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IZQUIERDA LIBERAL

Para abordar la inmigración

La inmigración se ha convertido en el paradigma de los problema sociales más difíciles de abordar, bien por el tufillo racista que suscitan algunas formas de tratarlo, por el buenismo y la hipocresía social que algunos partidos practican en busca de réditos electorales o por la imposibilidad de abordarlo con la libertad intelectual y la legitimidad política que toda cuestión habría de tener.

La inmigración se ha convertido en el paradigma de los problema sociales más difíciles de abordar, bien por el tufillo racista que suscitan algunas formas de tratarlo, por el buenismo y la hipocresía social que algunos partidos practican en busca de réditos electorales o por la imposibilidad de abordarlo con la libertad intelectual y la legitimidad política que toda cuestión habría de tener.
Por ello, sería pertinente diferenciar la utilidad o no de su presencia entre nosotros (justificación economicista) de su consideración ético social (todo ser humano nace libre y con derechos) y, previamente a esas dos miradas, contrastar el arsenal conceptual de que nos servimos para defender o censurar su presencia entre nosotros. Vamos con esta última cuestión, imprescindible para abordar las otras dos primeras.
 
El choque cultural es la fuente primera de conflictos entre inmigrantes y sociedades receptoras. De ahí nace la necesidad de clarificar los conceptos con que se abordan o se estudian.
 
Relativismo cultural: no existen culturas buenas o malas, superiores o inferiores, sólo hay culturas diferentes; por tanto, todas ellas son dignas y respetables.
 
A partir de la publicación de Raza e historia, de Claude Lévi- Strauss (1951), la intelectualidad europea tomó conciencia del abuso que el imperialismo cultural del Viejo Continente había ejercido y seguía ejerciendo sobre otras culturas de la Tierra. Desde el Siglo de las Luces (XVIII), la razón ilustrada nos había llevado a creer que la cultura europea era superior a cualquier otra, y desde esa superioridad habíamos reducido religiones, lenguas y costumbres de otros pueblos a las nuestras. Era tiempo de tomar conciencia de ese abuso, y el relativismo cultural defendido por Lévi-Strauss dejó establecido que no existían culturas superiores, sino diferentes. Ninguna, por tanto, tenía derecho a juzgar a la otra. Todas eran iguales. La razón de nuestra autosuficiencia había estado en no distinguir nuestra superioridad técnica de la necesaria igualdad moral.
 
Esa evidencia provocaría en la conciencia europea un sentido de culpa que con el pasar de los años se convertiría en referencia y criterio para relacionarnos con el resto del mundo. El imperialismo cultural era excluido de lo políticamente correcto, así como la "asimilación cultural" que Europa había impuesto a sus antiguos súbditos coloniales cuando llegaron como inmigrantes a Europa.
 
Asimilación cultural: Adopción de valores socioculturales, de pautas de conducta y orientación y hasta de intereses vitales básicos y maneras de pensar propios del grupo. La personalidad original y la libertad del inmigrante se avasallan y pierden el derecho a su cultura.
 
Es el recurso integrista que los nacionalistas esgrimen para aceptar a los inmigrantes: "Si se quedan aquí, ¡que hablen catalán!", exclamó Ferrusola. "Porque ahora sólo aprenden el buenos días, buenas tardes y dame de comer" (La Vanguardia, 21-II-01). Recientemente, el secretario general de Unió Democrática declaró: "Personas que no conocen nuestra lengua no pueden votar (El País, 19-VIII-06).
 
El relativismo cultural, como vemos, ha sido la herramienta conceptual idónea para evitar el imperialismo, el integrismo y la asimilación cultural. Aunque, como casi todo lo que se muda a verdad indiscutible, ha acabado por convertirse en un nuevo fundamentalismo, tan falso como el dogmatismo que combatió. En una época de verdades absolutas, echar mano del relativismo siempre es saludable; pero convertir el relativismo en dogma es repetir la estupidez, aunque sea en sentido contrario. De ese fundamentalismo nació el "derecho a la diversidad", derecho y valor impecables en términos generales pero falso y peligroso si consideramos sus excepciones.
 
El derecho a la diversidad está fundamentado en el relativismo. Afirma éste que, puesto que todas las culturas le sirven al hombre para adaptarse al medio, todas son igualmente válidas. Ninguna sería superior a la otra.
 
