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LIBREPENSAMIENTOS

Optimismo que encubre mentira y miedo

Dos sucesos se han cruzado recientemente en el tiempo, haciendo así más llamativa su ligazón, su complicidad. Por una parte, el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hacía saber que una mayoría de españoles, pese a no conocer el contenido del tratado constitucional europeo, acudiría a votar "sí" en el plebiscito del 20 de febrero, a la vez que mostraba mucha o bastante confianza en el actual presidente del Ejecutivo. Muy optimista, según hemos podido comprobar. Por la otra, el director de la última campaña publicitaria del Partido Socialista presenta el libro sobre el "efecto ZP", o Plan ZP: llegar al poder en mil días. O cómo llevar a La Moncloa a un "tapado" o "enmascarado" sin que se note.

Dos sucesos se han cruzado recientemente en el tiempo, haciendo así más llamativa su ligazón, su complicidad. Por una parte, el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hacía saber que una mayoría de españoles, pese a no conocer el contenido del tratado constitucional europeo, acudiría a votar "sí" en el plebiscito del 20 de febrero, a la vez que mostraba mucha o bastante confianza en el actual presidente del Ejecutivo. Muy optimista, según hemos podido comprobar. Por la otra, el director de la última campaña publicitaria del Partido Socialista presenta el libro sobre el "efecto ZP", o Plan ZP: llegar al poder en mil días. O cómo llevar a La Moncloa a un "tapado" o "enmascarado" sin que se note.
Detalle de un cartel propagandístico del PSOE.
Una gran parte de votantes del Partido Socialista votó sin más una marca registrada, un producto progresista con mucho colorante y conservante, sin saber a ciencia cierta a quién elegían. Se dejó llevar por la confianza en unos mensajes cortos y unas sonrisas estiradas, que reclamaba, más que nada, cubrir las lágrimas que cegaban sus ojos espantados por la masacre del 11-M y que en el fondo ocultaba el inmenso miedo que les atenazaba en aquellos trágicos momentos. Inútil empeño: los cadáveres acaban siempre emergiendo a la superficie.
 
Hoy, no obstante, tal fascinación todavía continúa, si creemos las encuestas de opinión. Según establece la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, comandado por el ínclito filósofo republicano y "ciudadanista" Fernando Vallespín, José Luis Rodríguez transmite "mucha o bastante" confianza en el 50,8 % de los encuestados, y, para mayor abundamiento fanfarrón, el Partido Socialista aventajaría en 6,7 puntos porcentuales al Partido Popular en intención de voto.
 
Semejantes datos probablemente reaviven el proverbial optimismo y la confianza que caracteriza a los socialistas afianzados en el poder. Su fe en que la llama del embrujo cautivo que calcina la Nación no se apague y les permita mantenerse en el poder como mínimo mil días, más o menos los que les ocupó organizar su asalto a las más altas instituciones del país.
 
"Queremos ganar La Moncloa en 2004". "¿En tres años?". "Sí". "Esto es una agencia de publicidad; hacemos anuncios, no milagros". Ésta fue al parecer la esencia de la conversación conspirativa que mantuvieron el creador publicitario del lema ZP y el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, una mañana de junio de 2001, cuando todavía no se habían producido las matanzas de Manhattan y Madrid, ni el accidente del Prestige ni el del Yak-42, ni la guerra de Irak. Blanco firmó el contrato confiando en que algún milagro ocurriría. ¡Y vaya que ocurrió! ¡Y no uno, sino varios sucesos tremendos se conjuraron para la favorecer la elevación de estos laicos varones a los cielos monclovitas!
 
El mensaje del optimismo a pesar de todo, la ilusoria ilusión que despeja frentes de guerra y frontis de presidentes advenedizos y por accidente, compuso la música y la letra de esa marcha triunfal que recorre España como un fantasma hasta nuestros días, y que tanto maravilla como inmenso miedo engendra.
 
Y es que el pasodoble chulesco y garboso, de sota de bastos, que José Luis Rodríguez se marca en la arena española contiene un estribillo tan turbador como obsceno: que si con su venida se acabaron los escándalos y las broncas desde el poder, que a él no le cambiará todo el gremio de peluqueros, que volvemos a una Europa donde ya no habrá guerras y se respira mejor, que Aznar ha emigrado a Georgetown, colaborando así en la solución del "conflicto" en el País Vasco... Que muerto el perro se acabó la rabia. El miedo, sin embargo, no ha desaparecido.
 
