últimos de Filipinas”. Ignoro si su plasmática genética les produce pingües beneficios editoriales, pero el dúo cómico que forman es un notable modus vivendi en el que dan rienda suelta a su lograda verborrea paralingüística con resultados dignos no sólo de su maestro Pollo-Sanguinetti, sino del mismísimo Ionesco. En fin, el mundo está deconstruido, quién lo requetedeconstruirá, el requetedeconstuidor que lo requetedeconstruya, buen requetedeconstruidor será. Ellos lo hacen a las mil maravillas, tanto, que una joven a la que ya le había tocado estudiar bajo la LOGSE me confesó que casi no se había enterado de nada pero que se había divertido muchísimo. El espectáculo se complementó con una pieza dramática leída por los alumnos del grupo de teatro que dirige Alonso del Real, música de Pedro Mariné al piano y actuación de Las Lavanderas, grupo de jóvenes muchachas arrulladoras y pajareras que igual interpretan un himno zulú a la fertilidad que una canción revolucionaria de esas de nuestra civilización judeocristiana. Por mucho tiempo.
 
Y hablando de civilización judeocristiana, quiero mencionar aquí una corrección que se me ha hecho sobre Iñigo Ramírez de Haro (véase mi crónica anterior) y que no tiene nada que ver con su proeza postpatafísica sino con su titulación nobiliaria. Resulta que no es conde, como les dije yo creyendo revelar algo, sino marqués, y no de Cazaza de África, sino en África, lo cual no es ni mejor ni peor, como explica muy bien Marcel Proust. Los plebeyos, o no tenemos pajolera idea de esas cosas —es mi caso y el del ministro Moratinos que trató al rey de Alteza, o el del periodista que llamó Majestad al Príncipe de Asturias— o se las saben todas, como el propio Proust que dedicó a la cuestión de la jerarquía nobiliaria páginas y páginas de su monumental obra. Estaba tan obsesionado con esta cuestión que Marcel, su personaje narrador y alter ego, se subía por las paredes porque madame Verdurin, máximo exponente de la burguesía vulgar e infatuada, pensaba que el barón de Charlus, descendiente directo de Carlomagno, era inferior a cualquier marqués o duque de reciente adquisición. Tal vez por eso, como cruel metáfora de la decadencia de una época, terminó su obra casando a la Verdurin con el Príncipe de Guermantes, que es mutatis mutandis, como cuando, allá por 1977 ó 1978, el cura Aguirre se casó con la duquesa de Alba, como transición previa al definitivo y soberano enlace de las letras con la Corona al que asistiremos próximamente, Dios mediante.
 
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