Efectivamente, todas las culturas tienen derecho a ser respetadas, pero sin caer en el fundamentalismo de la diversidad, es decir del relativismo cultural. Es preciso denunciar ese mito del derecho a la diversidad porque tras él se enmascaran crueles injusticias. Ni toda cultura es buena ni todo ha de ser respetado necesariamente. Por ejemplo: es intolerable la esclavitud, aunque hoy en Senegal sea legal y puedas comprar a un niño por 10 dólares; es intolerable que se siga practicando la ablación, o corte del clítoris a niñas, por mucho que lo justifiquen prácticas culturales musulmanas; no parece lógico que en nombre del derecho a la diversidad cultural tengamos que aceptar que unos hombres se sigan comiendo a otros. ¿Por qué? Porque la dinámica de la razón y los derechos humanos universales ponen límites a costumbres ancestrales intolerables para la dignidad humana.
 
Es posible que desde una cultura contraria a estos derechos humanos se nos recrimine que tales derechos son hijos de la cosmovisión occidental. De hecho, existe esa crítica en determinados países musulmanes contra Occidente. Pero si no ellos, al menos nosotros no habríamos de comportarnos como si la razón no fuera instrumento cognitivo universal.
 
Rodin: EL PENSADOR.Ni es lógica la posturita ni es creíble. Hasta para sostener la crítica a nuestros criterios es necesario razonar, por tanto sobra la afectación buenista y relativista del multiculturalismo en nuestras filas. Es este multiculturalismo uno de los problemas añadidos por falsa solución, ante la necesidad de respeto y entendimiento entre culturas, dados los flujos inmigratorios hacia Europa.
 
El multiculturalismo es el reconocimiento y aceptación por parte de la sociedad receptora de grupos sociales de origen diverso. Los inmigrantes mantienen los valores, las normas y los comportamientos, y la sociedad receptora los respeta. La multiculturalidad propugna el diálogo entre las diferentes culturas en pie de igualdad, sin que ninguna de ellas se sienta legitimada a juzgar a las otras.
 
Detrás de tan loable llamada al respeto de todos se esconde un ataque frontal a la civilización. Esta concepción nos llevaría a aceptar prácticas aberrantes en nombre del derecho a la diversidad.
 
No se puede permitir que en un mismo espacio cada cultura sea sagrada, sin poder intervenir una en otra, porque sería tanto como tener que soportar prácticas criminales por el mero hecho de que sean de otra cultura. Es preciso que todos, los individuos concretos y los grupos o culturas, se ciñan a los principios del Estado de Derecho en términos políticos y a los Derechos Humanos en cuestiones morales, que todos tengan los mismos derechos y obligaciones generales pero que cada cual, una vez se rinda a esos principios, haga, hable o se divierta como quiera. Es la respuesta razonable del pluriculturalismo, ante el falso respeto del multiculturalismo.
 
El pluriculturalismo acepta a todas las culturas en pie de igualdad, pero, al mismo tiempo, propugna una autocrítica de todas, incluida la propia, poniendo como marco de referencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como base universal de conducta y proyecto de vida en común entre todos los hombres. Eso significa que los inmigrantes han de adoptar valores, normas y conductas generales de la sociedad receptora y abandonar los que son incompatibles con el resto.
 
Tanto una respuesta como otra rechazan la asimilación cultural, precisamente la actitud política que venimos sufriendo en España por parte de los nacionalismos catalán, vasco y gallego, ahora, y por el nacionalismo francoespañolista en el pasado. En todos ellos la asimilación se ejercía y se ejerce sobre los propios ciudadanos españoles a través de la lengua, ya que las costumbres y la religión eran las mismas. Lo cual evidencia la utilización instrumental que unas élites sociales ejercen sobre otras, cuyo fin es el dominio social. En el caso de Cataluña y el País Vasco, las élites burguesas reaccionarias llevan un siglo con el cuento, y su éxito actual es haber disuelto en su cruzada nacional a las fuerzas ideológicas de izquierdas que habrían de combatirlo. Galicia incluida.
 
Vayamos ahora al toro. Desde hace una década, la inmigración en España ha pasado de ser una anécdota a ser un problema. En una próxima entrega entraremos al trapo: ¿es buena la inmigración?, ¿es imprescindible para sacar a flote nuestra economía? ¿Hay alguna relación entre inmigración y delincuencia? ¿Plantearnos estas cuestiones es, como sostiene SOS Racismo, una forma de criminalizarla? ¿Deben votar? ¿Tenemos derecho a hacer estas preguntas como si de ganado se tratara?
 
Estas y otras cuestiones las pensaremos en el próximo artículo.
 
 
antoniorobles1789@hotmail.com
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