Portada de una edición francesa de CÁNDIDO.Mas ¿qué es el optimismo? Escribe Voltaire en Cándido que consiste en "la manía, ay, de sostener que todo está bien cuando se está mal". De este tenor va la pieza que interpreta a diario el actual presidente desde los estudios de La Moncloa, intentando crear la impresión de que aquí no pasa nada cuando el país se cubre de nihilismo. Proclamando tras la máscara que si hay que acometer actuaciones sorprendentes, aunque no se entienda el porqué, o no actuar cuando las circunstancias lo exigen, todo ello es por el bien común y el interés general, que, como todo el mundo sabe, están rectamente representados por un antiguo partido socialista, obrero y español, hoy reconstituido en ente plurinacionalista y políglota doméstico, feminista y radical, homosexualista y ecologista, ateísta y anticatólico, europeísta y alauita, eutanatista y pacifista hasta la muerte.
 
Hoy en día, en la vieja nación española, las cosas, como las ciencias, adelantan por la izquierda que es una barbaridad. Se ha pasado así, a un ritmo vertiginoso, en un tiempo récord, del tomarse en serio que "España va bien", y podría ir mejor, a la entonación del verso maragalliano de "Adiós, España", al súbito convencimiento de que aquí no hay quien viva y es preciso mudarse de casa, o bien reformarla de arriba abajo, para que así algunos vecinos se sientan más cómodos y no abandonen la comunidad dejando mensualidades sin pagar y cadáveres en el jardín. ¡Que no cunda el pánico! Hay que tener confianza en los nuevos inquilinos de La Moncloa, de la Generalitat catalana o del Palacio de Ajuria Enea. No importa lo que hagan o no. Lo importante es que están los que deben estar, y no otros.
 
Cada día que pasa se pone de relieve con mayúscula claridad que el árbol de la ciega confianza y el tuerto optimismo está tapando un bosque plagado de miedo, deslumbrando a una sociedad española en proceso galopante de quedar reducida a pasiva, sufrida y manipulada opinión pública. Ciertamente, en España, desde que el PP fue descabalgado del Gobierno por una sacudida cruenta e infame, se han acabado las broncas ciudadanas. La oposición tampoco es lo que era. Los asaltos a las sedes de los partidos políticos –excepto, ay, en el País Vasco–, las movidas de la Academia española de Cinematografía y Espectáculos, las protestas ciudadanas, los gritos y susurros, las movilizaciones populares, se han terminado.
 
Los medios de comunicación se encaminan, mientras tanto, a consumar un pluralismo tan efectivo que dejará corta la conspiración del silencio. La Casa Real de España parece afectada por una especie de síndrome de Estocolmo, aunque de sus cocinas emane el olor característico de la corte de Dinamarca en los malos tiempos imaginados por el bardo inglés.
 
Unos vecinos del Carmelo rebuscan entre los escombros.La carne trémula y la mala educación aún encandilan a una amplia facción del respetable público, pero cuando la tierra tiembla en el barrio del Carmelo de Barcelona y los edificios no se tienen en pie, el comandante llama a parar y a tapar las obras –y las pruebas– en la ciudad de los prodigios, donde no se mueve nadie. Todo lo más, se escucha algún tópico y tímido comentario de esta guisa: "Imagínate lo que pasaría si esto ocurriese con el PP". Vanos comentarios. Apocada indignación. Timorato gimoteo. Miedo encogido de quien ve mermado su optimismo pero no se atreve todavía a afrontar la cruda realidad.
 
Y la realidad es que, sin ser pesimista, las cosas de palacios van de desahucio. Lo crudo es que, mientras en España llueven ranas, aquí muy pocos se mojan. Según el último boletín de Vallespín, los españoles –quienes sólo conocen el desempleo de verdad en las comunidades tuteladas por los socialistas– temen más el paro, y el encarecimiento de la vivienda, que el terrorismo; conocen poco el Plan Ibarreche (47,8 %), si bien no lo aprueban (está en contra un 66,9 %); desconocen el tratado constitucional europeo pero lo aprobarán en referéndum sin ganas. Y, en verdad, también sin mayoría, como hemos visto. Lo cual excita el optimismo de ZP.
 
No se niegue la evidencia: el impacto de la marca ZP sigue noqueando a la opinión pública española, a pesar de todo. No diré que durará otros mil días; no seamos tan pesimistas. Él, redivivo, sonríe de lado y un colmillo le centellea. Pero yo, como J. S. Mill, prefiero mil veces a un Sócrates insatisfecho que a un ZP satisfecho. A un bellaco transparente que a un zorro enmascarado. A un beligerante demócrata que a un farsante defensor de la utopía, la filantropía y la paz perpetua.
 
Como Albert Camus, en fin, declaro: "Existe una cierta forma de esta doctrina que detestamos más, tal vez, que las políticas de tiranía. Es la que se apoya en el optimismo, la que se funda en el amor a la humanidad para eximirse de servir a los hombres".
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