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BAUDRILLARD Y LA GUERRA DE IRAK

No, si al final va a resultar que el viejo farsante llevaba razón

Jean Baudrillard, el destacado teórico social posmoderno francés, murió el otro día (si es que ha tenido a bien reconocer el concepto de muerte). Y sí, me da un poco de cosa escribir eso de "destacado teórico social posmoderno francés", pero lo cierto es que, por muy extraño que parezca, me había encariñado con el viejo farsante. Baudrillard fue ampliamente elogiado por su teoría de que el hombre de hoy no está en condiciones de reconocer la realidad, dado que vive inmerso en una hiperrealidad creada por los medios de comunicación.

Jean Baudrillard, el destacado teórico social posmoderno francés, murió el otro día (si es que ha tenido a bien reconocer el concepto de muerte). Y sí, me da un poco de cosa escribir eso de "destacado teórico social posmoderno francés", pero lo cierto es que, por muy extraño que parezca, me había encariñado con el viejo farsante. Baudrillard fue ampliamente elogiado por su teoría de que el hombre de hoy no está en condiciones de reconocer la realidad, dado que vive inmerso en una hiperrealidad creada por los medios de comunicación.
Jean Baudrillard.
La ideíta en cuestión fue una mina de oro para Baudrillard. Hizo un montón de dinero con ella. Dinero real, claro. En 1991 publicó un libro, titulado La guerra del Golfo no ha tenido lugar, que iba precisamente de eso. A juicio del viejo farsante, lo que sucedió ese mismo año no fue sino un simulacro de guerra que tuvo por escenario la CNN. Se trataba de una tesis fácilmente ridiculizable en aquel entonces, y eso fue lo que hizo un montón de gente. Que un intelectual francés enfermo de fin-de-civilisation ennui se ponga a tiro no es razón para no cargar las tintas. Sin embargo, una década y media después la tesis de Baudrillard se sostiene mucho mejor que casi todas las demás.
 
Baudrillard partía de ciertas impresiones, o mejor, de impresiones ciertas (el hecho de que hasta los que estaban al pie del cañón prefirieran ver la guerra por la tele) y hechos anómalos (estadísticamente hablando, un soldado norteamericano tenía más posibilidades de morir una vez hubiera regresado a casa que combatiendo en Oriente Medio), y a partir de ahí armaba una gran teoría: los "aliados" no estaban librando una guerra, sino lanzando 10.000 toneladas diarias de pertrechos de guerra para dar aire a la cometa del simulacro de guerra. Sadam Husein también estaba en el ajo, si bien procedía justo a la inversa: ofrecía la vida de una ingente cantidad de sus sumamente despreciables súbditos como sacrificio en el altar de la no-guerra y ponía a buen recaudo todo aquello que hubiera utilizado en una guerra de las de verdad (la Fuerza Aérea, por ejemplo).
 
Total, que fueron raras las veces que se enfrentaron los bandos en disputa, y, tal y como observó Baudrillard, al final el perdedor no había perdido y el ganador no había ganado. Que eso no fue una guerra, vamos.
 
Nuestro autor no negaba tanto la evidencia empírica como el significado que se le daba. Lo más vergonzoso de todo fue cuando el presidente Bush (padre) se olvidó de que estaba librando una teleguerra y, creyendo que estaba en una de las de verdad, exhortó al pueblo iraquí a levantarse contra el tirano. Para cuando se levantaron, los iraquíes descubrieron que Bush había vuelto a teleguerrear y no iba a echarles una mano. Así que cayeron como moscas ante la vesania del dictador que supuestamente había sido derrotado.
 
George H. W. Bush.Si en vez de un farsante galo hubiera sido un historiador militar, Baudrillard lo habría expresado de manera ligeramente distinta. La cuenta atrás para la guerra arrancó cuando Sadam invadió Kuwait y Thatcher le dijo al presidente norteamericano: "George, no es hora de andar con vacilaciones". Sin embargo, para cuando llegó el momento de sacar las tropas a pasear, la Dama de Hierro había sido desalojada de Downing Street y la Administración Bush optó por conceder a la vacilación el rango de virtud moral. Por lo general, una nación que entra en guerra se fija unos objetivos de guerra. En cambio, en aquella ocasión EEUU renunció oficialmente a fijarse alguno que fuera más allá de restaurar el statu quo ante (o sea, la devolución de Kuwait a sus astrosos principitos); prefirió dar prioridad, como fin en sí mismo, al coalition-building: cuantas más naciones se apuntaran al sarao, menos se haría.
 
Washington pensaba que, al abstenerse de librar una guerra verdadera y reunir un poder tecnológico tan aplastante para alcanzar un objetivo tan de andar por casa, estaba proyectando una especie de autosuficiencia onusina mejorada y aumentada. Pero lo cierto es que estaba dando muestras de debilidad. La realidad fue peor que la hiperrealidad baudrillaresca. Si pones en escena en la CNN una teleguerra devastadora y al final el malo sigue ahí, después no puedes descolgarte con un "aquí no ha pasado nada". Y es que, para la calle árabe, y no sólo para ella, la Guerra Que No Tuvo Lugar la ganó Sadam. Sí, la ONU puso en marcha un onerosísimo y muy elaborado programa de gestión de la dictadura iraquí (Petróleo por Alimentos, Zonas de Exclusión Aérea, etcétera), pero con eso sólo consiguió procurar al tirano una nueva gallina de los huevos de oro y garantizar a Estados Unidos y a Gran Bretaña una buena ración de ataques, por parte de las ONG y de la Euroizquierda, por provocar una catástrofe humanitaria en Irak.
 
Siempre que lamento el cierre en falso de la guerra del Golfo me escriben unos cuantos veteranos ofendidos para recordarme que hicieron pedazos a la sobradísima Guardia Republicana de Sadam en un abrir y cerrar de ojos. No hace falta que me lo recuerden. Lo tengo bien presente. Pero lo que cuenta en una guerra –algo que Baudrillard pareció captar, a diferencia de los mandarines de la realpolitik– no es hacer alarde de superioridad técnica, sino tener la voluntad de emplear ese poder para alcanzar los objetivos estratégicos que uno se ha fijado. En este sentido, la guerra del Golfo no tuvo lugar.
 
Ahora que se cumple el cuarto aniversario del derrocamiento de Sadam, oiremos los inevitables lamentos por todos los errores cometidos desde 2003 en adelante; pero si los medios y la clase política se empeñan en hacer de Irak una tragedia, es importante que recuerden que ésta es una tragedia en dos actos, y que el mayor de todos los errores se cometió en 1991. Baudrillard tomó el título de su libro de la obra de Giradoux La guerra de Troya no tendrá lugar (1935), con lo que adjudicaba a la teleguerra y al pacifismo buenista la misma categoría de espejismo.
 
Hasta un teórico francés posmoderno puede acertar, de vez en cuando. Ya quisiera poder decir lo mismo tanto realista político como hay suelto.
 
 
© Mark Steyn
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